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Crisis del capitalismo financiero: convirtiendo las taras en ventajas


El sistema capitalista global —y sus crisis— se presentan en este siglo como un deus ex machina. En caso de exabruptos se «autorregularía» o se ajustaría solo (ahora se habla de «corrección brutal») sostienen los economistas neoliberales. Toda crisis -según el mismo discurso economicista que la justifica- es una respuesta o reacción del sistema que sirve para desembarazarse de los lastres o sectores ineficientes que impiden que éste se optimice.



Ä„Cómo si las crisis, «turbulencias» y burbujas especulativas no fueran engendradas por el carácter voraz del sistema financiero mismo! Ya que son la consecuencia de decisiones de los cerebros y propietarios de la industria financiera cuyo fin es ganar el máximo especulando con dinero de papel.



Ahora bien, lo peculiar de esta crisis es que si no consideramos su detonador, es decir, la vida real y los ciudadanos con sus necesidades sociales insatisfechas, no entendemos su génesis. Si nos quedamos con las explicaciones de los tecnócratas, gurúes, políticos, directores de bancos centrales y ministros de hacienda no aprehendemos la dimensión humana detrás de las llamadas «turbulencias» del sistema financiero global. Tan cómodos se encuentran sumergidos en la retórica oficial que utilizan para expresarse, que no resienten ningún malestar cuando se refieren en términos positivos a la irracionalidad del sistema financiero mundial. No van, ni quieren ir, a la raíz.



Y la raíz es el ser humano mismo, concreto, real, con sus necesidades sociales a cuestas.



En la crisis actual de liquidez que sacude el aparato financiero global, los tecnócratas neoliberales ven aspectos positivos. Evidentemente, todos lo hacen post facto, después que la crisis estalla. Antes, según ellos, la locomotora capitalista andaba sobre rieles y en el mejor de los mundos posibles. Alicia en el país de las maravillas.



El registro comunicacional del tecnócrata político es el de la persuasión. Es cuando se expresa en una jerga económica seudo científica destinada a tranquilizar al ciudadano. Pero su propósito va más allá. El discurso trata de legitimar políticas económicas aberrantes; de mostrar el poder del conocimiento haciendo gala de explicaciones de pitoniso, pero manteniendo siempre una franja de misterio acerca del destino final de un futuro que sólo él puede leer. Algún asidero tiene esta actitud. Sólo algunos privilegiados conocen los laberintos de un sistema financiero mundial opaco, donde la asimetría de la información es un factor determinante. Puesto que el manejo de la información da poder para intervenir y prever, ella circula en antros inaccesibles al ciudadano. No es de extrañar entonces que sean éstos los que pagan los platos rotos de la economía casino.



Cabe preguntarse quiénes son, después de estas crisis recurrentes de los mercados financieros, de sus instituciones especuladoras y del aparato financiero capitalista global, los que se benefician con ellas y quiénes salen siempre perdiendo.



Maquiavelo y los mercados financieros



El caso es que Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de EE. UU. (Fed o banco central), aseguraba el 17 de mayo pasado que no había riesgo alguno de crisis en el mercado de las «subprime mortgage» o hipotecas de alto riesgo para personas de bajos ingresos de EE.UU. Pese a que algunas instituciones financieras, que habían vendido este tipo de servicio a hogares de ciudadanos norteamericanos que no tienen acceso a los créditos hipotecarios para vivienda residencial de los bancos tradicionales, estaban en crisis de liquidez desde fines del 2006.



Dos meses más tarde, el 17 de julio pasado, Bernanke reconoció lo que era una ola de rumores in crescendo: había un problema grave y había que intervenir inyectando dinero fresco para impedir que bancos y especuladores institucionales (hedge funds), que habían comprado productos derivados y portafolios de subprimes, quebraran (o siguieran declarándose en quiebra) por problemas de liquidez (cuando no se encuentra un ente comprador en el mercado financiero en dinero contante y sonante) y evitar así el tan temido efecto dominó y de contaminación de todo los pisos del aparato financiero global: bancos, fondos, mutuales de fondos de pensiones (AFPs), bolsas y la «economía real» (la de ellos, la de la tasa de ganancia máxima).



Nótese de inmediato que los bancos centrales van prestamente a salvar al sistema especulador. Quieren impedir que la crisis se propague a los bancos privados que habían comprado instrumentos de alto riesgo para ganar plata rápida y fácil. El dinero inyectado por la Fed no va a ayudar a los deudores para que éstos conserven su propiedad (*), ni pierdan dinero en manos de los pulpos de las finanzas. No, el capitalismo y las leyes del mercado no actúan conforme a razones morales o a la justicia social, exclamaba Friedrich von Hayek.



Ben Bernanke había confiado en Standard& Poor’s y Moody’s -las dos agencias de notación en riesgo más importantes del mundillo financiero global- cuando éstas declararon a mediados del 2006 que no había peligro de iliquidez en el mercado de las hipotecas de alto riesgo. Son las mismas agencias las que notan el «riesgo país», veneradas por todos lo ministros de haciendas. Así, el sistema se retroalimenta viciosamente.



El detonador de la crisis y las necesidades reales insatisfechas



Veremos cómo una necesidad social, la vivienda propia, es transformada en el mercado capitalista en una demanda a la cual se le vende un producto financiero (la oferta): las famosas «subprimes» o hipotecas de riesgo con intereses superiores a los dados por los bancos. Esta realidad económica, vivida por los asalariados fue considerada como un mercado de miles de millones de dólares por las instituciones de «hipotecas de riesgo». Seamos claros. Una masa importante de trabajadores norteamericanos y de inmigrantes, completamente desprotegida en términos de legislación laboral y sindical quiere tener un techo y no le queda más remedio que comprar casa con préstamos hipotecarios que les ofrecen instituciones usureras que les cobran el doble de interés (12 a 14%) de los bancos tradicionales (6 a 7%), porque éstos no les prestan.



Después, estas instituciones financieras legales de usura lograron vender estos «portafolios» o paquetes de hipotecas (junto con paquetes de tarjetas de crédito y de préstamos para la compra de vehículos) en el sistema financiero (bancos y hedge funds). Éstos compraron las hipotecas «titularizadas» porque pensaban en la rentabilidad de hipotecas con altos intereses, que estaban pagando los hogares endeudados.



El momento depresivo es la confluencia del aumento de las tasas anuales de las hipotecas junto con la baja del precio de las casas en el mercado inmobiliario de EE.UU. a los que se agregan factores socioeconómicos variables (posiblemente la baja de ingresos de las familias debido a la pérdida de empleos, sobretodo en el sector de la construcción residencial). Estos factores determinaron que los hogares endeudados no pudieran rembolsar las hipotecas usureras.



Así es como un bien que tiene un «valor de uso» (la necesidad social de un techo) es transformado en «valor de cambio» (la mercancía casa con hipoteca). Bajo el capitalismo globalizado, las necesidades humanas son transformadas por los imperativos del mercado en mercancías. Que en este caso, más tarde, les serán arrebatadas a los endeudados, generando una grave crisis financiera. Cuya consecuencia para los ciudadanos será el aumento de las tasa de crédito. Normal, exclamarán los adoradores del becerro de oro.



Cabe preguntarse si no se trata de terremotos financieros premeditados para detener las tendencias inflacionistas en EE.UU. y de luchas disfrazadas entre las economías occidentales y las asiáticas. Pero también estas crisis les son útiles a los ministros de Hacienda que prefieren alimentar el sistema financiero especulador, en vez de gastar el dinero en la satisfacción de las necesidades sociales.



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(*) Se calcula en alrededor de 3 a 3,5 millones los hogares norteamericanos que perderán sus viviendas porque no pueden rembolsar las «subprime» o préstamos hipotecarios.



Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Département de philosophie, Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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