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Los transplantados

Manuel Riesco
Por : Manuel Riesco Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda)
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Los conquistadores vinieron tras el oro. Y vaya que encontraron. Y plata también. Ellos y sus sucesores se llevaron el tabaco, cacao, café, azúcar, cobre, guano, salitre, caucho y de un cuanto hay, que brotaban en manantial de esta tierra prometida. A lo largo de cinco siglos, América Latina ha sido una fuente pródiga de recursos bien apetecidos, originarios muchos de ellos o que se daban mejor por estos lados. En una palabra, el continente siempre ha sido un pozo inagotable de renta.

La tierra, el agua y el clima, que bendicen este continente son tan pródigos, que posiblemente, al igual como ocurre hoy, las riquezas que a lo largo de cinco siglos han salido de America, no acumularon su enorme valor exclusivamente del trabajo incorporado a ellas por los propios americanos. Parte significativa de aquel, proviene de generosas transferencias a los propietarios de los recursos exportados, de parte de consumidores globales ávidos por la escasez de éstos. Es decir, renta pura.

Adicionalmente, desde luego, América ha sido fuente secular y generosa de trabajo excedente. Milenarias pirámides y ciudades en las nubes, catedrales, palacios y mansiones rurales, santerías, tapices, vasos y joyas, son vestigios espléndidos de aquel. Sin contar la mayor parte, que ha sido derrochada en consumos suntuarios y servicios personales disfrutados por señores americanos de todas las eras.

Secularmente, la llave para apropiarse tanto del trabajo excedente de los propios americanos, como de la renta trasferida desde ultramar, fue una y solo una: adueñarse de la tierra de América. Bien lo sabia el Rey de España, que como amo de tierras y almas del nuevo continente, cobraba una regalía de un tercio de cuanto salía de acá. ¡Ese es «royalty» de verdad!

Como se sabe, la sociedad moderna funciona de otra manera bien diferente. La riqueza de su «inmenso arsenal de mercancías,» como lo llama Marx, proviene exclusivamente del trabajo humano dedicado a producir bienes y servicios que logran venderse. Los trabajadores modernos han roto su sujeción secular a la tierra y conquistado la libertad de vender su fuerza de trabajo. Junto con la obligación de hacerlo, si no desean morirse de hambre, puesto que no les sobra nada mas. Para apropiarse del trabajo ajeno ya no se necesita poseer tierra, sino dinero.

Sin embargo, en América Latina, las cosas siguen funcionando en buena medida a la antigua. La mayoría de los países todavía permite apropiarse privadamente y sin cobro de sus riquísimos recursos naturales. Por lo tanto, resulta mucho mas fácil disfrutar de la renta de los mismos que entrar en la dura competencia capitalista.
El que las cosas continúen de este modo, provocando severas distorsiones en la estructura económica y social, su letargo relativo y su vergonzosa inequidad, tiene probablemente su origen en la persistente hegemonía de sus élites seculares, transplantadas y parasitarias.

Al igual que sus congéneres de otros continentes, las elites latinoamericanas siempre han sido apropiadoras voraces tanto de la renta como del trabajo excedente. Con el singular agravante que en este caso se trató de señores trasplantados. Alejandro Lipschutz, el sabio y revolucionario científico que vino desde Rusia a principios del siglo 20, a quien Neruda llamó «el hombre más importante de Chile,» formuló originalmente esta tesis sugerente.

Los conquistadores, a la usanza de sus contemporáneos «condottieri» europeos, se infiltraron en las constantes guerras que libraban entre si los grandes señoríos americanos, ofreciendo inicialmente sus ventajosas armas al servicio de unos contra otros, para terminar haciéndose del poder ellos mismos. Suplantaron de este modo a Aztecas, Incas y otros amos antiguos.

Explica, desde luego, que una cincuentena de patibularios aventureros españoles lograsen en corto tiempo dominar a decenas de miles de americanos, que habían construido una de las más impresionantes civilizaciones de la antigüedad. Sin embargo, la prueba mas convincente y elegante de su tesis la ofrece Lipschutz, al contrastar que la conquista solo fue exitosa en las alturas andinas, precisamente allí donde florecieron los antiguos imperios americanos.

Por el contrario, la soledad de las grandes llanuras de norteamérica y pampas argentinas, así como los lagos, canales y ríos al sur del Bío-Bío, en Chile, fueron testigos admirados de como los bravos indígenas americanos, que allí vivían el mas primitivo de los comunismos, lograron resistir exitosamente a lo largo de ¡cuatro siglos!
De este modo, la conquista y colonia solo tuvieron lugar en aquellas regiones de América donde la gran población indígena se hallaba asentada sobre el maiz y otros cultivos milagrosos, que por milenios les habían permitido reproducirse en plenitud labrando solo algunos meses del año. Su abundante trabajo excedente pudo plasmarse en las maravillas que construyeron para sus propios señores y aquellos otros llegados de ultramar, que los suplantaron.

La dominación europea se impuso gradualmente en América, más allá de los antiguos imperios. Se extendió por los yermos márgenes de aquellos, cuya escasa productividad nunca sostuvo grandes poblaciones ni señoríos. Los que allí llegaron eran también campesinos pobres de la península ibérica en busca de fortuna. Sin embargo, a diferencia de los otros que se hicieron la América y terminaron como virreyes, éstos se asentaron como modestos colonos y pequeños señores. Sin embargo, conformaron un tejido bien tupido y establecieron mas pronto Estados relativamente fuertes y centralizados. Cooptando con habilidad a los recién llegados que lograban hacer fortuna, lograron prolongar una firme hegemonía sobre sus territorios y poblaciones, que mantienen en buena medida hasta el día de hoy.

Dominó también la jugosa costa tropical del Atlántico y el Caribe, cuya fertilidad única para producir azúcar, algodón y otros lujos, fue pronto descubierta y explotada. Puesto que sus escasas y primitivas poblaciones fueron rápidamente exterminadas, fueron reemplazadas masivamente por esclavos. El cuarenta por ciento de todos aquellos capturados desde Africa a lo largo de cuatro siglos, llegó al Brasil. Buena parte del resto al Caribe, particularmente a Cuba. De ese modo, se conformó allí la sociedad. Tanto los amos de plantaciones como sus esclavos llegaron de ultramar, pero en condiciones algo diferentes.

El pueblo latinoamericano, se conformó en la fusión de los antiguos habitantes del continente, con los pobres que a lo largo de cuatro siglos continuaron migrando lentamente desde la península ibérica y aquellos traidos a la fuerza desde Africa.

A lo largo de cuatro siglos y la mayor parte de un quinto, se mantuvieron sumisos en la ignorancia, insalubridad e idiocía, que es el término utilizado de modo etimológicamente correcto por Marx en El Manifiesto Comunista, para referirse al aislamiento profundo de la vida campesina tradicional.

Solo despertaron masivamente de su larga siesta a partir de la segunda mitad del siglo veinte. De todo el continente, vienen llegando para conformar las grandes ciudades donde esta emergiendo la moderna América Latina. Ello no representa novedad ninguna. Es la transformación que el mundo ha venido experimentando a lo largo de los ultimos dos siglos y actualmente está alcanzando su clímax a nivel global.

Esa no es toda la historia. Hacia fines del siglo 19 y principios del 20, en Europa cursaba en plenitud la Gran Migración del campo a la ciudad que está pariendo la Era. Una parte de aquella saltó el Atlántico y vino a parar a las costas de América. La mayor parte fue a dar al Norte, donde proporcionaron la infantería de la Conquista del Oeste y la emergencia pujante del capitalismo estadounidense. Una parte de ellos llegó asimismo al Sur. Solo arribaron en masa al Rio de la Plata, en cuyos márgenes dieron a luz el primer gran centro urbano latinoamericano, donde emergieron por vez primera en estas latitudes la sociedad y economía contemporáneas. Algo parecido tuvo lugar algo mas tarde en Sao Paulo. A otros lados llegaron casi siempre de a goteras, pero igualmente fueron decisivos en el nacimiento de las clases medias urbanas y la gestación de las elites empresariales e intelectuales modernas.

Tanto en el Norte como en el Sur, las sociedades modernas nacidas de la Gran Migración Europea decimonónica, tuvieron que vérselas con las viejas formaciones agrarias pre-existentes, esclavistas en Norteamérica y latifundistas en Latinoamérica. El enfrentamiento entre ambas fue inevitable y siendo mas radical y sanguinario en los EEUU, culminó allí con la victoria total de los primeros sobre los segundos. No ocurrió lo mismo en el sur de América. La tensión entre la gran ciudad rioplatense y el interior agrario tradicional se prolongó, indecisa, determinando la historia de Argentina y Uruguay hasta fines del siglo veinte.

Le pesa a América Latina su elite trasplantada de ultramar. Por lo general, se ha mantenido segregada, social y racialmente. Su virtual «Apartheid» se parece al que prevalecía en Sud Africa a mediados del siglo pasado ¡Antes que fuera oficialmente reconocido!

Su hegemonía secular se mantiene en medida no menor. Es el origen de la vergonzosa segregación e inequidad que caracterizan a la región. Es la causa de su relativo letargo comparada con otras regiones emergentes del siglo 21.

Su dominación se ha basado siempre y hasta el día de hoy, principalmente, en su apropiación de la tierra y los recursos naturales del continente. Es una elite donde predomina el rentismo.

Así se gestó, en lo esencial, el pecado original de Latinoamérica.

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