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Olor a septiembre Opinión

Olor a septiembre

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Nuestro aniversario del golpe, ese aniversario que no quiero celebrar, tiene que ver también con el crimen, la nuestra es una sociedad ordenada desde hace cincuenta años a partir del crimen. Hay una verdad oficial o mentira oficial, y hay una contraverdad alternativa, pero yo quisiera, como el comisario Maigret, ser capaz de percibir los detalles, los olores, de captar algo que se libere de las versiones oficiales.


Son días que huelen ya a septiembre, a primavera, a ciruelos o cerezos en flor, a un septiembre que en Chile arrastra también la carga negra del golpe y su aniversario, yo me he propuesto no pensar tanto en el golpe para cuando se cumplan cincuenta años, y es que desde el 11 de septiembre mismo en que fue la cosa y vi a mi señora de entonces llorar cuando dijeron por la radio de la muerte de Allende, desde entonces he pensado cada día en el golpe, tal como he pensado cada día en mi padre y en las personas con las que me he querido, o sea mi aniversario ha sido cotidiano, aparte que no creo tanto en las ceremonias, prefiero el sentimiento libre y disperso.
De tal manera que para evitar el bochorno del aniversario navego por otras aguas, por ejemplo cada día más bien hacia la noche disfruto un poco de la lectura de Simenon, en realidad voy a por el comisario Maigret, que es también la proyección de mi padre, o quizá de mi tío Jorge, una figura maciza, inmóvil, porque Maigret es un introvertido, un observador, y estoy hablando de Simenon, un escritor que vendió 55 millones de ejemplares o sea Maigret era como Harry Potter de popular durante los años 50 y 60, se tradujo a cientos de idiomas, y en casa los libros los agarraba yo de las estanterías de la biblioteca de mi padre en ediciones hechas en Barcelona.
Maigret es un observador pasivo, un alcohólico que se la pasa yendo y viniendo a lo de la brasserie, al bar, a por un par de vinos blancos en la mañana para aclararse, un calvados más tarde y otro más, unas cervecitas si hace calor y así todo el día entre pipa y pipa. Maigret es indiferente a las pistas que interesan a los detectives, rehuye la acción tipo James Bond, y en la novela que ahora leo le han disparado a uno de sus ayudantes en una residencial, una pensión, y lo que resuelve él es irse a vivir unos días a esa residencial. No hace gran cosa, aloja allí, pasea por el barrio, permanece inmóvil y va registrando cada detalle de los personajes con los que debe convivir, incluida la abundante propietaria, observa a los vecinos… Me crié además escuchando cada tarde Residencial la Pichanga… bueno, son cosas tan vintage, tan locales. La gente en los años cincuenta vivía mucho en residenciales, no les daba para la casa propia ni siquiera para arrendar y se iban a vivir a una pieza donde se cocinaban y hasta criaban a los niños.
De pronto, y casi siempre en alguna trenza sutil en torno a una mujer, habitualmente en medio de atmósferas muy pegajosas donde llueve o hace mucho calor o hay neblina, entre camas de sábanas soñolientas o bares de clientela fija, Maigret da con algo que no cuadra, con un detalle mínimo y desde ahí se va solucionando el caso, siguiendo ese hilo da con el asesino. Maigret no es moralista, no es un perseguidor de malvados, entiende que la gente sufre, que hay envidias y humillaciones o seres minúsculos que buscan su revancha, él lo que quiere es saber, entender el crimen.
Nuestro aniversario del golpe, ese aniversario que no quiero celebrar, tiene que ver también con el crimen, la nuestra es una sociedad ordenada desde hace cincuenta años a partir del crimen. Hay una verdad oficial o mentira oficial, y hay una contraverdad alternativa, pero yo quisiera, como el comisario Maigret, ser capaz de percibir los detalles, los olores, de captar algo que se libere de las versiones oficiales.
Recién se pegó un tiro un militar retirado de 86 años que lo iban a tomar preso por haber participado hace medio siglo en las torturas de Víctor Jara. En lo de los reclusos de Punta Peuco yo veo algo que está mal, por ejemplo el brigadier o ex brigadier Krassnoff Marchenko que tiene que cumplir más de mil años de cárcel, como si hubiera actuado solo y el pecado fuese todo suyo. Los Krassnoff eran cosacos del Don, una familia que finalmente recaló en Chile, y el joven entró a la Escuela Militar.
No digo que este señor no haya hecho lo que hizo, sólo que la tortura y sus implementos técnicos, o sea la adquisición por parte de organismos específicos del Ejército o de Carabineros de ítems tales como bañeras de inmersión o electrodos conectados a un sommier, los centros de interrogatorio con su diseño, los sistemas de información y detención de personas de madrugada, las operaciones para hacer desaparecer personas lanzando los cadáveres al mar, la información o desinformación televisiva o de prensa sobre esos hechos, la cobertura legal… son el resultado de políticas sofisticadas, institucionales, que necesitan del apoyo técnico y logístico de muchas personas, y atraviesan todo el sistema llegando hasta los más altos mandos, desde luego hasta los núcleos mismos del poder duro, grandes empresarios, funcionarios de gobiernos y ejecutivos de empresas de otros países. Todos los coautores o coautoras de esa magna empresa criminal han pasado piola, disfrutando además en muchos casos de honores y raciones generosas del botín de guerra, menos los que en la dictadura eran tenientes o cabos o capitanes y cumplieron tareas concretas y horrorosas en terreno… o sea se condena al gásfiter pero no a la empresa de gasfitería ni a sus dueños ni al holding del que forma parte, tampoco a sus proveedores, capellanes, espías satelitales o contadores, ni a sus inspiradores o financistas.
Las novelas de Maigret traían algo de olor a tabaco de mi padre, o un vago aroma a libro, a papel impreso, y eran más que historias policiales, eran historias acerca de la condición humana. Simenon fue una personalidad genial, en un tiempo era muy amigo de Fellini y tengo un libro de Adelphi en italiano con algunas de las cartas entre ellos, muy buenas. Se conocieron siendo jurados en Cannes y se encandilaron mutuamente. Fellini filmaba La Dolce Vita, y Simenon a su modo la vivía, se le salió alguna vez haber estado con unas diez mil mujeres, era una cosa suya que le venía desde adolescente, hoy lo hubieran funado quizá.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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