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Cumbres borrascosas


El balneario argentino de Mar del Plata es una ciudad blindada. El desarrollo de las sesiones de la Cuarta Cumbre de las Américas genera una onda de rechazo en todo el país. El principal motivo del despliegue del impresionante dispositivo de fuerzas disuasivo, de defensa y de ataque es la presencia del presidente estadounidense, George W. Bush, actor central en este evento. Junto con él estarán, por supuesto, los 32 jefes de Estado latinoamericanos, menos el cubano Fidel Castro. Acontecimiento nada anodino puesto que el programa de la candidata de la Concertación considera que las Cumbres y el ALCA son instrumentos importantes «para consolidar nuestra relación con Estados Unidos».



Vamos viendo.



En esta Cumbre, Bush y su credibilidad están en caída libre. La serie de escándalos y sobre todo el caso de la agente de la CIA, Valerie Plame, «quemada» por Rove, Cheney y Libby en venganza contra su marido, el diplomático Joseph C. Wilson, que se opuso a la invasión de Irak, junto con la corrupción de sus íntimos, le han estallado en pleno rostro.



A los 2.021 soldados muertos en Irak, país donde la fractura étnico-religiosa se ha profundizado después del simulacro de «referéndum constitucional», se agrega la ineptitud que esta administración ha demostrado para manejar las catástrofes naturales-sociales y la arremetida en su contra del ala republicana ultraconservadora, que logró imponer un juez (Samuel Alito y no Harriet Myers) para la Corte Suprema.



Desde la izquierda y los ciudadanos norteamericanos, ya puede hablarse de un movimiento antiguerra y antibush que cobra fuerza. Algunos analistas consideran que el presidente tejano está dejando un país dividido en dos.



Una Contra-Cumbre se organiza en Argentina y circulan manifiestos denunciando los «esfuerzos por proseguir con el ALCA, el pago de la ilegítima deuda externa, las políticas de saqueo y apropiación de nuestros bienes naturales y la militarización social».



Pero no faltan quienes quieren hacernos creer que realmente en la Cuarta Cumbre se discutirá acerca de la mejor manera de «crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática».



Es sabido que no hay mil maneras de crear empleos decentes. Las condiciones para hacerlo no son un secreto para nadie y menos para los neoliberales de diversos matices (de los «Chicago» a los «Expansiva boys»), que hacen todo lo posible para que el Estado favorezca los poderes del mercado y la movilidad del capital.



El capital y el trabajo constituyen una relación social y el neoliberalismo será en el ALCA el operador ideológico y político que buscará arrinconar social y políticamente a los trabajadores, alienándoles sus derechos y debilitando sus organizaciones sindicales. La mayoría de los Estados latinoamericanos, bajo la presión de los poderes globales y en manos de tecnócratas adictos, ya han adherido al recetario ultraliberal de «flexibilización de la mano de obra», es decir, de precarización capitalista del trabajo humano para estricto provecho de grandes empresas nacionales y globalizadas. El clima de competencia mundial obliga y la presencia de China (sus mercados y/o exportaciones); el cuco o el incentivo de turno.



No hay lucha contra la desigualdad social sin movilizaciones por el empleo y por salarios dignos. Son inseparables y se libran fundamentalmente en los territorios de los Estados nacionales, en un espacio social marcado por las relaciones de fuerza entre capital y trabajo. Tampoco hay muchas alternativas. Además de luchar por leyes laborales que favorezcan la organización sindical, la defensa del empleo y la obtención de buenos salarios, los ciudadanos deben obligar al Estado a que aumente -para redistribuir- los impuestos al patrimonio y a las ganancias del capital. Lo más lógico es que el Estado le devuelva a la sociedad el excedente económico confiscado, llamado eufemísticamente «superávit fiscal», bajo la forma de programas sociales y de apoyo a las pymes y a la educación.



Como bien lo saben los antropólogos, los conflictos entre grupos y clases sociales no son una invención de Karl Marx. Sus orígenes se inscriben en las luchas ancestrales por el control del producto social, del que se acaparan los grupos dominantes y/o su aparato estatal. Se trata más bien del «eterno retorno» de un conflicto histórico aún no resuelto.



Difícil entonces es creer en la declaración de intenciones de los organizadores de la Cuarta Cumbre y que de allí, tal como lo declaró José Miguel Insulza, «pueda salir una hoja de ruta para enfrentar el desafío de crear empleos decentes para los ciudadanos y ciudadanas de las Américas».



A las Cumbres las acompañan la sana sospecha de que nada bueno para los pueblos puede salir de un evento donde los EE.UU. determinan la agenda y pueden vetar sus resoluciones. Algo parecido ocurrió en la Cumbre de abril del 2001 celebrada en la ciudad de Québec, capital de la provincia canadiense del mismo nombre. En aquel momento -algunos meses antes de los atentados terroristas del 11/S- el clima político general era de desconfianza generalizada, debido al carácter poco democrático del evento.



Las razones no faltaban. El contenido de los documentos que allí debatían los mandatarios de las Américas, representantes de sus pueblos, no fueron ni siquiera accesibles a los parlamentos respectivos. Menos aún a los ciudadanos. Se temía que las conversaciones sobre la Carta Democrática y el ALCA se negociaran a espaldas de los primeros interesados, los pueblos latinoamericanos. Editoriales, reportajes y serios análisis coincidían en este punto.



El espectáculo urbano de Québec tuvo valor simbólico e incluso instructivo: una Cumbre, en una colina, completamente, cercada, militarizada y aislada de la gente. El alcalde de la ciudad, Jean-Paul Lallier ironizó: «la ciudad de Québec es antigua, con fortificaciones del siglo XVII, pero no es una ciudadela medieval con sus señores feudales reunidos lejos y temerosos de la plebe.»



La asistencia de George W. Bush -antes de la invasión de Irak- causaba irritación. Era un poderoso catalizador de un arco iris de movimientos altermundialistas, democráticos y de izquierda. El presidente republicano, junto con la elite neoconservadora de su partido, eran considerados los líderes del Imperio. Nadie se preguntaba acerca de su definición o de las formas que éste asumía; si era Negri-Hardt, Hobsbawn, Chomsky o Bensaďd quien acertaba en la caracterización del fenómeno imperial, del papel jugado por la superpotencia y de su telaraña global de flujos y casamatas de poder.



Bastó la presencia del petrolero tejano que encarnaba el centro desde el cual emanan las fuerzas de la globalización capitalista neoliberal, para que La Belle capitale francoparlante fuera la plataforma de pacíficas y multitudinarias manifestaciones, además de un Foro Social y … Ä„oh sorpresa! para que la apacible ciudad se convirtiera durante 48 horas ininterrumpidas en el terreno de una feroz e inesperada batalla campal entre manifestantes y fuerzas del orden cuya intensidad asombró al mundo entero.



Retrospectivamente este dato fue clave -la percepción de los EE.UU. como el núcleo del proyecto imperial -político y económico- y su rechazo por amplias capas ciudadanas, sacudió y fue registrado por los estrategas republicanos. Como bien se sabe, los atentados terroristas del 11/S fueron la ocasión soñada para intentar revertir esta situación. Fue el eje de la estrategia comunicacional de los EE.UU. para invadir Irak.



Algunos meses antes, las encuestas norteamericanas de apoyo a Bush eran de un 40%, después del 11/S llegó al 80%, hoy tiene un 38%.



En la Tercera Cumbre de Québec, Hugo Chávez mantuvo un perfil bajo. Periodistas se percataron de que se le aislaba. Con olfato político, el presidente venezolano se opuso a firmar la declaración sobre la entrada en vigor del ALCA (el gran tratado de libre comercio para toda América) para enero del 2005. Su oposición, entre otras cosas, le valdría la tentativa de un Golpe … agitado por los EE.UU. pero Â… abortado.



Hoy las cosas han cambiado. La Cumbre tendrá lugar en territorio sudamericano y los representantes de la mayoría de los países del Cono Sur, con excepción de Colombia, Paraguay y Ecuador- han comenzado a dar muestras de apego a la soberanía nacional y de autonomía frente a las veleidades de la administración Bush. Venezuela y su gobierno han resistido al acoso y a las tentativas desestabilizadoras de Washington, llevando adelante una interesante experiencia democrática, defendiendo una concepción latinoamericanista del desarrollo, además de establecer sólidos lazos de solidaridad y ayuda energética con varios países.



Los EE.UU. tienen hoy un serio conflicto comercial con Canadá, que puede derivar en una guerrilla económica. Los dos aliados estratégicos, miembros de la OTAN y socios del TLCAN (tratado de libre comercio de estos dos países de América del Norte con México) tienen profundos diferendos respecto al comercio de la carne y de la madera de construcción. Canadá acusa a los Estados Unidos de imponer relaciones asimétricas de poder, al aplicar tarifas aduaneras arbitrarias a la madera de construcción canadiense. Tanto el tribunal del TLCAN y de la OMC dieron razón a Canadá. Estados Unidos se ha negado con soberbia a acatar a la resolución de los tribunales considerados mecanismos de arbitraje para la solución de tales conflictos.



Pese al sentimiento y a las certezas generalizadas en los movimientos ciudadanos y en algunas naciones, de que los EE.UU. tienen una agenda que no respeta los convenios comerciales firmados con otros Estados, que viola los derechos humanos y promueve guerras de conquista imperial, que sus gobiernos manipulan su propia opinión pública y organizan putschs contra gobiernos latinoamericanos legítimos, los redactores del Programa de la candidata socialista de la Concertación, consideran que: «Con Estados Unidos (sus gobiernos) compartimos valores y objetivos centrales en política exterior, como la democracia, la protección de los derechos humanos y la búsqueda de un comercio internacional más libre. […] Continuaremos consolidando nuestra relación con Estados Unidos. Utilizaremos para ello la Cumbre de las Américas -basada en valores democráticos compartidos- y el proyecto de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas.».



Pareciera que los redactores del programa de la Concertación y los millones de americanos (de norte a sur) que nos oponemos a las políticas de las elites capitalistas e imperiales no vivimos en el mismo mundo.



Pareciera más bien que los asesores de Michelle Bachelet viajan y pernoctan a menudo cerca del Potomac en Washington DC, en ese «perímetro» donde están ubicados el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la OEA; allí, según Zbigniew Brzezinski, se forma un «triángulo de poder» (*), el lugar de concentración de los «affaires extérieures» configurado por la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la fortaleza del Pentágono.



(*) Zbigniew Brzezinski, The Choice, Domination or Leadership (2004), Basic Books, 310 p. (Ver la segunda parte, sobre la «Hegemonía de América y el bien común»).



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Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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