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Relaciones exteriores chilenas: del dicho al hecho Opinión Sebastian Beltrán Gaete/AgenciaUno

Relaciones exteriores chilenas: del dicho al hecho

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Este es un tema mayor: la necesidad de que las relaciones internacionales sean conducidas por nuestra diplomacia profesional. En este año y medio hemos sido testigos de algunos episodios impropios, pero es justo reconocer que muchos de ellos se deben a la intervención de otras reparticiones o funcionarios que no escuchan la voz de nuestra Cancillería. Si una crítica se le pudiese formular a esta, es no hacer prevalecer su responsabilidad estatal y su capacidad profesional.


Las relaciones exteriores han sido tradicionalmente un punto de consenso en la historia reciente de nuestro país. Parte importante de las elites han entendido que la diplomacia es una tarea de índole estatal, suprapartidaria. Eso ha permitido dotar de una predictibilidad a nuestra inserción internacional y a nuestras relaciones, en el entendido de que Chile en este ámbito tiene relaciones con Estados, relaciones permanentes. No son relaciones entre gobiernos.

Una severa dificultad en los últimos tiempos en Sudamérica ha sido la ideologización de las diplomacias, olvidando lo anteriormente señalado. Surgió así el ALBA, que terminó afectando a Unasur, y provocó la propuesta de una alianza antípoda, como fue el fallido intento de Prosur. El resultado de todo ello ha sido un debilitamiento extremo del multilateralismo regional.

Un reflejo del carácter estatal de nuestra diplomacia se expresó con regularidad en que la figura del canciller generalmente encabezaba el ranking de reconocimiento en la opinión pública.

Transcurrido más de año y medio de la gestión de la actual administración, es posible realizar un balance preliminar de cómo ha sido el desempeño en esta vital responsabilidad.

En su programa de gobierno, la coalición original era expresa en reivindicar una diplomacia “turquesa”, aludiendo a un mix de prioridades: la inclusión de género unida a la prioridad medioambiental. Se trata de dos dimensiones importantes de la sociedad moderna, dos desafíos pendientes, uno de ellos –la sustentabilidad del planeta– de inequívocas proyecciones en nuestro quehacer internacional. El cambio climático llegó y ningún país puede resolverlo solo. Se requiere de la más vasta cooperación internacional, por lo que esta es una prioridad que también llegó para quedarse. Al igual, las políticas de inclusión no son privativas de la política exterior, abarcan todo el quehacer estatal y societal.

Dicho lo anterior, es evidente que los desafíos de nuestra diplomacia también incluyen otras temáticas: la cooperación en materias de paz y seguridad es una de ellas, pues el delito organizado en nuestra región no respeta fronteras y exige una máxima prioridad. El realismo nos grita a voces que la inestabilidad, cualquiera sea su origen, debe ser una de las preocupaciones prioritarias de nuestras diplomacia, empezando por el barrio que compartimos.

Aquí encontramos un campo donde es posible avanzar más, sin desconocer lo que se ha hecho. El combate al crimen organizado, a la migración ilegal y la trata de personas, al contrabando de ilícitos, incluidas armas y drogas, debe ser una de las preocupaciones principales de nuestra política exterior, dado que, por su naturaleza, estos flagelos requieren cooperación con terceros países.

Esta es una específica prioridad para nuestra diplomacia, obviamente con la asesoría profesional de nuestras Fuerzas de Orden, aunque a veces otros ministerios incursionan en este ámbito. Este es un tema mayor: la necesidad de que las relaciones internacionales sean conducidas por nuestra diplomacia profesional. En este año y medio hemos sido testigos de algunos episodios impropios, pero es justo reconocer que muchos de ellos se deben a la intervención de otras reparticiones o funcionarios que no escuchan la voz de nuestra Cancillería. Si una crítica se le pudiese formular a esta, es no hacer prevalecer su responsabilidad estatal y su capacidad profesional.

Otro tema es el del personal. En esto tenemos un gran avance. En Chile, todo el personal diplomático y consular, por ley, debe ser de carrera hasta el grado de ministro consejero. A estas alturas, ya tenemos embajadores que fueron educados en democracia, en nuestra academia. Soy testigo directo de las centenares de postulaciones que cada año se reciben para una docena de vacantes. Ello permite una excelente base de selección y así han surgido promociones de alto valor profesional.

Es bueno que se sepa: hoy nuestros estudiantes de la Academia Diplomática Andrés Bello no solo poseen título profesional, sino que muchos de ellos también han cursado previamente posgrados ad hoc en diversas universidades nacionales y extranjeras. Sobre esa base, es posible elegir un selecto grupo de estudiantes, unido a una sana paridad. Agreguemos que, además de nuestro Servicio Exterior, la Cancillería está conformada por eficientes colaboradores profesionales, técnicos y administrativos de amplia experiencia.

El tema de los embajadores políticos (cerca de 20 en casi un centenar) es un viejo tema en el cual se puede avanzar. Precisemos que muchas veces, por razones diversas, es necesario que en una embajada se desempeñe un alto funcionario de la más estrecha confianza del Presidente. Que lo cumplan es perfectamente posible cuando se trata de profesionales de las relaciones internacionales provenientes de organismos internacionales o de la academia, por cierto, cualquiera sea su experiencia previa, pero siempre es necesario que se apoyen en el eficiente asesoramiento del personal diplomático destinado.

Una buena prueba de ello fue el desempeño de Bárbara Figueroa en Argentina, donde su labor fue universalmente reconocida. Desgraciadamente, tenemos casos en contra. Nadie cuestiona la facultad presidencial para nombrar sus funcionarios, pero si ello se acompañara de solvencia en la materia todos saldríamos ganando. Esto vale no solo para la diplomacia, también para los otros ministerios responsables de temas estatales y para los equipos de asesoría en la casa, donde tanto se sufre.

Finalmente, los temas súper prioritarios: los del barrio y, en especial, los del vecindario más cercano. Es preciso entender que allí lo mejor para Chile es la prosperidad compartida, la estabilidad y la cooperación. En ello se avanza con regulación jurídica y voluntad política. Esto, en el entendido de que somos una mano amiga que quiere ayudar y que somos un Estado que vela por sus ciudadanos, su territorio y su soberanía. Sobre esa base podremos construir el mejor nivel de estabilidad que redunda en beneficio de todos.

En todo vecindario es imposible que no surjan diferencias e incluso roces. Para solucionarlos está la diplomacia. Vale obviamente para nuestra política exterior. Solo el idealismo extremo puede decretar el fin de la Historia o el arribo a una etapa donde solo impere la cooperación entre las naciones. Es peligroso negar la realidad o confundir las ideas propias con la realidad, pero peor aún es enamorarse de ellas.

Precisamente porque la sociedad planetaria es diversa y dinámica, es que en cada época de la Historia tenemos que disponer de instrumentos que nos permitan manejar los conflictos, asumir compromisos, y esa es una esencia de la diplomacia junto a su reserva. En el plano mundial, Ucrania y Medio Oriente nos recuerdan dramáticamente que la paz es un bien que se echa de menos solo cuando se pierde. Como vivimos en una economía globalizada, cualquier inestabilidad nos repercute, tenemos al respecto el alza del precio de los combustibles y de los alimentos.

El interés nacional es el que debe orientar a la política exterior. Ello permite la cohesión nacional necesaria, asumiendo a la vez un riguroso examen de nuestra estatura estratégica: no somos una potencia global, no debemos enseñarle al mundo cómo tiene que ser, pero sí podemos proclamar cómo los chilenos abordamos nuestros desafíos y que no aceptamos la injerencia externa en nuestros asuntos.

Lo obvio, así como no es sano ideologizar las relaciones internacionales, tampoco lo es el subordinarnos solo a fines económicos, menos aún cuando estos a veces son más privados que públicos. Sucedió en el triste episodio de las “cuerdas paralelas”. Peor todavía es cuando se usa la política exterior para fines de agenda doméstica, como el desastroso episodio de Cúcuta.

Tenemos un claro interés nacional que proteger, un personal de carrera renovado y altamente preparado, y hemos logrado, producto de muchos esfuerzos, volver a insertar con éxito a Chile en la arena internacional, asumiendo nuestras responsabilidades. Cuidemos de todo ello.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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