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Enseñemos sobre la huella digital Opinión

Enseñemos sobre la huella digital

María Cristina Silva M.
Por : María Cristina Silva M. Académica Facultad de Comunicaciones Universidad del Desarrollo
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¿Qué podemos hacer al respecto los adultos y, en particular, los educadores y los profesionales de las comunicaciones? 


Tomás, de 12 años, cuenta que se comunica con sus amigos por WhatsApp porque “así es más privado”. Explica que en el colegio todos pueden escuchar sus conversaciones y que, dado que no siempre puede invitar a sus amigos a su casa –ni sus amistades invitarlo a la de ellos–, WhatsApp se convierte en la mejor opción para dialogar tranquilos. 

Ignacia, de 13 (quien pertenece a más de 30 grupos de WhatsApp), asegura que jamás se relaciona con personas que no conoce, ya que sabe cuidarse bien. 

Constanza, también de 13, asegura que el gran riesgo de las redes sociales es compartir información privada, pero que en el colegio les han advertido muchísimo sobre el tema, por lo que no ve peligro en pisar el palito. 

Por último, Catalina, quien ya tiene 14 años, plantea que al menos ella no tiene instancias para vincularse con personas “totalmente desconocidas” a través de Internet. 

Tanto Catalina como Constanza, Ignacia y Tomás cuentan que en sus respectivos establecimientos educacionales les han insistido mucho sobre lo dañino que puede ser para ellos compartir datos personales (como su dirección, el nombre de sus padres y su edad) y que les han advertido que establecer contacto con extraños implica correr un riesgo importante. 

Todos ellos afirman que tienen clarísimos los consejos y advertencias de sus colegios y que los ponen en práctica rigurosamente. Así que los cuatro se sienten muy confiados en que no están corriendo riesgos al utilizar redes sociales. 

Lamentablemente, hay varias cosas que estos adolescentes y sus pares no saben o no logran dimensionar. Esto se evidenció en un trabajo exploratorio realizado por estudiantes de distintas carreras de la Universidad del Desarrollo en el contexto de una actividad interdisciplinaria llamada Semana i. 

Ellos no saben que TikTok –que todos usan– es una red social que se presta para el grooming (forma de abuso consistente en que un adulto, generalmente haciéndose pasar por un menor, se pone en contacto con un niño, niña o adolescente con el fin de ganarse poco a poco su confianza para luego involucrarle en una actividad de connotación sexual). Esto es posible gracias a dos factores principales: registrarse en TikTok es muy fácil, no hay filtros exigentes y, por lo tanto, es fácil falsear la identidad. El otro factor es que los niños muestran su propia imagen, se exhiben, muchas veces bailando. 

Estos jóvenes/niños no logran captar el impacto de una “viralización”: el hecho de que se rompan las barreras físicas del espacio del colegio y, por lo tanto, una burla, meme, sticker, funa o foto inadecuada puedan estar en un instante en los celulares de miles de menores, con todas las consecuencias reputacionales y psicológicas que esto implica. 

En la misma línea, estos adolescentes no captan lo grave que puede ser la viralización del sexting –práctica que consiste en enviar mensajes con contenido erótico a través de dispositivos tecnológicos de manera voluntaria– y el mucho tiempo de terapia que implicaría recuperarse de algo así. 

Y estos jovencitos tampoco sospechan que, el día de mañana, cuando quieran conseguir un trabajo, sus potenciales empleadores harán una búsqueda sobre ellos en Internet, tras la cual podrán ser descartados de un proceso por una tontera juvenil –que quedó anclada para siempre en el ciberespacio–, pese a todos los estudios, pergaminos y madurez que hayan acumulado durante el último tiempo. 

Lo más complejo de todo es que Tomás, Ignacia, Catalina y Constanza no tienen idea cómo funciona internet, no sospechan que hay un servidor que almacena su contenido, que aunque se manden fotos o textos en un chat privado, automáticamente estos quedan guardados en el computador de un tercero que puede hacer con ellos lo que quiera. Y que ellos, quienes mandaron la información, jamás serán dueños de la misma.  

¿Qué podemos hacer al respecto los adultos y, en particular, los educadores y los profesionales de las comunicaciones? 

Algo muy simple y poderoso: educar a los niños y jóvenes sobre la existencia de la huella digital. De acuerdo a Kaspersky, empresa dedicada al desarrollo de softwares de ciberseguridad, “una huella digital (a veces llamada sombra digital o huella electrónica) es el rastro que una persona deja cuando usa Internet”. Eso incluye los sitios web que se visitan y la información que se envía en línea. Se puede usar una huella digital para rastrear las actividades y dispositivos en línea de una persona. Los usuarios de Internet crean su huella digital de forma activa o pasiva. 

¿Y cómo hacerlo? Partamos por lo básico: expliquemos a los niños cómo funciona Internet y recordémosles que cualquier texto, foto, audio o meme que envían hoy puede quitarles el sueño el día de mañana. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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