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El costo de poner la carreta delante de los bueyes: una respuesta a la carta de Cristián Warnken Opinión

El costo de poner la carreta delante de los bueyes: una respuesta a la carta de Cristián Warnken

Nicolás Mederos Turubich
Por : Nicolás Mederos Turubich Profesor uruguayo de filosofía egresado del Instituto de Profesores Artigas, comunicador en Radio Futura de La Plata (Argentina) y autor del cuento “La Carta de un Ausente”
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El pasado sábado 8 de julio, a través del portal de Pauta, se difundió la “Carta abierta al Presidente Boric”, escrita por Cristian Warnken. Parto esta nota aclarando lo siguiente: no conozco ni tengo opinión alguna sobre tal persona. Sin embargo, como ciudadano uruguayo (caso que aparece en varias oportunidades mencionado a lo largo de su carta como un caso ejemplar de “transición” entre el pasado reciente vinculado a la dictadura militar y su presente), latinoamericano (que me lleva a tomarme el atrevimiento de escribir estas líneas), profesor de filosofía (razón por la que creo que su artículo rechinó en mi cabeza como una serie de gritos estridentes) y escritor que viene desarrollando su tarea artística vinculada a la temática de los derechos humanos, siento que hay varios aspectos de ese mensaje público que merecen mayor detenimiento y que, con su permiso, me permito señalar.


“‘Es hora de cerrar el duelo’. La frase no es mía, sino de José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay, en el contexto de la conmemoración de los cincuenta años del golpe militar en su país”.

Así comienza su carta Cristian Warnken, donde señala que Mujica es un ejemplo de esa misma resiliencia que usted entiende necesaria para “cerrar el duelo”, como forma de dejar atrás los dolores y mirar hacia adelante (curiosa es la manera en que más que con Mujica, usted parecería tener más que ver con la frase “hay que dejar de tener los ojos en la nuca”, del ex presidente Julio María Sanguinetti).

Más curioso es que, repasando el discurso de Mujica en la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en mi país, no encontré la cita textual que usted señala, aunque daré por buena su “interpretación” del sentido de lo que él dijo y lo tomo como una frase que sintetiza su contenido.

Del discurso, yo más bien me quedaría con que “no nos debemos de conformar, porque una manera de afirmar a la democracia es que la responsabilidad política le dé respuesta a los problemas más dramáticos, ayude a resolver los problemas más dramáticos”. 

Sin embargo, usted tuerce ese análisis al caer en un error interpretativo, que si me permite la frontalidad, más bien diría que es un horror. Me explico: cuando usted hace referencia a la llamada “Marcha del Silencio”, asocia ese silencio a un “para”, es decir, lo interpreta como algo pragmático, como una quietud que lleva a un “Nunca más” desde el “no decir”.

No seré yo quien hable en nombre de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos y las demás organizaciones que año a año organizan esta convocatoria pública (que desde mayo del 96’ ininterrumpidamente convoca a esta manifestación).

Al respecto, en la web de la organización usted encontrará la primera convocatoria, que señala: “El homenaje a las víctimas no puede ser otro que el reconocimiento a través de la verdad de los hechos, la recuperación de la memoria y la exigencia de que en Uruguay nunca más exista la tortura, las ejecuciones y la desaparición forzada de personas”.

Es decir que año a año, cada 20 de mayo miles y miles de uruguayos y uruguayas comparten un espacio de denuncia; de reclamo ante el Estado para esclarecer los crímenes de lesa humanidad cometidos por este y que, justamente, pone sobre la mesa la necesidad de empatizar con los familiares, , pero no para agotar en ello la mirada, sino para dimensionar que un Estado impune es un riesgo para todos. 

En ese sentido, permítame decirle señor Warnken, que no exagero cuando digo que este año (2023), la convocatoria del 20 de mayo no solo continúa sorprendiendo por su masividad y su convocatoria (que orgullosamente digo: cada vez más llena de jóvenes que se apropian de las causas de memoria, verdad y justicia), sino que además, fue el año con más presencia en el interior del país (y también tuvo importante presencia en el exterior, donde Santiago también tuvo su propia convocatoria, dicho sea de paso).

Eso demuestra que esta temática está alcanzando (“más vale tarde que nunca”) un consenso social en torno al Nunca Más Terrorismo de Estado que, sin poder decir que es un “logro conquistado”, quizá como nunca antes está logrando cercenar a los amantes del olvido selectivo.

Por otro lado, es una pena que usted derive su intención de abrir el diálogo a esta caricaturización tan poco productiva para el mismo sobre la “izquierda chilena”.

A lo que me refiero es: ¿qué es esa “izquierda” que usted señala? ¿Es todo aquello que se considera “opositora” al pinochetismo y su legado? ¿Es una masa homogénea que actúa de forma compacta en su sociedad? ¿Mantiene desde el pasado al presente un mismo hilo conductor que unifica sus diferencias? ¿Es lo mismo el concepto que deriva de la izquierda vinculada al MIR, que al Partido Socialista, que al Partido Comunista, que a los sindicatos, las cooperativas, los grupos de acción directa y autogestionados? ¿Es lo mismo cualquiera de esos ejemplos que los colectivos de derechos humanos vinculados a aquellos familiares de detenidos desaparecidos? ¿Mete en la misma bolsa a las personas que, directamente por su condición de clase asociada a los sectores populares, sufrieron en carne propia lo que usted tan libremente asocia como una guerra entre dos partes en pugna

Le comparto esas inquietudes, mientras le agrego una advertencia al respecto: si usted pierde los crisoles desde los que se interpreta y vive la realidad, pierde usted en ello la riqueza de la diversidad de su propio pueblo. 

Por otro lado, creo que tiene usted una enorme confusión entre el concepto de justicia exigido por los colectivos vinculados a los derechos humanos, la consigna Nunca Más Terrorismo de Estado y un concepto extremadamente latente en su perspectiva, que es el de venganza (ya que si bien aclara que está hablando del Apartheid, sería bastante sugerente el ejemplo escogido, ¿no?).

De todas formas, vuelvo a traer el ejemplo de Familiares, que en el segmento “Nuestra historia” de su web, se presentan de la siguiente manera: “Desde sus comienzos, los familiares intentaron llegar a la verdad respecto a la situación de sus hijos, hermanos, esposos, padres. Realizaron denuncias a nivel nacional e internacional y divulgaron el problema en todos los ámbitos en que les fue posible hacerlo”.

Puede usted observar en este punto, que el silencio no es una postura político ideológica, sino estética.

Por otro lado y profundizando justamente en esa perspectiva política, en cuanto a su cometido, expresa que “una vez recuperada la democracia, las violaciones a los derechos humanos quedaron sin ser investigadas por los organismos competentes como resultado de la aprobación de la Ley de Caducidad del Ejercicio de la Pretensión Punitiva del Estado. Sin embargo, la búsqueda de la verdad sobre lo ocurrido a los detenidos desaparecidos ha sido mantenida y sostenida por Familiares, acompañados de amplios sectores de la sociedad que comprenden y comparten nuestros fines, recorriendo caminos pacíficos y alentando los mecanismos institucionales del Estado de Derecho”.

Ahora bien, ya que usted contempla con admiración el caso uruguayo, creo que también es bueno que pueda observar lo que, para estos procesos han significado no solo sus luces sino también sus sombras, representadas en la ya mencionada ley de “Caducidad del Ejercicio de la Pretensión Punitiva del Estado” (1986) y  la “iniciativa de referéndum (2009) promovida por diversas organizaciones sociales y políticas, sin que se alcanzaran los votos necesarios para la anulación de dicha ley”. 

También en relación al caso uruguayo debo discrepar con el peso de la representatividad de Mujica en relación a los colectivos de derechos humanos que usted asocia. Al respecto, creo que usted malinterpreta la mirada de Mujica como hegemónica dentro de la izquierda uruguaya, lo que lleva a confundir la asociación del ex-mandatario como representante de los espacios de derechos humanos, anteriormente señalados.

Déjeme decirle que, lejos de ánimos despectivos, lo que yo quiero señalar es que ni siquiera él ha intentado vincularse con ese rol, del cual siempre ha señalado el grado de subjetividad de su situación, por ser ex-combatiente de una guerrilla que fue en varias medidas representativa de su tiempo, pero no puede decirse que sea sinónimo de su pueblo.

Sumado a lo anterior, la postura de Mujica en relación a este tema ha sido el de una postura vencida que llama a asumir la derrota (así, de lo que se trata es de “construir democracia desde las diferencias”). Aclaro que es una postura con la cual comparto la conclusión, pero discrepo en el camino que, si bien respeto muchísimo, personalmente no adhiero ni recomiendo para interpretar la consigna de Nunca Más en nuestros países, puesto que pierde el peso de la responsabilidad estatal en el relato y, lo más importante, las consecuencias de mantener con vigencia la impunidad frente a los crímenes de lesa humanidad. 

Sin embargo, usted remarca que estos colectivos de memoria “quieren condenarnos a una dictadura tan feroz -pero de signo opuesto- a la que ellos mismos padecieron”.

Me gustaría poder consultarle, señor Warnken, cómo usted interpreta eso de los colectivos vinculados a los derechos humanos, a la vez que no le rechina que en su país los militares y los civiles cómplices de la dictadura aún no digan nada sobre el paradero de los cuerpos desaparecidos.

¿No le parecería mejor poder vincular, con esos mismos grupos dictatoriales que usted ve en la izquierda pero no en quienes efectivamente consumaron el golpe de Estado, la necesidad de un verdadero perdón de su pueblo? ¿O acaso era necesidad de la lucha contra la subversión violar a presas y presos políticos? ¿El robo de bebés? ¿Negar su identidad? ¿Torturarlos hasta los límites que soporte? ¿Asesinarlos? O el caso de la viuda de Allende; ¿había necesidad de robarle absolutamente todas sus posesiones familiares?. ¿Nada de eso rechina en su cabeza, antes que el pedido de cárcel para los perpetradores de crímenes que universalmente están acordados como “no prescriptibles”? 

Ahora bien, usted opta por insistir en que sin “matices” (así le llama a las distintas interpretaciones del Golpe), no participan todos los chilenos y chilenas. Permítame indicar, señor Warnken, que todos los chilenos y chilenas ya están participando, por acción u omisión, en la conmemoración que va más allá de la fiesta y los colores. Cada ciudadano y ciudadana encarna en su vínculo con su propia vida ese pedacito de organismo social que constituimos y al que llamamos “humanidad”. Y, por si se nos olvida, no solamente lo constituímos con nuestras acciones cotidianas: también nos constituye. 

Luego, finaliza usted su carta señalando que “nos quieren condenar a seguir encadenados en el pozo infesto de la historia, como esclavos de un resentimiento primario desde el cual no se puede forjar ningún proyecto colectivo ni tejer juntos ningún futuro”. Creo que eso mismo aplica a la sociedad chilena toda, en la que usted está inmerso, tanto en la acción denunciante como la que en el grito descubre su propio reflejo.

Curiosa manera de encarnar esa frase nietzscheana (autor tan admirado por Camus): “cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti”. Al respecto, quiero recomendar enfáticamente la película documental “Chile, la memoria obstinada”, dirigida por Patricio Guzmán. En ella, usted tendrá ya clarísimo cómo se plantea a lo largo de la narrativa un cúmulo de crisoles o perspectivas que conviven dentro de la sociedad. 

En estos crisoles se hacen carne y sostienen los relatos que conectan desde lo que Pierre Nora seña en relación al concepto de memoria, que “siempre [es] un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual”.

Así, el relato que parte desde La Moneda el 11 de septiembre de 1973, muestra cuando las fuerzas militares chilenas atacaron el palacio presidencial. Sin embargo, no se agota ahí, sino que dispara desde una anécdota personal: “ese día, yo me iba a casar”, dice un testimonio, que recuerda que en lo individual, también lo colectivo tiene su trama urdida, porque es también la experiencia del testimonio lo que se vuelve significante, que habilita los hilos narrativos que conducen no solamente a una trama más compleja, sino también al lugar que, si bien a priori parece ser reivindicativo de la narrativa de los caídos, posteriormente va acoplando múltiples lecturas de los hechos y sus impactos hacia lo que, para el tiempo del proceso documental (1997), es su presente. 

En términos de Andreas Huyssen, “la memoria social siempre será un espacio de conflicto y de debate en las sociedades civiles, reflejando divisiones generacionales y de raza, clase y género. Tales debates son el pulso de cualquier sociedad democrática con esferas públicas abiertas y una garantía de libertad de expresión”.

Al respecto, es necesario dimensionar las diferencias culturales en las que su carta se enmarca y que quizá sea necesario precisar, no para que nos dividan sino para que podamos contemplar desde los distintos crisoles de nuestras sociedades, las conmemoraciones de los 50 años del Golpe de Estado en su país y en el mío. O, si quiere de forma más simple, en nuestro continente.

Es cierto que, como decía Carlos Real de Azúa (1964) (un importante pensador uruguayo), Uruguay no tiene ni fríos ni calores insoportables (quizá lo peor sea la humedad). No tenemos cordilleras que aíslan regiones o países, ni áridos desiertos que llevan a matar los horizontes, ni terremotos que sacuden la estabilidad del suelo que pisamos. En cierto punto, esas condicionantes a veces nos llevan a creer que nuestros procesos históricos son algo ajeno al resto del continente.

El Plan Cóndor nos recordó que estamos mucho más conectados de lo que parece, así sea mediante el horror y sus consecuencias.

Sobre eso, pienso que la película de Patricio Guzmán, en ese fabuloso encuentro con la propia sociedad y sus múltiples espacios sociales, políticos y generacionales para abordar esa discusión, permite concluir sobre la transición de la dictadura chilena que la misma está fuertemente marcada por el silencio traumático de una sociedad que ante el recuerdo aún estridente de sus procesos inconclusos, tampoco encuentra los puntos de encuentro que descompriman dicho acumulado ante el silencio impuesto por el propio Estado. 

Por si se nos olvida, ese Estado aún hoy percibe, junto a una buena parte de su propia sociedad, la etapa pinochetista con admiración. En ese gesto, es donde de forma más evidente podemos encontrar la definición de memoria brindada por Orwell en 1984: “Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado”

Por eso sepa disculpar a los familiares si en vez de silencios cómplices, escogen el silencio que no dice pero lleva el cuerpo a las calles para seguir reclamando memoria, verdad y justicia. Por eso, no le tema al pedido de esta última y en lo posible, busque desde la empatía comprender que pedirle a los familiares y a las víctimas del terrorismo de Estado poder pasar una página de la historia que aún no ha sido leída, es lisa y llanamente no solo una amenaza de repetición, sino también un altísimo costo en la construcción de una democracia, similar al de poner la carreta delante de los bueyes.

Lo saluda fraternalmente, Nicolás Mederos Turubich*.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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