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Innovación más allá de la retórica: cómo las universidades estatales pueden enfrentar los desafíos del siglo XXI Opinión

Innovación más allá de la retórica: cómo las universidades estatales pueden enfrentar los desafíos del siglo XXI

Anahí Urquiza y Julio Labraña
Por : Anahí Urquiza y Julio Labraña Directora de Innovación de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile; Director de Calidad Institucional de la Universidad de Tarapacá, respectivamente.
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Según declara la Ley sobre Universidades Estatales, estas instituciones tienen un rol de particular importancia en el sistema educativo. Como rasgo distintivo, estas instituciones deben contribuir a satisfacer los intereses generales de la sociedad, colaborando, como parte integrante del Estado, en todas aquellas políticas, planes y programas que propendan al desarrollo cultural, social, territorial, artístico, científico, tecnológico, económico y sustentable del país, a nivel nacional y regional, con una perspectiva intercultural. La escala de dicho desafío es considerable, obliga a las universidades a desarrollar nuevos enfoques, profesionales actualizados y una articulación permanente con los requerimientos del territorio. La capacidad de innovación en estas organizaciones sin duda marcará la trayectoria futura de cada una.


Hoy la innovación es parte importante del debate público, y no solo con respecto a los procesos de producción, sino también vinculada a la modernización del Estado. Pareciera ser un imperativo para las instituciones, positivo y necesario. En educación superior, se argumenta frecuentemente que es esencial para asegurar su rol público y para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Se une, de esta manera, el concepto de innovación a otros ampliamente validados en la retórica de la discusión sobre las universidades, como la idea de sustentabilidad, el concepto de compromiso público o la discusión del ethos de las instituciones de educación superior.

Al respecto, si bien la distancia entre discurso y realidad es hoy ya un lugar común, no por eso resulta menos urgente examinar en qué medida esta retórica puede impactar en las instituciones de educación superior, considerando tanto sus potencialidades como fragilidades. En Chile, en particular, la promoción de la innovación universitaria enfrenta una serie de desafíos.

En primer lugar, existe una falta de definición consensuada de lo que se entiende por esta práctica. Como proceso, la innovación permite involucrar actividades tan disímiles como la investigación aplicada, la transferencia tecnológica, el emprendimiento y la colaboración transdisciplinaria, así como el diseño e implementación de soluciones para problemas sociales de distinto tipo. De la misma manera, puede considerar nuevas formas de organización de los procesos de enseñanza, aprendizaje o técnicas de planificación del gobierno de estas instituciones. No obstante, como resultado de su amplio alcance, el concepto de innovación corre el riesgo de convertirse en una noción sin límites, capaz de incorporar todo aquello que sea definido como tal, desdibujando su propia potencialidad y sin atender a su alineamiento con los retos de la sociedad.

Sumado a lo anterior, se debe considerar que la innovación es un proceso extremadamente improbable, caracterizado por la incertidumbre y el riesgo. Las sagas institucionales suelen romantizar la innovación, asignándola al esfuerzo de un individuo en particular, sin prestar atención a las condiciones de posibilidad que permitieron su emergencia. Por lo tanto, resulta urgente considerar el contexto de la innovación y las condiciones necesarias para el fomento de su desarrollo institucional.

La innovación es siempre social, es una variación, una novedad que tiene posibilidades de estabilizarse en nuevas estructuras sociales y tecnológicas. Esto permite desarrollar cambios organizacionales y responder de forma oportuna a las rápidas transformaciones contemporáneas, otorgando la oportunidad a las universidades de mantenerse vigentes y continuar cumpliendo con sus funciones en formación, investigación y extensión de una forma vinculada con el medio.

Para lograr esto, es fundamental establecer una cultura de la innovación y alinear las universidades a este nuevo foco mediante la promoción de la colaboración (antes que la competencia), la inter y transdisciplina (en contraposición a la especialización disciplinar) y abordando los desafíos de interfaz (ciencia-política; ciencia-economía, etc.), para responder de forma integrada a los cada vez mayores retos de la sociedad. Dicho esfuerzo implica como condición la implementación de políticas públicas que fomenten la formación de alianzas estratégicas, entre las instituciones de educación superior con actores del sector público y privado, articulando  diferentes posiciones, desarrollando indicadores e incentivos y permitiendo el aprendizaje permanente. Dentro de la organización de las universidades estatales, la definición de la innovación como un eje transversal podría funcionar como principio articulador de la gestión, docencia, investigación y extensión, de forma vinculada con los territorios en los que se desarrollan. En este contexto, parece especialmente relevante establecer un modo de planificación y toma de decisiones para una autotransformación continua.

Según declara la Ley sobre Universidades Estatales, estas instituciones tienen un rol de particular importancia en el sistema educativo. Como rasgo distintivo, estas instituciones deben contribuir a satisfacer los intereses generales de la sociedad, colaborando, como parte integrante del Estado, en todas aquellas políticas, planes y programas que propendan al desarrollo cultural, social, territorial, artístico, científico, tecnológico, económico y sustentable del país, a nivel nacional y regional, con una perspectiva intercultural. La escala de dicho desafío es considerable, obliga a las universidades a desarrollar nuevos enfoques, profesionales actualizados y una articulación permanente con los requerimientos del territorio. La capacidad de innovación en estas organizaciones sin duda marcará la trayectoria futura de cada una.

En un sistema con un consolidado régimen de capitalismo académico, como el chileno, la tentación de convertir innovación en una nueva posibilidad de comercialización no es menor. Sin embargo, precisamente dado su rol, desde las universidades del Estado debemos abordar este desafío con la máxima responsabilidad y, garantizando que la innovación sea un medio para generar soluciones reales a los problemas del país, y no solo una forma de obtener beneficios económicos o figurar en rankings especializados. Para lograrlo, es necesario que las universidades estatales definan claramente su rol en el ecosistema de la innovación y establezcan políticas y mecanismos que la promuevan en una cultura responsable y sostenible, orientada a los desafíos públicos. Solo así se podrán enfrentar los desafíos del siglo XXI, contribuyendo al desarrollo del país de una manera efectiva y comprometida con la sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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