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ONGs 1973-1989: gesta única e irrepetible que no puede olvidarse Opinión

ONGs 1973-1989: gesta única e irrepetible que no puede olvidarse

José A. Abalos K.
Por : José A. Abalos K. Exdirector ejecutivo Taller de Cooperación al Desarrollo
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La situación económica fue muy dolorosa para la mayor parte de las familias. Se agravó a inicios de los 80 cuando el PIB cayó 14.3%, el desempleo alcanzó a 1 de cada 4 trabajadores(as) y las remuneraciones se redujeron un 14.5%. La respuesta fueron los tristemente recordados programas PEM y POJH que alcanzaron las 510 mil plazas. Si bien estaban dirigidos a sectores vulnerables, a él acudieron muchos técnicos y profesionales.


En momentos en que las ONGs y entidades similares son objeto de cuestionamientos en la agenda comunicacional, es pertinente traer a la memoria el papel que ellas cumplieron bajo la dictadura cívico-militar que, en muchos ámbitos, sumió a Chile en un oscuro y trágico período de su historia.

El golpe de 1973, entre otras consecuencias dramáticas, implicó la salida de miles de personas de la administración pública, de universidades y de otros ámbitos del mundo laboral. Las iniciativas gubernamentales marcaron un giro radical, apuntando a reducir el aparato estatal con impacto en las políticas sociales –salud, educación, vivienda–, y en el rol que jugaba en el ámbito económico, marcado por un ajuste estructural y la apertura a los mercados internacionales. Todo ello, con grandes efectos negativos en el aparato productivo, con quiebras de empresas, y en el empleo.

La situación económica fue muy dolorosa para la mayor parte de las familias. Se agravó a inicios de los 80 cuando el PIB cayó 14.3%, el desempleo alcanzó a 1 de cada 4 trabajadores(as) y las remuneraciones se redujeron un 14.5%. La respuesta fueron los tristemente recordados programas PEM y POJH que alcanzaron las 510 mil plazas. Si bien estaban dirigidos a sectores vulnerables, a él acudieron muchos técnicos y profesionales.

A inicios de los años 70, el mundo no gubernamental era relativamente pequeño, dado que el Estado y un sistema nacional construido por décadas permitían una amplia libertad de acción y expresión que acogía la diversidad política y social existente. El contexto generado en esos duros años estimuló a decenas de personas a agruparse en ONGs, fundaciones, corporaciones o cooperativas que les permitieran una sobrevivencia material, espiritual, y a generar un pensamiento crítico a lo que estaba ocurriendo en los distintos ámbitos de la sociedad: represión política, situación económica, exclusión social y cultural, entre otros.

Así, el desarrollo de este universo institucional post-73, marcado por el particular momento histórico, tuvo varias características que las diferenciaron de aquellas que, constituidas en otro momento de nuestra historia y cumpliendo tareas socialmente valiosas –como Rotarios, Cruz Roja y otras–, tenían un perfil más tradicional y filantrópico.

La creación de estas nuevas entidades debió superar muchos obstáculos derivados de la desconfianza y el control que ejercía el Gobierno, desde los organismos de seguridad hasta los municipios. Si la génesis fue compleja, su quehacer también lo fue, marcado por acciones de hostigamiento a quienes trabajaban en las ONGs, a las(os) dirigentes sociales vinculados a ellas y, también, a representantes de las agencias de cooperación que les apoyaban económicamente.

Casos extremos fueron la detención de personas, la quema de locales y la contienda soterrada entre entidades de Iglesia y los servicios de seguridad, primero Dina, luego CNI. Trabajar en una ONG era una forma de ser oposición y un espacio del que razonablemente se autoexcluían personas que temían represalias del régimen. En algunos ambientes era un estigma estar vinculado o haber trabajado en una ONG.

La hostilidad del contexto generó las condiciones para convergencias no imaginadas previamente. Una de ellas fue conocer y establecer vínculos de trabajo y compromiso con agencias de países desarrollados, principalmente de Europa, Estados Unidos y Canadá. La cooperación no gubernamental, como se le denominaba, era también una expresión de solidaridad con lo que estaba ocurriendo en Chile. Los vínculos con los “compañeros del norte” permitieron identificar motivaciones convergentes.

Interesante fue que en la constitución o el trabajo regular de estas entidades concurrían personas que, teniendo posiciones políticas antagónicas, terminaban abrazando similares causas temáticas, como economía campesina, medio ambiente, género, estrategias para cubrir las necesidades básicas, como alimentación, pero sobre todo la defensa de los derechos humanos.

Uno de los fenómenos más valorables fue el reencuentro entre el mundo laico, muchas veces anticlerical, y las entidades de iglesias protestantes y, principalmente, católicas. Esta última, fue la que en muchos lugares –desde obispados a parroquias– abrió su manto protector que permitió el trabajo con menos riesgos de ONG insertas en sectores populares del campo y la ciudad. La expresión institucional fueron Vicarías, Fundaciones y los Departamentos de Acción Social o Rural.

La Vicaría de la Solidaridad, en Santiago, fue la experiencia más potente y reconocida en su protección a los derechos humanos, y generadora de varios grupos de estudio que luego se autonomizaron. La colaboración de las iglesias con el emergente mundo ONG fue muy relevante y, por lo mismo, objeto de una estricta vigilancia e indisimulada represión de parte del gobierno militar, como se evidenció en el caso de los “curas obreros o poblacionales”.

La relación de las ONGs con las agencias que les proveían apoyo financiero fue generadora de un proceso de apertura y aprendizaje. Por razones obvias, Chile había estado al margen de dinámicas sociales, culturales o políticas ya establecidas en los países desarrollados. Era frecuente que las agencias pidieran que los proyectos incluyeran temas “novedosos”, no considerados por sus contrapartes chilenas, que tendían a miradas o preocupaciones tradicionales. Así, contenidos que tenían un insuficiente desarrollo o definitivamente no estaban en las agendas regulares, fueron incorporados generando cambios insospechados en las propias ONGs y, también, en los sectores sociales con los que trabajaban.

Esos años vieron el fortalecimiento o la irrupción de iniciativas vinculadas a derechos humanos, feminismo, solidaridad alimentaria, medio ambiente, tecnologías apropiadas, cooperativismo, cultura, comunicaciones, sindicalismo, juventud, educación cívica, arquitectura popular, salud, pueblos originarios, entre otras.

Este mundo, propio de la naturaleza humana, también estuvo cruzado por matices entre instituciones o al interior de estas. Una de ellas fue sobre el énfasis en las actividades. Aquí convergían miradas que buscaban atender principalmente las precariedades de los sectores sociales más vulnerables y muchas veces atomizados, aproximándose a la labor que cumplían las ONGs tradicionales, y otras que priorizaban trabajar en sectores con mayor capacidad de autoorganización y desarrollo político.

Asimismo, estaban aquellas que hacían principalmente trabajo con la base, es decir, sectores rurales, talleres productivos, poblaciones, sindicatos, grupos de mujeres o jóvenes. Otras vinculadas a ese mundo, también sistematizaban esas experiencias y las traducían en artículos de libros o revistas, afianzando sus currículos académicos.

Finalmente, estaban los centros de estudio abocados a la realidad política, social, económica y cultural que vivía Chile. La Academia de Humanismo Cristiano, formada en 1975 por el cardenal Raúl Silva Henríquez, tuvo un papel fundamental en el desarrollo de una verdadera universidad “extramuros”, en la que se investigaba, difundían conocimientos y se formaron cientos de nuevas y nuevos investigadores.

Igualmente, como en otras esferas de la vida nacional, la asimetría Santiago/regiones también se expresó en el contacto con las agencias donantes, recursos recibidos y acceso a los medios que registraban el quehacer de las ONGs. A veces, había diferencias en las metodologías de trabajo empleadas por unos u otros, o en las iniciativas de coordinación, normalmente impulsadas por ONGs metropolitanas, a las que se resistían algunas de regiones.

La cooperación internacional con Chile fue generosa. A esto ayudó el impacto que causó en el mundo entero el cruento golpe de Estado y la represión que se extendió hasta el último día. Esto desencadenó en Europa y Norteamérica una red de entidades diversas que incluía grupos de Iglesia, organizaciones progresistas y partidos políticos, cuya solidaridad con la causa chilena marcó una época en muchos países. También influyó la seriedad con que las ONGs chilenas asumieron su trabajo.

El ojo vigilante de la dictadura y las dramáticas condiciones que soportaron miles de familias no permitía frivolidades. Austeridad y el buen uso de los recursos eran principios inescapables a los que se sumaba el control que hacían las agencias donantes. Asimismo, eran frecuentes casos de autoexplotación, es decir, de personas que se asignaban media jornada a un proyecto y, por falta de alternativas laborales o por compromiso, terminaban haciendo en la práctica una jornada completa.

A partir de 1990, el crecimiento económico de ese período implicó que nuestro país paulatinamente dejó de ser elegible para la cooperación internacional. A lo que se agregó la idea de que más que cooperación Chile demandaba mercados. Así, poco a poco se comenzó a desmantelar ese mundo de ONGs, debilitando un tejido social que hubiese sido muy importante para consolidar y enriquecer nuestra democracia.

ONGs 1973-1989, este breve e incompleto relato da cuenta de un episodio único e irrepetible, que debiera ser objeto de una mayor indagación periodística y académica, pues aporta experiencias y lecciones que pueden servir para una más razonada reflexión política sobre el Chile de ayer, de hoy y del mañana. Por ahora, vaya como un modesto homenaje a cientos de mujeres y hombres que con extrema valentía lo protagonizaron.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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