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El 18 de octubre, el día en que todos quedaron offside Opinión 17 de octubre 2019

El 18 de octubre, el día en que todos quedaron offside

Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
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A cuatro años del estallido social, las encuestas develan que han aumentado considerablemente quienes creen que este acontecimiento fue “negativo” para el país (de un 33% a 55%, según la reciente encuesta Criteria).


Hoy se cumplen cuatro años de uno de los acontecimientos que dejó offside a gran parte de los intelectuales, políticos, comunicadores, conductores de matinales, empresarios, revolucionarios y artistas locales: el denominado estallido social chileno. Se cumplen cuatro años de un momento que, para las izquierdas nostálgicas de la revolución, se apareció como un espejismo en medio del desierto de un capitalismo que, día a día, se expande como el universo.

Para esas izquierdas, la pirotecnia de la plaza Dignidad, los disfraces posmodernos, las banderas tribales y el emblema de un perro quiltro vinieron a reemplazar a la teoría de Marx, las lecciones de Lenin y la disciplina institucional del Presidente mártir. Por esos días, muchos pensantes de las ciencias sociales, mismos que hasta entonces se parapetaban intelectualmente en las nuevas interpretaciones de lo que significaba “ser de izquierda”, provenientes de autores como Foucault, Lacan y Mouffe, creyeron ver en “la primera línea” a los bolcheviques de la hipermodernidad: una especie de esclavos que se habían liberado del galeón neoliberal y a punta de molotov salían a incendiar el reino de un Presidente empresario que hace solo un año y medio había sido electo con 3.9 millones de votos.

Hace cuatro años algunos partidos políticos y sus parlamentarios (incluso de derecha) aparecían en los matinales declarando que la furia de la gente que saqueaba y quemaba correspondía a una violencia que se podía entender, pues emergía como respuesta a una violencia mayor, estructural: la violencia del modelo. Entonces, los conductores de matinales, cual terroristas de Hamás, exhibían a sus víctimas en vivo y les hacían pedir perdón por haber gobernado durante aquellos 30 años que convirtieron a Chile en uno de los países más capitalistas del mundo (íbamos a ser la tumba del capitalismo, anunciaban algunos lienzos de la revuelta).

Fue por esos días, también, que políticos de las nuevas izquierdas se tomaban de la mano en el paseo Ahumada para hacer rondas mientras cantaban furiosos contra las carreteras concesionadas de Lagos, los tratados de libre comercio de Bachelet, el manejo macroeconómico de economistas como Mario Marcel, la represión desmedida de Chadwick en La Araucanía y, por supuesto, incluían en esos cánticos la renuncia de Piñera (algo que también se les escuchó a algunos pensadores de derecha).

Fue hace cuatro años que Piñera veía partir el caos mientras se comía una pizza en el barrio alto, sin entender qué pasaba en el centro de la capital. Era el comienzo de un desconcertante acontecimiento que terminó desmoronando la realización de la APEC y la COP25 en Chile. Los equipos de avanzada que, por esos días, trabajaban en la seguridad de Putin, Trump y Xi Jinping, quedaban anonadados con el fuego que arrasaba al becerro sagrado de la modernización chilena: el Metro de Santiago.

Quizás, por lo mismo, es que Piñera, frustrado con lo que iba a ser su coronación como anfitrión de estos eventos globales, terminó haciendo caso al lema “quemen todo” y se fue a las barricadas de la alameda para lanzar al fuego lo que hasta ese momento era el bien mejor cuidado por la derecha: la Constitución del 80. Entonces, emergió entre las banderas que decoraban la estatua del general Baquedano un asunto que no figuraba en ninguna de las principales y difusas demandas de la revuelta: una nueva Constitución para Chile.

Desde ahí, el espeso lenguaje jurídico intentó operar como un somnífero apaciguador para los espíritus más delirantes y algunos abogados constitucionalistas, con Carl Schmitt en la mano, creyeron estar redactando la Carta Magna más vanguardista de la historia mundial. Todo terminó derrumbándose en lo que hasta ahora ha sido la votación con mayor participación en Chile: el plebiscito del 04 de septiembre del 2022.

Fue una derrota de proporciones que, no cabe duda, marcó un antes y un después para las izquierdas. Ni la marcha más grande de todas (la del 25 de octubre) ni el cierre masivo de la campaña del Apruebo en la alameda (previo al plebiscito de salida), pudieron revertir el peso del voto obligatorio del país actual. Y como no va a ser un golpe fuerte haber visto que la derrota, principalmente, vino desde las comunas más pobres del país: desde ese silencioso y misterioso pueblo que le dijo que no al “despertar” del 2019. A partir de ese momento, las barricadas comenzaron a quedar atrás, y las energías de los encendidos, en cuarentena junto al Covid. Incluso, hasta hoy se ve a más de alguno, cual Pedro el discípulo, negando, una y otra vez, su vinculación con los días de la revuelta.

A cuatro años del estallido social, las encuestas develan que han aumentado considerablemente quienes creen que este acontecimiento fue “negativo” para el país (de un 33% a 55%, según la reciente encuesta Criteria).

A cuatro años de aquel momento, el gobierno (heredero de la revuelta) celebra los tratados de libre comercio, aplaude las concesiones como sistema para fomentar la inversión y recibirá este 18 de octubre con una nueva extensión del Estado de Excepción Constitucional de Emergencia para la macrozona sur (más de un año llevan los militares desplegados en esta zona). A cuatro años de la revuelta, Carabineros se posiciona como una de las tres instituciones mejor evaluadas por la ciudadanía y hasta el Presidente tararea, en la parada militar, un himno inspirado en la gesta del general cuya estatua fue sacada desde la plaza Italia (los viejos estandartes).

Si uno revisa de manera objetiva las estadísticas económicas, de educación (primaria y secundaria del sistema público), seguridad y calidad de vida o camina por las avenidas céntricas de algunas ciudades del país (es cosa de ver la calle Condell de Valparaíso, cuyas ruinas del comercio hoy son tapadas con grafitis por su propio alcalde), puede concluir que el estallido social hizo retroceder a Chile en sus condiciones materiales y sociales de existencia.

Y es que aquella explosión anómica, propia de las sociedades hipermodernas, donde el mercado rompe hasta el mismísimo techo metafísico de sus ciudadanos, dejó al país en medio de una crisis de autoridad, irrespeto al entorno y de trastorno de realidad en relación con las demandas estructurales versus la realidad productiva del país. La resaca del estallido llegó con la ultraderecha posicionada en la pole position de la carrera presidencial, en el Parlamento y en el actual Consejo Constitucional. Por otro lado, los rostros de políticos herederos de la Concertación (la vieja política) figuran como los mejor evaluados en el gabinete del gobierno.

Ah, y claro: cómo no también destacar que, a cuatro años de la revuelta, el valor del pasaje del Metro subió 10 pesos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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