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Tiempo de valientes Opinión

Tiempo de valientes

Gonzalo Rojas-May
Por : Gonzalo Rojas-May Vicepresidente Amarillos por Chile. Psicólogo
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La responsabilidad institucional y el correcto juicio de realidad nos debe obligar hoy, a ser capaces de hacer cumplir los doce puntos del “Acuerdo por Chile” de 2022 y redactar una Carta Magna que se haga cargo de ello. Pero junto con lo anterior, debemos asumir que nos encontramos en un punto de quiebre para el devenir democrático de nuestro país.


Digamos las cosas con claridad: los resultados del pasado 7 de mayo son el triunfo del hartazgo y del miedo.

Lo votado fue, por una parte, una bofetada a la inoperancia e ineptitud para hacer valer el Estado de Derecho del gobierno del Presidente Boric y una segunda bofetada a la fracasada propuesta constitucional (la ciudadanía aun no olvida el lamentable espectáculo asociado a su redacción y el paupérrimo fruto de ésta). Por otro lado, la elección del domingo pasado permitió la reaparición, en gloria y majestad, del “partido del orden”.

Las utopías sociales, como las personales, con toda su carga libidinal, toda su emocionalidad asociada y toda su fuerza, indistintamente, deconstructivista y creadora, operan siempre desde la creencia que lo percibido es lo cierto. Así también, la experiencia del miedo, la inseguridad y el desamparo tanto público, como privado, contaminan la capacidad de ver en perspectiva los hechos, e instalan una niebla cognitiva que privilegia el orden, al precio que sea, por sobre la amenaza de la normalización del caos.

Ahora bien, más que un péndulo, lo que las chilenas y chilenos hemos venido experimentando desde 2019, es la confrontación de dos aspas de una misma hélice, una autoflagelante, refundacional, iconoclasta e iluminada y la otra autocomplaciente, insegura, atemorizada y crecientemente irritada. Ambas moviéndose en sentidos opuestos y tensando, en forma dramática al rotor o eje que las une: nuestra institucionalidad democrática.

Un primer ímpetu, el de octubre de 2019 y el del plebiscito de entrada de 2020, pareció indicar que la fuerza de la primera aspa era inconmensurable e imparable; el segundo envión, el de 2022 y 2023, ha demostrado la fragilidad de la pulsión inicial, y de la antojadiza y pésima lectura que hizo la coalición gobernante de las demandas y expectativas de la ciudadanía.

¿Qué hacer entonces? ¿Se debe permitir que el motor de nuestra democracia siga siendo sometido a una fricción y tensión ilimitada, que pueda terminar por trizar o hasta quebrar aquello que nos tomó 17 dolorosos años recuperar? ¿Hay una fórmula de salida a la amenaza que se cierne sobre nuestra institucionalidad democrática? ¿Será suficiente el nuevo proceso constituyente para reconducir la pugna entre los extremos de izquierda y derecha, y sus respectivos populismos asociados que parecen instalados como opciones únicas en nuestro sistema político?

La redacción de nuestra nueva Constitución, anhelada por la inmensa mayoría de la ciudadanía, y necesaria para estar a la altura de los gigantescos desafíos que nuestro tiempo y el siglo XXI nos impone, no merece ser “utilizada” como herramienta de negociación política.

La responsabilidad institucional y el correcto juicio de realidad nos debe obligar hoy, a ser capaces de hacer cumplir los doce puntos del “Acuerdo por Chile” de 2022 y redactar una Carta Magna que se haga cargo de ello. Pero junto con lo anterior, debemos asumir que nos encontramos en un punto de quiebre para el devenir democrático de nuestro país. La disyuntiva es clara, ¿nos plegamos a la polarización de los extremos populistas refundacionales o autoritarios, o con coraje cívico nos abrimos a una fórmula distinta?

El camino abierto por Amarillos por Chile en 2022 es una senda para valientes. Se trata de dialogar, construir puentes y lograr acuerdos y pactos. Es, en definitiva, una invitación a hacer política.

El centro político tiene ante sí la oportunidad única de traspasar la pugna de las aspas del autoritarismo de derecha y el refundacionalismo de izquierda, y constituir una gran coalición en que el arcoíris socialdemócrata, socialcristiano, humanista y liberal se encuentren y construyan un nuevo trato.

Los 50 años del Golpe de Estado al que nos llevó la intolerancia, el fanatismo, la improvisación, el totalitarismo en todas sus expresiones y la irresponsabilidad del gobierno y oposición de entonces, nos deben impulsar a un compromiso mayor. Nunca más debemos permitir que se creen la condiciones para que se quiebre nuestra democracia y nunca más debemos permitir que los errores se transformen en horrores.

El tiempo se acota, el diálogo y la construcción de grandes acuerdos no pueden esperar. Es tiempo de valientes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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