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La Concertación: ¿Cambio de nombre o de alma?

Para refundar a la Concertación no basta con cambiarle el nombre, se le debe cambiar el alma y, para eso, todos los actuales dirigentes de la Concertación deben darse cuenta que excedieron con creces los 15 minutos de fama que les correspondían.


Los mismos dirigentes que hoy pelean por las migajas de poder que le quedan a la Concertación, fueron los que precisamente le mataron el alma a esa coalición y así fue como los jóvenes y enérgicos líderes del ayer que la fundaron, hoy constituyen una casta cerrada, monopolizadora del poder a su interior.

Para comprobar lo anterior, basta con revisar hace pocos días un importante diario de circulación nacional, en donde se puede apreciar una foto que tiene como texto “Con pancartas con la leyenda “no más concerta”, los miembros de la Juventud Radical ….etc..”. Lo más curioso es que los miembros de la “juventud radical” que se aprecian en la fotografía ¡¡¡rondan por lo bajo los 40 años!!!

Esa foto es sintomática de por qué agoniza la Concertación y esta realidad no se resuelve con un simple cambio de nombre (como sugiere el Presidente del Partido Radical, el senador José Antonio Gómez).

[cita]Los mismos dirigentes que hoy pelean por las migajas de poder que le quedan a la Concertación, fueron los que precisamente le mataron el alma a esa coalición.[/cita]

La gran fortaleza de la Concertación fue su capacidad de aglutinar a elementos muy diversos por un objetivo común; primero fue derrotar a Pinochet, luego fue reinstalar la democracia en el país, y ¿cómo lo lograron siendo tan distintos entre ellos? Porque la dirigía un grupo de dirigentes jóvenes y con energía, que se comprometieron, para mantener la unidad de la nueva coalición, en respetar y acatar siempre el sentir colectivo de su electorado y de sus miembros.

Pero, ¿qué ocurrió? El mismo grupo de dirigentes jóvenes y enérgicos que la fundó, pasó a ser un grupo de dirigentes que monopolizó la toma de decisiones de la Concertación y se convirtió en una casta inamovible, que no ha permitido nuevos liderazgos a su interior (los dirigentes “juveniles” de 40 años lo demuestran).

Los síntomas se veían venir desde hacía bastante tiempo y es bueno recordar al menos los principales hitos de este derrumbamiento del alma concertacionista. El primer síntoma claro fue la expulsión de Adolfo Zaldívar, junto a otros dirigentes de la DC. Los dirigentes jóvenes y enérgicos de antaño, que hacían de la diversidad una fortaleza, ya no estaban para aguantar mucha diversidad o para negociar a costa de ella (lo que es propio de una conglomerado político amplio y exitoso), por tanto, la disposición de solucionar los problemas dentro de la Concertación ya había cambiado. Los dirigentes jóvenes y enérgicos de antaño ya no estaban para recibir sermones. Los expulsaron.

Después, llegamos a las primarias para decidir al candidato de la Concertación que se enfrentaría al actual Presidente Sebastian Piñera. Los antiguos jóvenes y enérgicos dirigentes ya no estaban para hacer primarias nacionales que los desgastaran y que les impusiera la tediosa tarea de convencer a las bases concertacionistas. La nueva casta de dirigentes eternos en que se habían convertido sabía mejor que los militantes lo que era bueno para la Concertación y para el país. Conclusión: un ridículo simulacro de primaria en donde no dejaron competir a Marco Enríquez-Ominami.

Todo lo anterior, acompañado, matizado y condimentado con la práctica habitual de la consolidada casta eterna de dirigentes de la Concertación, de apuntar con  el dedo a los que opinaban distinto al gobierno de turno. Más que democracia o convicción, comenzaron a exigir “lealtad”. Los ex dirigentes jóvenes y enérgicos ya no estaban para convencer, para convocar, para negociar, ya sólo ordenaban y el que no obedecía era un “traidor” o “díscolo”.

En conclusión, los mismos dirigentes que formaron la Concertación la terminaron  matando. Cuando comenzaron eran  jóvenes y tenían convicción, por tanto estaban dispuestos a gastarse la vida en reflejar de verdad el espíritu democrático de la Concertación (que fue su gran fortaleza para mantener unido a partidos tan distintos). Esos dirigentes empezaron a envejecer, a tener menos paciencia y después de 20 años en el poder creían, además, que lo sabían todo, que nadie les podía venir a decir cómo se gobernaba el país y menos cómo se debía dirigir la Concertación.

Los partidos políticos y aun más las coaliciones políticas son como un circo, en donde cada uno de los “artistas” deben tener sus 15 minutos de fama y después salir del escenario para dar paso al siguiente “artista”. Si  uno de ellos se alarga en su show, empieza a aburrir al público y éste empieza a retirarse de la carpa, mientras los otros artistas se comienzan a molestarse porque cada vez queda menos público para su acto y sus 15 minutos de show. ¿El resultado? Luchas internas y fuga de espectadores y así, quienes intentan monopolizar el show terminan matando el éxito del circo.

Para refundar a la Concertación no basta con cambiarle el nombre, se le debe cambiar el alma y, para eso, todos los actuales dirigentes de la Concertación deben darse cuenta que excedieron con creces los 15 minutos de fama que les correspondían.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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