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La danza de los lobos: El empresariado en pie de combate contra la reforma LABORAL

Jaime Ensignia
Por : Jaime Ensignia Sociólogo, Dr. en Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Libre de Berlín. Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21
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No cabe ninguna duda acerca de lo saludable que resulta que el empresariado nacional aproveche los espacios que la democracia ofrece y permite para debatir a la luz pública sus problemas. Sin embargo, igualmente saludable es no olvidar la carga histórica reciente del empresariado, donde asumió una postura autocomplaciente pese a la oscuridad de la época


En un escenario, en donde se respetan y se cumplen las reglas democráticas, las actuales reformas planteadas por el gobierno, reflejan un sistema democrático que responde adecuadamente a los intereses del conjunto de la sociedad.

Eso ocurre con presidentes elegidos por sufragio universal, un parlamento que debate en profundidad y celeridad las leyes, con partidos políticos que representan efectivamente a la ciudadanía, con gremios empresariales que exponen y defienden sus perspectivas, y con sindicatos modernos, que no defienden solo sus intereses corporativos sino proponen también una visión política de la sociedad. Es en esa ecología política donde todas las opciones tienen su cauce democrático de solución.

A esto se agrega que organismos internacionales como la CEPAL, PNUD, OIT y otros, aportan miradas comparativas internacionales en cuanto a los grandes temas de debate nacional.

Todo lo expresado no existió bajo la dictadura cívico militar de Pinochet en el momento en que se promulgaron las reformas estructurales: la de pensiones; la educacional; la Constitución de 1980; la de salud y por cierto; la reforma laboral del ex ministro del Trabajo, José Piñera. Esta, que cambió de raíz las relaciones labores que prevalecieron hasta septiembre de 1973, conlleva un enorme pecado de origen: fue implementada bajo la coerción física de un estado dictatorial. No habiendo actores sociales y políticos habilitados como organización, pues se los había disuelto, el empresariado de la época no tuvo interlocutor civil al otro lado de la mesa, ni dejó constancia de lo antidemocrático y anticonstitucional de todas estas transformaciones. Simplemente se dedicó a beneficiarse de esta situación.

[cita] No cabe ninguna duda acerca de lo saludable que resulta que el empresariado nacional aproveche los espacios que la democracia ofrece y permite para debatir a la luz pública sus problemas. Sin embargo, igualmente saludable es no olvidar la carga histórica reciente del empresariado, donde asumió una postura autocomplaciente pese a la oscuridad de la época[/cita]

Hoy, el empresariado nacional cuenta con todas las garantías para juzgar qué le gusta o qué no del actual Proyecto de Ley que Moderniza el Sistema de Relaciones Laborales, y lo hace ver en las más diversas esferas del poder, sea el parlamento, el ejecutivo o los partidos políticos o la acedmia.

No obstante su poder, usa un tono desmesurado, abonando un clima de crispación en el debate y echando mando a viejas amenazas: caída de la inversión, aumento del desempleo y otras catástrofes económicas.

Como una muestra de este estado de ánimo el reelecto presidente de la SOFOFA, Hermann von Mühlenbrock, señala en una entrevista que “Es una reforma absolutamente ideológica, populista y cuya táctica es: coloquemos cosas harto más malas para, por ejemplo, discutir la negociación por rama”. Y continúa: “Ésta es una reforma totalmente antidemocrática”(…), a la larga, si hacen una mala reforma, veremos un país creciendo menos y con muchos más conflictos” (Diario Pulso, 13 de abril 2015).

Este tipo de declaraciones fueron la antesala de la 1ª Jornada de Reflexión “X Una Reforma Laboral Para Todos” del 15 de abril pasado, en donde los gremios empresariales se reunieron para agitar a sus adherentes con el objetivo de señalarle al gobierno -y no tan solo al gobierno, sino también a la sociedad civil y a la política-, que están en pie de alerta para obstruir el proyecto de reforma laboral en curso.

Grandes frases para el bronce, estigmatizaciones y denuncias nada novedosas, extraídas acríticamente del antiguo repertorio ideológico empresarial, precedieron a la exposición central de la jornada a cargo de Oscar Guillermo Garretón, ex dirigente político de la Unidad Popular y ex subsecretario de Economía bajo el gobierno de Salvador Allende. En una de sus tesis centrales, Garretón explicitó la “incomunicación entre la empresa y la política” en el sentido que los políticos y las autoridades de gobierno no conocen al “empresariado y la moderna empresa”.

No cabe ninguna duda acerca de lo saludable que resulta que el empresariado nacional aproveche los espacios que la democracia ofrece y permite para debatir a la luz pública sus problemas. Sin embargo, igualmente saludable es no olvidar la carga histórica reciente del empresariado, donde asumió una postura autocomplaciente pese a la oscuridad de la época.

No se conoce autocrítica alguna por parte de este sector. Las violaciones de derechos humanos y civiles sufridas por el movimiento sindical y sus dirigentes, no obtuvieron de los empleadores ni siquiera una reflexión humanitaria, y menos aún una autocrítica benévola por los beneficios que obtuvo de situaciones incluso ilegales por la acción de régimen cívico militar. No se trata de hacer un recorrido expiatorio hacia el pasado sino reconocer los fundamentos estructurales de la asimetría laboral entre empresarios y trabajadores en el país. Asimetría que atenta contra la igualdad de derechos y no busca puras razones económicas o redistributivas.

En esa Primera Jornada empresarial, sí hubo una reflexión autocrítica sobre el pasado: la de Oscar Guillermo Garretón. Lejos de invitar a un ejercicio sobre su propia actuación, prefirió parapetarse en un cómo nosotros, apuntando siempre a las responsabilidades de otros, lo que complació, una vez más, a su público empresarial.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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