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El plebiscito constituyente que no es tal Opinión

El plebiscito constituyente que no es tal

Modesto Gayo
Por : Modesto Gayo Sociólogo de la Universidad Diego Portales.
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Digámoslo abiertamente, no habrá cambio constitucional de mayor alcance, al margen de discusiones técnicas que prometen ser todo lo vacías que refleja la falta de ruido con que transcurrió el viaje de esta nueva intentona de cambio caída en desgracia.


Si no llega a ser porque ya no importa lo que suceda en este plebiscito, la etapa final de un proceso constituyente hubiese sido un momento central e ineludiblemente memorable de la vida republicana en Chile. Tener que elegir entre dos constituciones de derechas no era lo que prometía el entusiasmo con el que todo comenzó y tampoco el revés que se merecía un texto infame impuesto por la fuerza militar en un año aciago ya lejano, pero que todavía rebota como pelota loca en nuestras mentes.

Todos lo sabemos y miramos intermitentemente hacia el cielo y el suelo, como autómatas condenados a decidir sobre la base del programa que nos instalaron los próceres y las lecciones de la historia en nuestras mentes de aspecto vivaz, pero al parecer estériles políticamente. La gran lección es muy sencilla: al final, le demos las vueltas que le demos, con salto de carnero o sin él, la victoria será para los económicamente fuertes.

Digámoslo abiertamente, no habrá cambio constitucional de mayor alcance, al margen de discusiones técnicas que prometen ser todo lo vacías que refleja la falta de ruido con que transcurrió el viaje de esta nueva intentona de cambio caída en desgracia. Hay algo muy positivo en ello para el Gobierno que al parecer preside lo que ha sido incapaz de conducir: Boric no firmará una nueva Constitución que quiso abrazar con la fuerza del programa nonato que lo condujo a La Moneda y que se convirtió, con el tiempo, en el oso que aprieta hasta la muerte.

En gran parte, el fin de la posibilidad de un cambio de régimen es el punto de término de los sueños frenteamplistas, pues el resto, todo su discurso respecto a la ética pública, ya se desvaneció por el camino de las corruptelas que se multiplicaron como la cólera entre una mezcolanza de cuicos de la nueva generación, hijos de apellidos consagrados del progresismo nacional, y ascendentes con ambiciones aceleradas de acumulación real sobre la base de prácticas evidentemente truchas.

Lo más grave no es todo este listerío de las carreras de 1 a 100 en dos años, ni el financiamiento de Democracia Viva, hoy ya fenecida, ni los dimes y diretes entre socialistas y revolucionarios-demócratas (RD-ianos), u otras piezas de teatro que nos van dejando estos cuatro años de sobresaltos desde el inolvidable 18 de octubre, sin necesidad de recordar el año. Lo más profundo, tremendo, oscuro e inefable es la imposibilidad de eliminar con un solo movimiento del brazo el edificio constitucional levantado sobre la muerte y tortura de miles de chilenos y el terror generalizado que todo ello provocó.

Hoy la Constitución de 1980 es en Chile la estatua de Stalin que no se pudo derrumbar, el caudillo montado a caballo de las plazas españolas, la pétrea cruz hitleriana que presidía un edificio construido con el objetivo de mostrar la eternitud del orden de las SS y la Gestapo. Como corresponde, Franco ya no está, Stalin se perdió en la historia y del nazismo no se dejó rastro físico alguno para su consagración. El proceso constituyente iniciado a fines del año 2019 comprometía justamente esto: derrumbar las huellas del pinochetismo y esa meta es precisamente la que no se alcanzó.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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