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Política y poder: dilema de la globalización


Nada mas difícil que expresar sentires en política porque se nos dice que ésta es una disciplina recia, de finos cálculos y de expresión de intereses y adivinanzas acerca de los intereses de los demás. La política -como dicen que dijo Platón hace unos pocos siglos- es el arte de gobernar, pero los que no gobiernan también hacen política, por lo tanto, la definición es trunca. En realidad, la política, en la actualidad, es el arte de acumular poder. Y, el poder, es la capacidad para que muchos hagan o acepten lo que proponen unos pocos. Cuando esto pasa los que disponen de más «fichas ganadoras» son los que detentan más poder. Las fichas ganadoras son las propuestas de agenda que se instauran en la sociedad o las trabas a las propuestas de la agenda de los rivales.



Los llamados poderes fácticos (grandes empresarios, algunas iglesias, medios de comunicación, agrupaciones gremiales o de intereses como la CUT o la Sofofa), a diferencia de los partidos políticos que, por definición, deben acumular poder, tienen la capacidad de transversalizar sus influencias para mantener sus intereses concitando apoyos que incluso sorprenden a la opinión pública. No es casualidad que las empresas con mayor «exposición» a la crítica pública cuenten entre sus directores a personeros de todo el espectro político como, por ejemplo, las tabacaleras o los cuasi monopolios de comunicaciones (CTC, Entel).



En el transcurso de la postguerra, la época de la guerra fría, la izquierda latinoamericana se vanagloriaba de su pureza de principios avalada por un proyecto de sociedad (el socialismo) que no admitía conciliaciones con la «clase opresora». Hacer política para la izquierda deviene un arte mucho más complejo cuando no sólo se convive con los detentores del poder económico sino que, además, es menester exhibir garantías de respeto a las reglas del juego, es decir, a que ocupen un lugar destacado y legítimo en la sociedad. Valga destacar que esta situación fue sorteada durante muchos años con éxito por las izquierdistas socialdemocracias europeas, es decir, reemplazando un proyecto socialista por un proyecto de Estado de Bienestar que, sin duda, dignificó el trabajo y redujo las desigualdades.



No obstante, la globalización actual reduce las autonomías nacionales y, además, las aperturas comerciales generan competencias espurias entre países con diferentes salarios y con respetos disímiles a las condiciones ambientales. El Estado de Bienestar no globaliza sino el comercio: la brutal expresión de la oferta y la demanda en que los precios finales son el componente decisivo para optar en una enorme y mayoritaria masa de consumidores, por cierto, restringida en sus ingresos.



Esta reducción de márgenes de maniobra económica explica el reduccionismo de la política. Chile ha sido un ejemplo de la acuñada fórmula de «la política de lo posible». El enorme poder de los grupos fácticos -como lo reconoce el ex ministro Eyzaguirre pero sólo un día después de dejar el cargo- hace difícil ir más lejos. Quienes lo intentan son rápidamente calificados de asistémicos o anómicos como diría Max Weber. Más aún, los partidos de la Concertación, incluyendo el Socialista, «esconden» las numerosas voces disonantes con la regulación que impone el ejercicio del poder. No es tampoco casualidad que los planteamientos «conflictivos», aún de dirigentes consagrados, sean expresados pura y simplemente fuera del Partido.



Todo parece indicar -nos guste o no- que la globalización impide que los debates sean llevados en las orgánicas partidarias. Estas se han transformado en instrumentos de ejercicio del poder. En definitiva, se ha instaurado el principio que puede hacerse política sin ideas ni proyectos. El debate de las ideas genera «ruidos» e inhibe el accionar del poder. Véase, por ejemplo, como el senador Núñez hace un franco llamado a profundizar la disciplina partidaria en un vespertino el fin de semana pasado.



Todo el proceso descrito que- como dijimos- han vivido los partidos socialistas europeos se traduce en que ya no será posible tener partidos de «masas». En una reunión con la candidata francesa a la Presidencia de la República, Segolčne Royal, se le preguntó cómo hacían ellos para incluir jóvenes y mujeres. La respuesta fue neta: cada vez hay menos militantes y muchos son personas que participan en el ejercicio del poder (diputados, concejales, dirigentes sindicales, barriales, etc.). Los partidos dejaron de estar hechos para «la base». En las próximas elecciones del PS de Chile en varias comunas las listas no pudieron cumplir con el requisito de incluir jóvenesÂ… porque no los hay en los padrones o con la antigüedad necesaria para ejercer cargos dirigentes.



En efecto, los jóvenes desde siempre no tienen como prioridad ejercer el poder sino principios mucho más altruistas que en Chile se expresan con una fuerte participación en diferentes actividades de trabajo voluntario. Esto no lo ofrecen los partidosÂ… pero ¿pueden ofrecerlo o debemos claramente reflexionar acerca del cambio de paradigma entre política y ejercicio del poder?



Rafael Urriola es economista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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