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La “roja” de Lavín

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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La ética de la “roja” de Lavín –la chaqueta de él y sus compañeros de selección- es claramente inversa: darle más a los que tienen más. Es un fútbol perverso, con premios superfluos, banales y oportunistas, que no mide ni el costo político que el malestar de la exclusión provoca.


El único que le podría haber ganado a esta “roja” del ministro de Educación Joaquín Lavín es, nada más y nada menos, que el “Gordo” –con cariño- Santibáñez. Dicen que era un pillo, que para ganar un partido era capaz de sugerir todo tipo de vivezas y artimañas. Alguna vez –tal vez sea un mito- habría entrado a la banca con un perro dentro de un saco papero para que, cuando el partido estuviera en una temperatura álgida en contra, literalmente tirar al perro a la cancha y enfriar así al rival. Así era el “Gordo”, un entrenador sui generis, que finalmente –para pesar de Pinochet- no le supo enseñar lo más elemental a Carlos Caszely, tirar un penal y meterla adentro.

El futbol de Lavín es superior en viveza. Es como el que cuenta John Rawls, uno de los más potentes pensadores del liberalismo político del siglo XX, en un libro fundamental como la Teoría de la Justicia.

[cita]El punto es que hay muchísimos colegios que están por debajo del promedio nacional del SIMCE, que atienden a los estudiantes más vulnerables, en condiciones muy desfavorables, que nunca ganarán en este juego de Lavín.[/cita]

Rawls nos dice – y perdonen lo extenso de la cita- “Imaginemos que vamos a inventar un nuevo deporte llamado “fútbol” y que los encargados de redactar las reglas del juego fuesen personas que cediesen a la tentación de la parcialidad desde el conocimiento de sus propias características y habilidades, de modo que algunos proponen que si un jugador mide más de uno noventa, sus goles valdrán dos puntos, y en cambio sólo valdrán un punto para los que midan menos; hay quien exige que los equipos sólo puedan estar formados por personas que posean algún título nobiliario; otros piden que los goles marcados por equipos de gran presupuesto deben valer tres veces más que los marcados por equipos de economía modesta, otros podrían pedir que no se permita jugar a personas de cierta raza en los partidos oficiales, etc.

Lavín propone un fútbol como éste, es decir, una competición que sólo los privilegiados pueden ganar de verás. Propone un juego en el que todo está a favor de su equipo: el viento, la inclinación de la cancha, y lo que es peor, las reglas. ¿Cómo así?

Supimos que gastará 1 millón de dólares en premiar a 150 colegios municipales o subvencionados de todo el país que tuvieron el mejor SIMCE en cada región. El premio es un voucher canjeable por plasmas, lcd, mp3, mp4, computadores, etc. ¿El criterio de selección? Será un colegio por cada quintil de nivel socioeconómico siempre y cuando supere el promedio SIMCE nacional.

Pues sí, éste es su “fútbol”, su juego, sus reglas.

El punto es que hay muchísimos colegios que están por debajo del promedio nacional del SIMCE, que atienden a los estudiantes más vulnerables, en condiciones muy desfavorables, que nunca ganarán en este juego de Lavín. Pero, atención –y cualquiera lo puede comprobar porque es información pública: muchos de esos colegios tuvieron alzas tremendamente significativas, sobre los 30 puntos por ejemplo, en lenguaje o matemáticas. Pero no alcanzan  el promedio SIMCE nacional.

Si usted pregunta si ellos merecen o no un premio –y más que de consuelo- la respuesta es un sí rotundo. Ellos merecen más que los otros el premio, pues se trata de colegios que contra viento y marea logran progresos realmente significativos.

Si el principio ético –principio rawlsiano por lo demás- es darle más al que tiene menos, claramente en este caso no fue así.

La ética de la “roja” de Lavín –la chaqueta de él y sus compañeros de selección- es claramente inversa: darle más a los que tienen más. Es un fútbol perverso, con premios superfluos, banales y oportunistas, que no mide ni el costo político que el malestar de la exclusión provoca.

Ni el “Gordo” Santibáñez podría ganar. Qué decir Caszely.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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