Publicidad

La irrupción de los «opinólogos»


Nuestro país ha visto proliferar estos últimos años una nueva figura mediática: los opinólogos. Se trata de personajes que adquieren tal calidad, distinta del experto o del comentarista, gracias a su presencia en los medios de comunicación, muy en especial la televisión. El opinólogo, pues, es un animal televisivo y telegénico cuya singularidad radica en «opinar». Estamos ante un contingente de personajes legitimados por la televisión para emitir opiniones sobre los tópicos más diversos.



Si bien el término opinólogo posee un matiz semántico peyorativo, en relación al comentario profesional, no es menos cierto que en los medios de comunicación son los públicos quienes determinan el éxito o fracaso de las figuras. De tal suerte que un opinólogo es reconocido en cuanto tal sólo en tanto la audiencia lo acepta.



Si otrora fueron los «publicistas» y luego los «comentaristas» y «expertos», los que se ocupaban de tópicos específicos: comentario político, económico, artístico, entre muchos. Hoy, en una sociedad mediatizada, la voz del opinólogo adquiere relevancia por dos razones: primero, el opinólogo habita el mismo «sentido común » de la tele audiencia, su relación es horizontal, creando una inmediatez psíquica y social con su público. El buen opinólogo no es ni más instruido ni más perspicaz que su público, es un igual: habla como la mayoría, piensa como la mayoría, actúa como la mayoría. Segundo, la mayoría de los auditores de medios en una cultura de masas se aproxima a una cierta cultura popular, pero, dirigida precisamente por las grandes coordenadas del consumo mediático y suntuario. En este sentido, se trata de una masa cuyos estereotipos vienen desde el universo mediático de manera vertical y no desde las profundidades antropológicas y folklóricas de la cultura popular clásica. La cultura de masas es más plebeya que popular. El opinólogo es, pues, no sólo telegénico sino el «alter televisivo» de una masa plebeya.



Los opinólogos emiten opinión sobre temas de la más diversa índole, poco importa que se trate de economía, sexualidad, o algún desliz de una estrella de la farándula. En cuanto voz del «sentido común», el opinólogo está autorizado por sus públicos mediáticos para referir cualquier realidad, desde el «chupacabras» hasta el fútbol o algún conflicto internacional. Esto es así porque el opinólogo habla desde y para «la vida cotidiana». En una cultura mediatizada que ha desacralizado el saber experto, todos tienen derecho a opinar sobre cualquier cosa.



Instalados, entonces, en los nuevos vectores culturales de una sociedad de consumo, una cultura que por definición es mediática y masiva, la figura del opinólogo se instala como la voz de la mayoría. Una voz que recrea el habla popular y el imaginario de las masas, fisgoneando pequeños escándalos de la farándula, protagonizando algún bochornoso incidente o, simplemente, comentando la vida de todos los días.



Es interesante destacar que el opinólogo, telegénico, plebeyo y mediático vive de y en los medios. Por tanto su voz remite, en primer lugar, a lo que acontece en los medios o en los eventos asociados. El opinólogo resulta ser un producto que amplifica el universo de los medios instituyendo una realidad cotidiana que llena páginas y pantallas en todos los rincones del país.



Más que una crítica moral, disfraz inoportuno del fariseísmo, el opinólogo debe ser analizado como una figura cultural inédita. Un nuevo espécimen que irrumpe en una cultura que en nuestro país está mutando aceleradamente, hacia una sociedad de consumo mediatizada.





________________





Álvaro Cuadra. Docente e investigador de la Universidad ARCIS.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias