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Lecciones de un plebiscito Opinión

Lecciones de un plebiscito

Los llamados “partidos de centro” deben abandonar esa postura y asumir que su propuesta debe romper los esquemas políticos a los que estamos acostumbrados y ofrecer un camino de encuentro, donde se ponga en común un programa de acción que comprometa al pueblo en su totalidad.


El mundo del pinochetismo – más numeroso y presente de lo que a los analistas de TV les parece– está celebrando el resultado del plebiscito. La llamada “izquierda”, como lo dijo claramente Carlos Peña, estaba atrapada en que su victoria sería la de la Constitución impuesta por Pinochet y su derrota la de un texto peor, pero generada luego de una elección democrática.

El diseño constitucional de Guzmán, Pinochet, Sergio Fernández, Del Valle y el pequeño grupo de redactores, fue exitoso en su tarea principal: crear una democracia en que la soberanía popular estuviese cautiva y se generara una “clase política” de carácter cupular y desprendida del pueblo. Romper esa conexión era un factor clave para sus intereses, pues de ese modo el mundo de los políticos, ahora constituido en clase, estaría alejado de la ciudadanía, debilitando la adhesión a la democracia. El tono que percibimos – incluso en comentaristas y dirigentes que parecen serios – es que esto es un fracaso de la política, sugiriendo solapadamente que puede ser mejor para el país no tener a los políticos y resolver las cosas de otro modo.

Los partidos políticos, al validar desde 1989 la Constitución generada por la dictadura, se sumaron a esta idea y actuaron en la dirección deseada por los diseñadores del sistema. Es verdad que hubo cambios en el texto, pero ellos no fortalecieron la democracia, sino que solamente lograron hacer eficiente su propia agenda.

El resultado de los procesos constitucionales y los estilos de gobierno imperantes en estos años, no han trabajado en una perspectiva de cambio, sino de fortalecimiento del diseño perverso de la dictadura: entender que la política es de los extremos, es decir “conmigo o en mi contra”, sin asumir que el pueblo no es izquierda ni de derecha, sino que es una realidad comunitaria dinámica en que se conjugan intereses, deseos, sueños, posibilidades reales, recursos, entre otras cosas. La política lineal que incentiva la confrontación ha conseguido generar estos vaivenes que presenciamos. 

El pueblo de Chile no quiere ni los sueños imposibles del izquierdismo ni el autoritarismo clasista de la derecha. Tampoco se trata de un mero centro indefinido, desdibujado y que toma algo de aquí y otro poco de allá, una especie de mazamorra sin sabor.

Parece ser la hora de fortalecer a aquellos que son capaces de generar proyectos concretos a partir de diagnósticos reales de las necesidades del país y de los deseos del pueblo chileno, en una perspectiva  civilizatoria nueva, orientada desde la participación, la responsabilidad política, la conciliación de intereses, la eficacia democrática, el bienestar, el fortalecimiento de la libertad y de la seguridad, todo ello en un marco diferente de valores.

Revaloricemos el trabajo, la vida sencilla, la paz social y el entendimiento entre los habitantes del país, en una mirada que apunte hacia la paz social, el compromiso democrático y el desarrollo humano. Esto significa alterar el orden impuesto por el sistema económico y social imperante: lo importante no es competir sino colaborar, la clave no es “tener más” sino “ser más”. La riqueza económica es una parte, pero lo central es una mirada humana integral.

Los llamados “partidos de centro” deben abandonar esa postura y asumir que su propuesta debe romper los esquemas políticos a los que estamos acostumbrados y ofrecer un camino de encuentro, donde se ponga en común un programa de acción que comprometa al pueblo en su totalidad, desde los más ricos hasta los más pobres.

Los líderes se prueban en esto: de todos los grupos, de todos los partidos, incluidos el Presidente de la República y los que quieren llegar a ese puesto. Levantar la voz y mirar el horizonte, entendiendo que en esta nueva perspectiva de civilización del planeta debemos trabajar en conjunto. El líder no es el que manda, sino el que asume la responsabilidad de poner sus energías al servicio de un trabajo que es de todos, por todos y para todos.

Este es el momento. La hora de iniciar un nuevo camino ha llegado.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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