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Nosotros la señora Juanita


«Nosotros el pueblo» es el principio rector que emana de las cartas de derechos de fines del siglo XVIII: la Declaración del Buen Pueblo de Virginia del año 1776; antecedente necesario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos del mismo año y del Bill of Rights de 1791; espíritu que, con matices no menores, se observa en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano adoptada en Paris en 1793.



Nosotros el pueblo chileno somos todos y cada uno, incluida la señora Juanita. Y ésta -como lo ha demostrado a lo largo de la historia- es bastante menos estúpida de lo que suponen algunos de nuestros dirigentes y por ende, no es necesario explicarle con peras y manzanas, como si, nosotros el pueblo, fuéramos un conjunto de niños imbéciles incapaces de razonar y discernir frente a la cosa pública.



A diferencia de lo que sucedía en la Atenas de Platón, actualmente la cosa pública ya no se discute solamente en el agora ni está reservada exclusivamente para una elite con un estatuto de derechos y privilegios -denominados isonomía-, presumida de estar especialmente dotada de intelecto e ingenio para abocarse a ella, con prescindencia de una cuestión más bien menor como la cosa doméstica o privada.



Si aceptamos que nosotros la señora Juanita no somos discapacitados mentales, entonces podemos también sostener que nosotros el pueblo, razonablemente bien informado, no dudamos de la probidad del Presidente Lagos, como tampoco de los aciertos de los últimos seis años que le han cambiado el rostro vial a Chile, digo vial y no derrota a la pobreza e inequidad, tarea aún pendiente.



Resulta comprensible y justo el temor que tuvo el gobierno ante la creación de la comisión investigadora de la Cámara de Diputados, abocada a indagar las contrataciones del Moptt con determinadas personas, por el riesgo que ésta se convierta en un bastión electoral del entorno de los candidatos de la Alianza por Chile, para establecer una suerte de empate moral entre hechos ética y jurídicamente reprochables como son los actos de corrupción, con las desapariciones forzadas, tortura y homicidio de disidentes de la dictadura, que constituyen crímenes de lesa humanidad.



Dicho temor, por cierto, es fundado. Por más que Joaquín Lavín diga que no sabía nada sobre las violaciones a los derechos humanos, nosotros la señora Juanita no le creemos, ya que por más que la derecha se trate de blanquear, lo cierto es que no tienen ningún problema de conciencia en referirse a estos crímenes como «cosas malas» de ayer y a los actos de presunta corrupción, como «cosas malas» de hoy.



Francamente hay que ser muy cara de raja, como diría con todas sus letras la señora Juanita, para disfrazar un empate moral que en realidad sólo acontece en la mente de quienes toleraron, sin problema, violaciones a los derechos humanos como una externalidad negativa de lo que ellos denominaban crecimiento económico. Hoy dichos exabruptos de Daniel López y c ompañía les parecen un tanto rudos, pero les sirven para compensarlos con actos contrarios a la probidad, protagonizados por alguno que otro señor bastante torpe emparentado con la Concertación.



Sin embargo y aún cuando esta comisión sea fruto del intento histérico de la derecha por hacerse de cualquier forma con el gobierno, tratar de privar a la Cámara de Diputados del ejercicio de sus facultades investigadoras, especialmente en el país donde la instituciones funcionan y donde nadie está sobre la ley -como ha sido la prédica algo monótona del propio gobierno – es más bien un error. De tal entidad que la última encuesta del CEP no impacta la aprobación ciudadana hacia el Presidente de la República, con prescindencia de los actos presuntamente contrarios a la ética que se investigan y que afectan incluso al entorno más íntimo de éste. ¿La razón?, la señora Juanita no duda de la austeridad y probidad de Ricardo Lagos.



En el país donde las instituciones funcionan, la existencia de privilegios -que es la traducción procesal del impedimento de la existencia de una comisión investigadora- es simplemente un contra sentido y un argumento que alimenta a la jauría detrás de la presa de la democracia. Y como ésta hay que cuidarla, dejemos que ladren, aunque -eso si lo sabemos muy bien nosotros la señora juanita- éstos muerden, lo hacen con rabia y como también lo sabemos muy bien, gozan precisamente con la sangre de ésta.



Como se comprenderá, mi hipótesis es que la señora Juanita está lejos de ser estúpida y comprende muy bien lo que pretenden los aprendices de Daniel López y no dudará en enrostrar la falta de coraje moral y la ofensa grosera a las víctimas de la represión de aquellos que pretenden un empate moral.



Pero que no quepa duda. Nosotros la señora Juanita reprobamos y nos irritan los actos -digámoslo con todas sus letras- poco transparentes imputados a determinadas personas y que pueden afectar el proyecto político de un Chile más justo y solidario.



Mismo proyecto por el que la señora Juanita se jugó en las calles de la dictadura, aquellas que asesores y consultores -al parecer muy lúcidos y por ello caros- dudo hayan conocido y que hoy dan a la derecha argumentos, aunque pueriles, para atacar al gobierno, al propio Presidente y lo que es más importante aún para nosotros la señora Juanita, impactar la construcción de una sociedad más justa y equitativa para todos sus hijos, esa que soñamos una mañana de marzo de 1990.



Nosotros la señora Juanita estamos bastante lejos de creer que la transición haya culminado, como algunos se han adelantado en declarar hace unos días en los salones del Congreso. La reforma a la Constitución de 1980 es aún un parche con fecha de vencimiento; el estatuto de derechos no ha sido modificado; la diversidad cultural no se encuentra expresada en la Carta Magna y como bien ha sostenido el senador Sergio Fernández, la mano de Augusto Pinochet no ha sido borrada.



Nosotros el pueblo no pedimos más que un pacto constitucional que sea el fruto de un debate inclusivo y desprejuiciado de lo que anhelamos como nación diversa cultural y étnica, en el que se expresen los distintos actores en un diálogo social no excluyente. No podemos compartir la felicidad algunos y dar por terminada la transición. Nosotros la señora Juanita no hemos sido convocados al debate y supongo no seremos invitados a la gala de honor que pretenderá cerrar la transición. Al parecer el Teatro Municipal es pequeño y aún hay quienes creen que aquella supone que Beethoven es un invitado especial en la Granja Vip.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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