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Premio Nacional de Música 2016: lobby pobre, pero lobby a fin de cuentas


Después de 17 intentos fallidos, al fin este galardón cayó en Vicente Bianchi, siendo algo así como un premio al esfuerzo más que a su real aporte a la escena cultural chilena –o al menos eso es lo que se sugiere al revisar la presencia en prensa del acontecimiento–.

El tema del Premio Nacional de Música y la posibilidad de Bianchi de obtenerlo siempre generó gran discusión, principalmente centrada en la disputa entre la música comercializable y lo puramente académico y/o artístico como merecedores exclusivos o no del premio. Edición tras edición se dio esta discusión, la que siempre existió sin tener sentido, ya que ni siquiera el premio mismo está definido como lo que los militantes de cada bando quisieran.

Bianualmente vemos en prensa los reclamos de Bianchi y sus admiradores por no ganar el premio, no es para menos, casi 35 años postulando. La respuesta –no oficial– de parte del jurado y de los contrarios a su nominación, es que es un premio hecho para destacar el quehacer de la música académica, pudiendo equilibrar la falta de oportunidades tanto económicas como de reconocimientos que tiene esta área de la creación musical, contrariamente a la música popular, por su posibilidad de comercializarse. A Bianchi lo encasillaban en este otro lado, en el que podía vender su música. Pero entonces, ¿qué pasó?

Bueno, pasó que en verdad nunca nada pasó. El Premio Nacional de Música nunca ha estado realmente definido como un premio que se entrega al quehacer académico, sino que eso es lo que parece siempre se trató de definir, pero no se llevó al papel ni a la discusión oficial.

Esta confusión y desorden, además de ser característica de lo relacionado con la cultura en Chile –es decir, algo que “no es tan importante” tomar en serio– se torna bastante peligroso, principalmente porque la actitud característica mencionada ha ido reforzando el escenario que se comenzó a forjar en el momento en que se inició la transición: la cultura definida como algo medible cuantitativamente, tarea que entonces solo pueden administrar tecnócratas, gestores y administradores de la cultura. Todo lo que tenga que ver de verdad con el pensamiento humano, con la reflexión artística, está en segundo plano.

Ahora, dado el premio a Bianchi, hay que pensar en cómo esta entrega funciona como bisagra de lo que viene en las próximas ediciones: la academia perdió el forcejeo por tener un premio dedicado al arte más reflexivo que comercializable. Personalmente opino que no hay que entender esta derrota de la academia musical como algo negativo a nivel artístico, ya que la música que tiene la posibilidad de comercializarse no tiene nada de malo, al contrario, es música que circula fácilmente, por lo que está dotada de posibilidades especiales.

Lo que sí hay que hacer ahora es revisar la lógica del premio, ya que justamente no cumple ninguna, sino que parece ser una especie de pensión vitalicia que se somete a lobby y discusión administrativa.

Veamos el jurado: es conformado por dos rectores, el/la ministro/a de Educación y un Premio Nacional anterior, en esta edición fue representante de la Academia Chilena de Bellas Artes por no estar presente el último premio. Es decir, solo hay posibilidades de que el 25% del jurado sepa algo de música y sepa algo sobre los postulantes. Este año, como anécdota que recalca el poco interés en hacer las cosas bien que hay en lo relacionado con la cultura en Chile, tenemos lo enunciado por la ministra de Educación (educación: ironías de la vida) Adriana Delpiano (del piano: más ironías) para explicar por qué se le atribuye el premio a Bianchi: entre varias cosas, le atribuye el haber compuesto “La Pérgola de las Flores” como un logro positivo, ¡la que no fue compuesta por Bianchi!

Volviendo al tema de lo administrativo por sobre lo artístico y el reino de la tecnocracia, que se propaga rápidamente dentro de la cultura chilena, podemos pensar en cómo y quiénes han obtenido el premio. Vemos frecuentemente músicos vinculados a lo institucional, principalmente a la Universidad de Chile. Vemos incluso que lo ganó la Orquesta Sinfónica de Chile, perteneciente a la misma Universidad, y que era administrada por quien poco tiempo después asume como ministro de Cultura. También vemos a la soprano Carmen Luisa Letelier, premio muy cuestionado dentro del mundo de la música académica, ya que se dice que ella no contaba con ninguna cualidad especial más que ser familiar de dos premios nacionales anteriores y también ser parte de la Universidad de Chile, quienes –se sabe– defendieron su postulación, siendo otra discusión.

La postulación de Bianchi se fundamentaba muchas veces nombrando excepciones dentro de los premiados, como es el caso de la folklorista Margot Loyola, pero, una vez más, el vínculo institucional lograba argumentar la elección de Loyola. Las instituciones muchas veces presentan sus candidatos y los defienden –lo que no es difícil teniendo representantes dentro del jurado–.

Pero, ¿y qué pasó este año entonces?

Una primera idea es que, sin desmerecer el oficio de Bianchi, hay que darse cuenta de que fundamentarse en su conocido talento musical no era la vía para ganar el premio –había que darse cuenta después de 17 intentos–. Ya en una entrevista, luego de perder el premio en la edición anterior, Bianchi reclamaba que ni siquiera le había funcionado el lobby que hizo a través de Ignacio Walker (sí, el mismo) o de Don Francisco (sí, también), por lo que se vislumbra que él y sus círculos entendieron cómo se juega con los poderes (administrativos) relacionados con la cultura en Chile. En prensa ya figuran políticos que enviaron cartas de apoyo –lo que también se conoce como presión política– para que Bianchi obtuviera el Premio Nacional.

[cita tipo=»destaque»]Sea la primera o la segunda opción, el mensaje no-oficial es que Vicente Bianchi logró ganar por la tercera vía, el lobby. La fundamentación será claramente su gran talento musical –del que no podemos dudar–, lo que posiblemente abre las puertas de este premio en sus próximas ediciones a una gran cantidad de postulaciones de músicos talentosos de nuestro país, pero aleja cada vez más a artistas humanistas, reflexivos y sociopolíticamente comprometidos con el quehacer cultural del país, finalidad que supuestamente –reforzar el supuestamente– inició el premio.[/cita]

Por otro lado, si es que realmente –seamos ingenuos– el premio se entrega a creadores y artistas que más allá del bien y el mal aportan en lo cultural al país, Bianchi logró ganar una pelea que nunca debiera haber ganado: muchas veces él reclamó que no se lo daban por haber trabajado para el gobierno militar. No podemos dejarlo pasar, no es un asunto menor que un artista, un humanista, merecedor de un premio de este tamaño a nivel de reconocimiento –y admiración– nacional, haga oídos sordos a lo que pasaba en las calles durante la dictadura por estar ocupado haciendo música para el poder oficial.

Un pequeño ejemplo: en una entrevista de hace algunos años, Bianchi cuenta que la última vez que compartió con Lucía Hiriart fue para el matrimonio de la hija menor del dictador y su esposa –la que actualmente podríamos denominar corredora inmobiliaria–, ya que él estaba a cargo de la música. ¿Un Premio Nacional musicalizando una ceremonia matrimonial-familiar Pinochet, en plena dictadura? ¿Aportando a las risas y disfrute de lo más oscuro de las elites de nuestra historia?

Sea la primera o la segunda opción, el mensaje no-oficial es que Vicente Bianchi logró ganar por la tercera vía, el lobby. La fundamentación será claramente su gran talento musical –del que no podemos dudar–, lo que posiblemente abre las puertas de este premio en sus próximas ediciones a una gran cantidad de postulaciones de músicos talentosos de nuestro país, pero aleja cada vez más a artistas humanistas, reflexivos y sociopolíticamente comprometidos con el quehacer cultural del país, finalidad que supuestamente –reforzar el supuestamente– inició el premio.

En resumen, con este nuevo resultado vemos que, más que una nueva percepción sobre el trabajo de Bianchi, lo que este año sí salió bien fue el lobby, no un lobby de las grandes empresas, ni uno que colude grandes poderes privados y/o estatales para fines económicos, es un lobby pobre, un lobby que ya es ganador consolidado no solo del premio, sino que del arte y la cultura en Chile y de sus poderes administrativos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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