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Los partidos políticos y el poder parlamentario EDITORIAL

Los partidos políticos y el poder parlamentario

En las actuales circunstancias, lo que parece evidente es que ello ha cambiado. El arrastre político de un líder blindado por la ciudadanía como es Bachelet, más la desafección y la crítica de la política, pueden generar la tormenta perfecta que de al traste con la estabilidad basada en mayorías leves o precarias que obligan a negociar todo. El colapso puede provenir de un péndulo de poder acelerado por una mayoría electoral de nuevo tipo, que no sea necesariamente sistémica.


El resultado global de las primarias presidenciales del domingo 30 de junio puso una alerta en las mesas directivas de los partidos políticos en relación a las elecciones parlamentarias de fin de año. Aunque por distintos motivos, tanto en el oficialismo como en el conglomerado Nueva Mayoría, se abocaron de inmediato a un estudio realista del escenario y parecen haber llegado a la conclusión de que debían, transversalmente, cerrar filas para defender el fuero político de los partidos en el lugar institucional adecuado: el Congreso Nacional. Para ello, la reforma del sistema electoral binominal cae como anillo al dedo.

Parece obvio que tras su arrollador triunfo en las primarias presidenciales, Michelle Bachelet, cuya votación triplicó a la de toda la derecha junta y más que dobló a la de los partidos que la apoyan, emergiera sin contrapeso frente al resto de los actores políticos. Ello, unido a la distancia crítica que ha manifestado por el accionar sectario de los partidos que la acompañan, la ha hecho aparecer en el papel que mejor interpreta: la líder sola. Pero con un poder de convocatoria propia hasta ahora inédito, que de inmediato activó el instinto de conservación de los dirigentes partidarios, que pugnan por tener un trato igualitario de poder con ella.

El domingo pasado, a página enfrentada en un matutino, dos factótums del poder político de los partidos, Andrés Zaldívar de la DC y Camilo Escalona del PS, se refirieron en sendas entrevistas a la necesidad de que no se relegara a un segundo plano a los partidos. Tan enfáticas fueron las declaraciones de ambos que parecieron una petición expresa a la candidata de, por favor, no desordenar el poder de los partidos.

[cita]En Chile, hoy es casi un consenso nacional que la estrechez de representatividad del sistema electoral binominal  es causa de la falta de legitimidad democrática de todo el sistema político. Siendo así, la reforma del binominal es el blanco político perfecto para acomodar el poder constituido, es decir el que administra el sistema, en la ola de cambio, sin que necesariamente cambie todo. [/cita]

La percepción de que podría darse un tsunami político, con el riesgo para muchos dirigentes de quedarse fuera del poder, fuerza decisiones y actitudes que resultan de tono oligárquico. Camilo Escalona, pese a su derrota en el punch político por la X Región con Rabindranath Quinteros, hecho en el cual Bachelet tomó palco, aceptó la invitación de su partido —por supuesto sin competencia alguna— de ir como candidato al Senado por la VIII Región. Tal invitación, al parecer, está hecha con capital democratacristiano, pues tan fuerte ha sido el apoyo explícito de la DC a que el senador socialista no quede fuera del Parlamento, que decidió no levantar candidato en esa circunscripción.

En la vereda del frente, el magro empate de la derecha en las primarias presidenciales que fueron definidas por nariz a favor de Pablo Longueira, anclaron la disputa interna en la potencia parlamentaria de los partidos que componen el oficialismo. Pero sin la expectativa real de controlar el gobierno, armar una ordenada plantilla parlamentaria es casi imposible, e inevitablemente la competencia será algo fratricida, con fatales resultados para el que perdió la primaria interna. Si a ello se agrega que por primera vez la eficiencia del sistema binominal para conservar poder pudiera estar en duda debido a los brotes regionalistas, la acción de los movimientos sociales y la desafección ciudadana de la política, es necesario desempolvar la racionalidad de la vieja república y negociar. Como siempre, la derecha no tiene acuerdo en el tema, pero hoy hay muchas cosas en juego y queda la sensación de que la oportunidad de cambio es verdadera.

Un hecho central de toda democracia representativa es la imposibilidad de concebirla sin la existencia de un Congreso en forma. La integración de ese Congreso, respondiendo a las reglas de elegibilidad electoral, construye la representación democrática y el volumen de legitimidad de todo el sistema. Esa es la teoría y por una u otra razón, llena también el imaginario del cambio político práctico en el país.

En Chile, hoy es casi un consenso nacional que la estrechez de representatividad del sistema electoral binominal  es causa de la falta de legitimidad democrática de todo el sistema político. Siendo así, la reforma del binominal es el blanco político perfecto para acomodar el poder constituido, es decir el que administra el sistema, en la ola de cambio, sin que necesariamente cambie todo.

Hasta ahora, los partidos políticos eran los administradores indiscutidos del sistema, si no sus propietarios exclusivos, determinando de manera casi administrativa la elegibilidad de los candidatos al Parlamento, y añadiendo a esa estrechez de representación el elemento adicional del control burocrático de los cargos parlamentarios ante la ciudadanía.

En las actuales circunstancias, lo que parece evidente es que ello ha cambiado. El arrastre político de un líder blindado por la ciudadanía como es Bachelet, más la desafección y la crítica de la política, pueden generar la tormenta perfecta que dé al traste con la estabilidad basada en mayorías leves o precarias que obligan a negociar todo. El colapso puede provenir de un péndulo de poder acelerado por una mayoría electoral de nuevo tipo, que no sea necesariamente sistémica.

La percepción de que la clave de ese poder la tiene Michelle Bachelet es lo que genera de manera larvada una línea de contención política transversal en la elite, amparada en una causa tan justa como la reforma del binominal, y como una manera de recomponer su poder frente al líder del nuevo escenario.

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