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Mamá Pata and the New Kids on the Block

Lo que es nítidamente claro es que aquellos que nos dedicamos a observar la región podemos ver que es la primera reunión de emergencia porque uno de los chicos del barrio está en apuros, serios apuros. Ese sentir, nuevo, genuinamente latinoamericano, deja atrás la era del aislamiento chileno de la región. Con todo lo cuestionable que pueda ser el ser de la Concertación, habremos de reconocer esta vez que el hecho no es menor.


Por Loreto Correa*

Por alguna extraña razón que tiene que ver con el carisma de la Presidenta Bachelet y la percepción de la compleja forma en que se produce los asuntos internacionales, esta semana asistimos a la primera reunión convocada por su presidenta pro tempore. En una suerte de asamblea de Mamá Pata «con los pollos», en Santiago se reunieron los chiquillos del barrio.

La anfitriona no dudó en liderar la propuesta de apoyo a la restauración del orden de la situación boliviana. No debe haber dudado porque este escenario no pudo ser más propicio en vísperas de fiestas patrias y ante el estrepitoso escenario interno por las críticas sobre el Transantiago de las semanas anteriores. Pero el tema va más allá y es menos mezquino, de lo que la Alianza pretende. En el último año, Chile ha destacado sus mejores esfuerzos en pos la mejor relación con sus vecinos.

Y si bien con Perú, las cosas están en un compás de espera, con Argentina y Bolivia el derrotero de los pasos en pos de una mayor y mejor relación no han cesado. La agenda vecinal de la cancillería chilena no para en esfuerzos y su Embajador Juan Pablo Lira, los embajadores. Ibarra en La Paz y Maira, en Buenos Aires, menos. Por todos es conocida la ambigüedad con Perú, pero ni aún con Perú, hemos dejado los temas domésticos pospuestos.

Para Chile, esta es la primera vez en décadas que lo vemos liderar un proceso en el continente. La primera vez que no sólo toma la iniciativa, sino que se compromete como Estado a prestar sus buenos oficios. Lo cierto es que dadas las actuales formas de relación entre los países, la perspectiva de un escenario de guerra civil en baja escala que presenta Bolivia, en nada contribuye a la región.

La Presidenta Bachelet, debe saber que hoy más que nunca un descalabro del gobierno pone en jaque los suministros de gas a Argentina. De hecho, la semana pasada, Argentina se quedó sin gas boliviano por el atentado al gasoducto del Gasyr que recorre Tarija hacia la Argentina. Sin ese gas, en Chile tampoco habrá gas si el conflicto pone el riesgo los suministros. Ese es un aspecto.

El segundo aspecto es la postura del Brasil. En una señal severa de crítica a la postura intervencionista de Chávez, Lula ha coincidido en la gravedad de la situación boliviana asistiendo a la cita de Santiago, pero dejando en claro que no está por la postura de intervenir directamente en el conflicto. Lo cierto es que no se puede.

La compleja situación de Bolivia evidencia tres aspectos que la negociación entre el gobierno y el Prefecto de Tarija, Mario Cossío difícilmente podrán revertir: la ruptura de la confianza en la institucionalidad, la falta de solidaridad interna del país y la ausencia de un proyecto país que permita que exista un gobierno en Bolivia que termine sus días sin los aciagos episodios que nos viene exhibiendo desde el 2003 con la caída del Presidente Sánchez de Losada.

¿Qué lleva a estos incordios país? Para cualquier conocedor de Bolivia, dos aspectos resaltan en la actualidad: el proceso de reconstrucción política que encabezan el masismo y la oposición, y el traspaso de la representación de la oposición al liderazgo de los comités cívicos y los prefectos que han sido ratificados por el reciente referéndum de agosto.

Políticamente hablando, y ese es un tema que nunca se vio antes en Bolivia: la oposición partidista, literalmente se borró de la faz de esa tierra. PODEMOS, NFR, MIR, MNR y ADN, no existen. Todo ello en el lapsus de 5 años. Fuera de Bolivia, nadie en su sano juicio político puede entender cómo aquellos comités cívicos son tan poderosos. La respuesta es que los Comités Cívicos han llenado el vacío de los partidos políticos, pero no desde la élite tradicional que formaba las cúpulas partidistas, sino desde la clase media profesional adinerada que posee una mentalidad distinta a la forma de hacer política tradicional en este país.

Así, de corte más gremial si se quiere, la rebelión de los Comités obedece a un nuevo lenguaje que se ha venido instalando entre los nuevos hombres de la política boliviana que tienen entre los 35 y 55 años, de diversas profesiones y con postgrado y que están hartos de la mediocridad de un Estado agonizante en las bases y autoritario desde las cúpulas, no importando si se trata del MAS o el MNR que gobierne.

La representación cívica deviene de las luchas por los 18% de las regalías en los años 50. En ese entonces el Oriente -pero particularmente Santa Cruz- enarboló a través de sus hombres más ilustres que no tenían un registro partidario exclusivo su participación en una corporación regional.

El «civismo», se hizo cargo paulatinamente del repositorio moral de las regiones, constituyó un espacio de discusión de los temas regionales y sobre todo, se fue constituyendo en el depositario de la confianza ciudadana que vio históricamente en el poder central, un resorte ambiguo para cubrir las necesidades locales.

El ser cruceño antes que boliviano, el ser chapaco antes que boliviano, humorada fiestera camba/beniana en los ochenta y noventas en el país, terminó traduciéndose en los albores del siglo XXI, en un permanente y contradictorio reclamo a la burocracia central, que por cierto no se compone sólo de collas, sino de una cultura política irreversiblemente cientelar e ineficiente.

Entonces las luchas cívicas habían evolucionado hacia realidades prácticas. Basten dos ejemplos: las dos compañías de luz y agua del departamento de Santa Cruz, la CRE y Saguapag obedecen a la iniciativa cívica regional. El Estado boliviano tiene una deuda que las regiones cobran hoy con creces.

Cierto es que las regiones por décadas han incubado la rebeldía que hoy presentan con el poder central. El llamado centralismo es ineficiente, es indolente a las necesidades de las regiones, empezando aunque parezca mentira por la misma región paceña.

Sin embargo, las condiciones del civismo son sediciosas y aún cuando aún no entre en vigencia el proyecto constitucional del MAS, la contravención histórica y la insubordinación social expresan una ruptura que UNASUR no podrá revertir, por mejores oficios que ponga de su parte.

En la realidad actual de Bolivia, ni este foro presidencial, ni la OEA, pueden hacer lo que los propios bolivianos deben hacer: reflexionar, velar por el bien común y reconciliarse en un pacto de gobernabilidad que modere el proyecto masista en un marco de consenso nacional y destaque las autonomías y el destino de los hidrocarburos a las dos mayores necesidades del país: educación e infraestructura, las dos deudas del Estado boliviano que se traducen en pobreza, discriminación y exclusión. Los grandes acuerdos terminan en nada si el TNG (Tesoro General de la Nación) colapsa en el Parlamento.

¿Para qué entonces puede servir la cita de UNASUR? La reunión de los chicos en casa de Mamá Pata, evidencia algo que es un auspicioso sentir de Latinoamérica: que tenemos problemas comunes, que nos podemos apoyar entre las naciones y que hoy es claro que tenemos un proceso de integración en marcha porque estamos más cerca que antes. No queda claro si esto tenga algo de bolivariano.

Lo que es nítidamente claro es que aquellos que nos dedicamos a observar la región podemos ver que es la primera reunión de emergencia porque uno de los chicos del barrio está en apuros, serios apuros. Ese sentir, nuevo, genuinamente latinoamericano, deja atrás la era del aislamiento chileno de la región. Con todo lo cuestionable que pueda ser el ser de la Concertación, habremos de reconocer esta vez que el hecho «no es menor».

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*Loreto Correa es académica del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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