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¡La bolsa o la vida! Opinión

¡La bolsa o la vida!


En una calle siempre mal iluminada, Pepo anotaba en el globo de palabras de un grandulón con antifaz la frase que arrinconaba a Condorito. No sabíamos mucho ni lo que era la bolsa ni la vida.

En pandemia nos han dicho que la bolsa era:

1) Los casos Covid: “todas estas medidas son para que aplanemos la curva y reduzcamos la mortalidad por Covid teniendo suficientes camas críticas”.

2) La mortalidad general: “dado que Covid es la enfermedad primordial, centrémonos en ella, reduzcamos la actividad de los centros de salud mediante aforos y como los recintos son estrechos, enviemos los funcionarios públicos a casa a teletrabajo».

3) La economía: “paguemos el precio de una economía ralentizada para que los otros dos resultados sean posibles, ya que la vida humana es invaluable”.

Los amargos números nos dicen que el efecto de ninguna de las tres variantes de la bolsa resultó graciosa. Entregamos los casos de Covid a la buena de Dios y nuestras abultadas cifras sólo homologan a Brasil y USA. La sobre mortalidad acumulada de Chile se sostiene en un 20%. Finalmente hay que decir que tampoco la economía resultó una justa moneda de cambio.

En septiembre del 2020 —casi en el ex siglo XXI o al menos así se siente— aludimos al virus-pandemia como un hiperobjeto. Nuestra columna se leyó o se ignoró como el producto de excesos de lecturas e insomnios sobre mentes frágiles. No somos nosotros los que nos repetimos o si lo hacemos, es porque el gobierno plagia a sus predecesores al tratar variados hiperobjetos como problemas que se pueden aplastar con algún zapato o zapatazo. Problemas saturados de incertidumbre, irreversibilidad, difusos e interminables.

“Consideremos el accidente de una epidemia, que en la cultura griega clásica se denominaba miasma. El ( o la ) miasma es el segundo hiperobjeto fabricado por el hombre, el primero fue el espacio agrilogístico como tal, pero el miasma fue el primer hiperobjeto en que nos fijamos (Morton, Ecología Oscura)».

La única forma de saldar tanta deuda hoy, es volver a la reflexión metódica, eso que deberían de habernos entregado las universidades y las sociedades científicas, los supuestos consejos de sabios de la modernidad. Se requiere humildemente y con rigor, darse el trabajo poco glamoroso, no comparable a participar  en un matinal, de cavar en las cifras y realizar el estudio comparado. Antes de ir presurosos a buscar los premios que alimentan la autocomplacencia, reconocer el fracaso. Cambiar el rumbo hacia los problemas actuales y urgentes de salud, con restitución del funcionamiento pleno de las instituciones públicas del sector. Algo que jamás debió entregarse al tele trabajo ni a los factores de riesgo.

La sobremortalidad no sólo implica un daño a las personas que padecieron esas afecciones que los llevaron a la muerte. Su entorno afectivo se duele de ese padecimiento y de esa muerte. Es posible considerar que cada muerto implica además la existencia de casos semejantes con un desenlace no fatal, pero afectados de manera parecida a ellos y quienes los acompañaron. El daño del encierro, la soledad,  junto con el sedentarismo, el incremento del sobrepeso y la obesidad, para que decir la agresividad y las separaciones de parejas. Ya estamos atisbando los efectos en pre-escolares y escolares, en su desarrollo cognitivo y de sociabilidad, que sin duda los expertos deberán monitorear e intervenir por largos años.

¿Cuáles son las implicancias de examinar lo sucedido? La primera y más obvia, es constatar que estamos en una condición de salud precaria. Una enorme falta de atención, a patologías crónicas y larvadas, pero también a cuestiones agudas y de resorte quirúrgico. Un sistema de salud que siempre estuvo al límite, negociando la complementaridad público-privada para zafar. A la primera crisis crujió, como los frenos de un tren descarrilado. Después, a recoger los muertos y heridos. El problema es que los trenes se siguen abalanzando. Hace falta entender el presente de la salud pública. Saber lo que le ocurre a las personas, atender la queja con tiempo y escucha. Recomponer las organizaciones públicas en un gesto enérgico para trabajar a plena carga, usar los CAE y Centros de Atención Primaria como antes de la pandemia y recuperar la movilidad y presencia de familiares dentro de los hospitales. Revisar nuestra infraestructura, rediseñarla con lo aprendido, acotar la burocracia inútil que sólo asegura el retraso, siendo dudoso si previene fallos o  si evitará que se abandonen las obras antes de terminadas, ejemplos muchos de hospitales, CESFAM, escuelas, etc.

Un pasaje al aeropuerto de Carrasco en Montevideo en búsqueda de mateadas al calor de consejos expertos,  puede valer más que los negocios en Ezeiza o la Habana, en búsqueda de una industria de vacunas llave en mano. El justo equilibrio entre el resguardo de los derechos civiles y la salud de la población estaban y están, tan sólo cruzando el Río de la Plata. Intuimos que nos aconsejaran reflexión, sensatez y estudiar los datos, “¿qué podés hacer vos con lo que tenés?….. hacelo”, pero con la tranquilidad de un mate, postergando la selfie y el tweet. Esto es importante porque seguiremos enfrentando hiperobjetos o ¿usted cree que las migraciones masivas en el mundo se solucionarán con una zanja?

La dificultad de entender los desafíos actuales de la salud pública es parte de la incapacidad de reconocer el fracaso. Eso no lo oculta la insistencia en seguir girando en torno a PCRs, mascarillas y planes paso a paso.

Volvemos a citar a Albert Camus: “… Aquí no se trata de héroes… se trata de honradez… la única manera de luchar contra la peste  es la honradez. –¿Qué es la honradez? –dijo Rambert… –No sé lo que es en general. Pero en mi caso sé que consiste en hacer mi oficio (A. Camus, 1947)».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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