Una serie de cambios mayores en el orden de lo simbólico ha venido ocurriendo en Chile. Casos emblemáticos de los últimos años, desde los crímenes de Karadima a la colusión de los pañales, han operado como verdaderos rompehielos, fracturando los polos del discurso hegemónico. A esa inédita politización del campo judicial que revitalizaba una dormida ética de lo público, vino a sumarse en las calles, y pingüinazos mediante, una reemergencia de formas de movilización social politizadas, no vistas desde la década de 1980, apuntando, de nuevo, podríamos decir, a recuperar la democracia y a enunciar lo transformable.
La irrupción pública de cuestionamientos radicales, tal vez irreparables, a la autoridad establecida –de la Iglesia a los empresarios, pasando, por supuesto, por la clase política– ha abierto el espacio para la emergencia progresiva de discursos políticos disidentes, cuya articulación sinérgica se busca a sí misma por estos días, a través, y a veces a pesar, de un escepticismo generalizado. Por las grietas del viejo orden se cuela ahora una rica trama de debates públicos encarnados en columnas de opinión, que tocan en temas y problemas hasta aquí vedados por un poder repentinamente tambaleante. Chirrían alianzas políticas y máquinas partidarias, y una polifonía de voces más o menos autorizadas –y en disputa, precisamente, por espacios de autoridad– acomete la tarea de renovar las caras del poder.
La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas, sentenció en uno de sus célebres artefactos el poeta Nicanor Parra, y aunque dicho acierto se aplicaba a un contexto bastante diferente (Chile, 1972), la frase se adapta perfectamente al consenso negociado 10 o 15 años después entre los protagonistas de los antiguos bandos en disputa. Ese consenso duraría muchos años, hasta que un efectivo resquebrajamiento del poder vino a dar paso, de nuevo, y crecientemente, al protagonismo de la confrontación.
Pero la sangre ha corrido bajo los puentes, y poner de nuevo los términos de la disputa en el registro de entonces –derecha versus izquierda–, como hace por ejemplo la Presidenta de la UDI cuando dice que la izquierda se nutre del conflicto y es peligrosa, porque ya destruyó una vez la democracia, equivale a incurrir, a mi juicio, irresponsablemente, en el riesgo o la fantasía de que la historia se repita como comedia.
[cita tipo=»destaque»]Para mayor realce de su dramatismo intrínseco, estos escalofríos que recorren el imaginario chileno operan sobre un fondo de mutaciones estratégicas en el ámbito global, como ocurre notoriamente con la popularización en sordina de la crítica a la fórmula neoliberal, aplicada a rajatabla en nuestro país durante décadas para mayor ruina de, por ejemplo, esa mayoría de jubilados que eran, hasta hace poco, parte de una multitud silenciada y silenciosa, aparentemente despolitizada, pero repentinamente autoerigida en actor colectivo.[/cita]
Con la experiencia histórica soplando a su favor, ni olvido ni perdón parece clamar esa multitud cada vez menos silenciosa, que líderes políticos de toda laya se esfuerzan estos días por interpretar. Los últimos acontecimientos en Punta Peuco, y el caso de la huelga de hambre de la machi Linconao, se cuentan entre los hitos más recientes de una serie fulminante, que viene a confirmar la magnitud del clivaje simbólico, y la irreversible politización de los discursos. Sobre ese fondo, voces de una clase política deslegitimada apuestan a desempolvar viejas polaridades, como en la confrontación entre la noción conservadora de familia tradicional y el horizonte tolerante del multiculturalismo relativista, o entre versiones divergentes del Estado y de su historia, en torno al conflicto mapuche.
Para mayor realce de su dramatismo intrínseco, estos escalofríos que recorren el imaginario chileno operan sobre un fondo de mutaciones estratégicas en el ámbito global, como ocurre notoriamente con la popularización en sordina de la crítica a la fórmula neoliberal, aplicada a rajatabla en nuestro país durante décadas para mayor ruina de, por ejemplo, esa mayoría de jubilados que eran, hasta hace poco, parte de una multitud silenciada y silenciosa, aparentemente despolitizada, pero repentinamente autoerigida en actor colectivo. En este último desarrollo, la mera idea de jibarizar el Estado para favorecer los negocios entre grandes agentes privados multinacionales, en desmedro de los bienes públicos de los países, se pone en la mira de nuevos y viejos agentes políticos. Y estos son solo algunos ejemplos, de entre muchos que tendrían el mismo mérito de indicar la saludable reaparición de las confrontaciones políticas e ideológicas que se nos vienen.
De las diferentes recepciones e interpretaciones de las transformaciones simbólicas, y de la elaboración social de su trasfondo valórico, podrán emerger, en diferentes combinaciones de izquierda y derecha, de conservadurismo y liberalismo, y con resultados acaso irreconocibles, los discursos políticos que animarán en Chile a esas silentes mayorías que, más temprano que tarde, podrán hablarnos de nuevo.