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Efecto par Opinión

Efecto par

La última versión del efecto par señala lo evidente: es muy difícil lograr calidad para todos con un sistema educacional tan segregado como el chileno, más aún cuando el problema está reforzado por ciudades segregadas.


“Está comprobado que existe el efecto par”, dijo el director del Servicio Local de Educación Pública (SLEP) de Copiapó para justificar el Sistema de Admisión Escolar (SAE). Varios comentaristas han criticado esa aseveración. Quizás la crítica más extrema es la que formuló Josefina Araos, tildando la eliminación de la selección escolar como una regla implementada “a la fuerza”.

Se trata de una curiosa descripción de una reforma democrática a un sistema instaurado en dictadura y que pasó por todos los controles institucionales. La pregunta de fondo, en todo caso, es si el efecto par es un objetivo regulatorio deseable. Ello depende de cómo definamos ese objetivo. 

Una primera definición (y más tradicional) del efecto par es la del efecto académico que tiene un compañero con los otros de la misma sala. Una hipótesis simple es que los alumnos de alto rendimiento académico tendrían una influencia positiva sobre sus compañeros. Esto sugiere que la reforma SAE generaría frutos inmediatos, al producir integración entre estudiantes de rendimiento dispar.

No obstante, la evidencia no es concluyente. Si bien hay resultados positivos en actitudes sociales de estudiantes de mayores ingresos (Sacerdote, 2011, 2010; Rao, 2019), los resultados son mixtos a la hora de evaluar la influencia en el desempeño académico. De hecho, parece ser más importante estar con estudiantes de similar nivel dentro de la sala, más que con alguien más avanzado (Sacerdote, 2011).

Sin embargo, hay más versiones del efecto par que la académica, no menos relevantes, aunque más difíciles de estudiar. Una segunda versión es sobre la distribución del capital político a través de colegios. El separar estudiantes según su desempeño académico estaría indirectamente separando a los estudiantes según la capacidad de influencia política de su familia. Por tanto, los alumnos más desaventajados se encontrarían atrapados en colegios sin las redes sociales y políticas que les permitiría obtener ayuda para su mejora.

El problema de dicha hipótesis es que el supuesto de que la integración en colegios subvencionados nos llevará a la mejora del sistema en su totalidad parece algo inocente. Ya es el caso que la gran mayoría de los estudiantes van a colegios subvencionados e igualmente ellos no mejoran significativamente. Asimismo, si lo que se busca es distribuir el capital político, la integración debería pasar por colegios de élite, los cuales concentran la influencia política. Para ello sería necesario lograr la integración a colegios de financiamiento totalmente privado, algo de dudosa viabilidad política.

Por último, una tercera versión del efecto par es más simple y no requiere tantos supuestos. En un sistema descentralizado, el personal educativo, insumo clave para la calidad, en general tiene una menor disposición a trabajar en colegios con alumnos más “complicados”. En otras palabras, la calidad de los alumnos determina la capacidad del colegio de atraer al mejor capital humano profesional. Una mirada a los datos indica que en los concursos para la dirección de una escuela pública se reciben menos postulaciones cuando se trata de recintos con más alumnos vulnerables, incluso si se paga el mismo salario.

De esta forma, el problema no es solo estar en la misma sala con un cierto tipo de alumno, sino que algunos estudiantes dificultan la llegada de buenos profesores y directivos. Esto justificaría tener escuelas con financiamiento público que sean integradas, permitiendo políticas que alcancen la ansiada calidad educacional para la mayoría.

La última versión del efecto par señala lo evidente: es muy difícil lograr calidad para todos con un sistema educacional tan segregado como el chileno, más aún cuando el problema está reforzado por ciudades segregadas. No es que el SAE va a resolver los problemas educacionales; la integración es una condición necesaria pero no suficiente. Por tanto, el SAE debe evaluarse en su rol, sin la lógica del megáfono, con buena evidencia técnica y adecuada comunicación de esa evidencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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