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A los 33 años…


… la ausencia del otrora allendista, Ricardo Lagos en el tradicional acto de recuerdo a «los hombres de La Moneda», caídos el 11 de septiembre, contrastó con la presencia del otrora tenaz opositor a Allende, Patricio Aylwin. Llamativo, más todavía, cuando ese día de remembranzas trágicas, el ex Presidente Lagos agendó una cena con prominentes «hombres de negocios», fervorosos partidarios del golpe militar contra el gobierno de Allende.



Mientras aquello acontecía en la tranquilidad de una casa acomodada, afuera, distante, en distintos lugares de la gran ciudad, reinaba la perturbación. Incontables menores y jóvenes, en su mayoría, levantaban barricadas, reventaban transformadores de electricidad, apedreaban vehículos, incendiaban sucursales bancarias y oficinas de la periferia, saqueaban establecimientos comerciales, explosionaban bombas, disparaban con armas semiautomáticas contra carabineros.



Al día siguiente, el invitado estelar de los «hombres de negocios», refiriéndose a la violencia que estallaba en 31 comunas mientras cenaba mousse de camarones y congrio salteado, sentenció: «Este no es el Chile que hemos construido todos durante muchos años». ¿Y qué es entonces? ¿Acaso la manifestación de seres extraños provenientes de territorios desconocidos? Puede ser, si círculos amplios y heterógeneos de la ciudad política chilena (extensible al mundo occidental y oriental, Asia-Pacífico) tipifican un país ejemplar en «orden», «estabilidad», «seriedad», «prosperidad». Un imaginario de Chile verosímil.



No obstante, el Chile construido estos años posee más de una ciudad, diferentes a aquella desde la que habla el ausente de La Moneda. Las otras ciudades son difíciles de definir porque se las conoce poco; cuando se habla de ellas es para mostrar un solo lado, el oscuro, especialmente el del delito común. Basta sintonizar con la televisión de los empresarios Sebastián Piñera y Ricardo Claro, además del canal de la Pontificia Universidad Católica de Chile.



Las ciudades albergadas en estas 31 comunas perturbadas del día 11 están distantes para la ciudad política (de la élite), más todavía cuando la velocidad con que las atraviesan a través de las autopistas urbanas (subterráneas o abiertas) los desconecta del entorno, los ciega, impidiéndoles percibir ambientes, aspectos, rostros diferentes a los de sus respectivos cotidianos. Por eso, en cierto modo son extraños, habitantes de otras ciudades.



Los enfoques de estos medios de comunicación, virtuales y físicos, dificultan el contacto, el conocimiento o el acceso a ver y entender esa diversidad de ciudades construidas en estos años. El cuarto gobierno de la Concertación se ve sorprendido por la beligerancia de esos «otros chilenos», extraños para la élite, a pesar de que hace tiempo son protagonistas principales de estas fechas, pero que al día subsiguiente desaparecen del primer plano mediático y de las preocupaciones verdaderas: lo que ocultan sus manifestaciones.



El hecho de que sean «grupos muy menores y poco significantes», como dijo una ministra chilena en La Habana, no se desprende de que nada importan; son talantes construidos por este Chile, de los 16 años, incluyendo esos 6 del ahora profesor Lagos; son también hijos de esta modernidad de la que la «ciudad política» guarda una religiosa devoción.



Pero, desde esa ciudad sorprendió el Comandante en Jefe del Ejército cuando levantó hipótesis explicativas del episodio en cuestión: (éste) «obedece a la mezcla de factores de marginación, de gente que se siente excluida del sistema. Otros usan las manifestaciones para cometer delitos (…). Pienso también que la juventud es inmediatista, que ha perdido un poco la paciencia que se requiere para obtener cosas».



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Pablo Portales. Periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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