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El extraño síndrome autodestructivo que tiene en crisis permanente a La Moneda

El extraño síndrome autodestructivo que tiene en crisis permanente a La Moneda

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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A cada buen momento, repunte o logro del Gobierno, le sigue una crisis, de efectos catastróficos. Lo dramático es que los golpes no provienen de la oposición, sino de la propia coalición gobernante, en una especie de autoatentados, de autogolpes. Si el Ejecutivo no aprende pronto que debe revisar todos los posibles frentes de crisis, de manera de anticiparse a cualquier otro evento que tire por la borda las ganancias positivas, las consecuencias pueden ser fatales.


Imposible tener más frentes abiertos, aunque mejor cruzar los dedos. El Gobierno parece haber entrado en “modo crisis” de manera permanente. Como una profecía que se cumple sin márgenes de error, cada vez que La Moneda logra controlar la agenda o retomar el vuelo, se produce una situación interna que termina por arruinar la fiesta. Esta singular profecía se inauguró el año pasado, cuando, después que el Gobierno diera un batatazo al anunciar la reforma de pensiones –que le significó al Presidente subir 7 puntos en la encuesta Cadem–, a continuación vino el lío de los indultos, tirando todo por la borda.

El último episodio se produjo luego de la Cuenta Pública de junio, cuando Gabriel Boric había logrado sintonizar en el tono con la ciudadanía, lo que se reflejó en una sorprendente subida de 10% en el mismo sondeo de opinión. Todos contentos, hasta que vino el cada vez más enredado y confuso evento de las “fundaciones”, en el que han pagado muchos justos por unos pocos pecadores. Y, claro, faltaba el corolario autodestructivo –que ya parece ser un maleficio más que una profecía–, con la salida de Patricio Fernández de la comisión que prepara la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado.

Es decir, a cada buen momento, repunte o logro del Gobierno, le sigue una crisis, de efectos catastróficos. Lo dramático es que los golpes no provienen de la oposición, sino de la propia coalición gobernante, en una especie de autoatentados, de autogolpes. Si el Ejecutivo no aprende pronto que debe revisar todos los posibles frentes de crisis, de manera de anticiparse a cualquier otro evento que tire por la borda las ganancias positivas, las consecuencias pueden ser fatales. Incluso, a nivel de la vocería –uno de los fuertes de la administración, gracias a Camila Vallejo–, se vieron las falencias de estar poco preparados para momentos complejos, más aún porque, de acuerdo con todo lo que se ha sabido a goteos, el caso de las fundaciones era conocido con varios días de anticipación por La Moneda.

Sin duda, el duro noviciado pagado por Revolución Democrática (RD) ha arrastrado a un Gobierno con poca preparación para enfrentar crisis, el que más bien va actuando reactivamente, sin capacidad de tomar la iniciativa o, bien, reaccionando de manera tardía.

Más allá de que varios de los casos que se han conocido y que involucran al oficialismo son hechos graves y condenables –que deben ser investigados hasta la última hebra–, La Moneda perdió días claves en instalar el ángulo de que estas prácticas son más comunes de lo que nos gustaría y que se han usado por moros y cristianos de todos los colores. De hecho, la comisión para mejorar estos procedimientos surgió cuando el daño ya era total para la administración. En crisis, una de las reglas básicas es actuar de manera oportuna e instalar una interpretación temprana.

Punto perdido para La Moneda

Y como si a la serie de estas semanas –al más puro estilo Borgen de Netflix, con ministros cuestionados, renuncias de subsecretaria y seremis, acusaciones cruzadas, intrigas y piezas que no cuadran– le faltara condimento, la coalición oficialista no tuvo ni siquiera la inteligencia de esperar un momento más oportuno para provocar el cisma en la comisión de los 50 años del golpe de Estado. ¿Era necesario enrarecer aún más el ambiente interno? Definitivamente no.

De fondo, más allá de que los dardos apuntaban a Pato Fernández hace rato su figura irritaba al PC desde que fue nombrado–, la consecuencia de este episodio es que el conglomerado que apoya a Boric se autoinfligió una herida que terminó por ensuciar y dañar al importante evento de septiembre. La esquizofrenia llegó a tal nivel que fue la derecha la que salió a defender a Fernández, aprovechando la ocasión para encontrar argumentos para salirse del proceso y, para colmo, terminar desplegando un relato defensor de Pinochet y del golpe que rompió la democracia, como lo hicieron el diputado Alessandri y otros dirigentes de la UDI, que hasta ahora se habían tratado de desentender del dictador, desde al menos una década.

Si bien es legítimo que algunos dirigentes del PC discreparan de la opinión de Patricio Fernández dada en una entrevista –respecto del origen que dio pie al golpe de Estado–, me parece que el nivel de virulencia y falta de lealtad interna en la coalición oficialista solo viene a reforzar este extraño síndrome autodestructivo, que actúa a estas alturas como una profecía autocumplida.

Para seguir en la línea autodestructiva, creo que fue un error de los parlamentarios y parlamentarias comunistas, quienes instalaron una barrera artificial entre los que defienden y supuestamente no defienden los derechos humanos. Me parece que exigir certificados de participación directa como víctimas de violaciones de los DD.HH., o de conciencia o conducta, a estas alturas solo ayuda a aumentar las divisiones.

Si la coalición gobernante no aprende de sus propios errores, como fue el relato de superioridad moral que desplegó la propia gente de Revolución Democrática, significa que estarán condenándose al peor y más peligroso de los síndromes: el de la autodestrucción, más aún en un momento de debilidad de La Moneda y en que sus rivales directos –que deberían, al menos, tenerlos inquietos por lo que significa social y políticamente– tienen a dos presidenciables escapados: Evelyn Matthei y José Antonio Kast.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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