Publicidad
Entre el recuerdo y la bruma: el “irreparable” trauma transgeneracional que dejó la dictadura PAÍS

Entre el recuerdo y la bruma: el “irreparable” trauma transgeneracional que dejó la dictadura

De qué manera impacta la huella de la dictadura en la transgeneracionalidad chilena, cómo subsisten las consecuencias del trauma en las nuevas generaciones y la “deuda permanente” de un país que, ad portas de conmemorar los 50 años del golpe de Estado, aún no termina de reconocer lo ocurrido durante 17 años de dictadura. El psicólogo Danilo Sanhueza –investigador en el campo de la memoria– explica que “desde una perspectiva clínica, estamos hablando de una situación que es vivida como traumática por una generación y, en virtud de los efectos que tiene, las consecuencias de esa vivencia son transmitidas a las generaciones que siguen”.


Danilo Sanhueza es psicólogo, investigador y docente del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile. Hijo de una familia que emigró del campo a la ciudad y de profesores normalistas, creció en los alrededores del cerro Chena. La bruma es la primera imagen que viene a su mente al recordar su infancia, cuyo tránsito era interrumpido a diario por los estragos de una dictadura que parecía no tener fin. Explosiones de las torres de alta tensión y apagones eran la señal que avisaba a niñas y niños de su barrio que tenían que correr.

“Escuché muchas veces la historia de un camión militar con un hilo de sangre corriendo”, recuerda. Su familia se preocupaba en transmitir que algo estaba pasando, pero con sigilo. La sola información era sinónimo de peligro. Se construía así una suerte de rompecabezas, con varias piezas faltantes. El “miedo” se instituyó como huella en tantas decenas de hogares, incluso en una familia sin militancia partidaria.

“Parte importante de las inquietudes que a mí me motivan a investigar sobre esto tiene que ver con ese carácter incompleto y no resuelto de esa memoria habitada por silencios, renegaciones, miedos, vacíos”, confiesa hoy Sanhueza, que se encuentra ad portas de obtener el grado de doctor con una tesis que se inmiscuye en un concepto epicentral de la memoria y, también, de la psicología: el recuerdo.

Para ello, investigó una selección de obras pertenecientes a la literatura de los hijos, que narra los aspectos más crudos, a través de pequeñas escenas de la cotidianidad, de quienes crecieron en dictadura. Hoy, en el marco del mes de conmemoración del golpe de Estado, su experiencia personal y su trabajo académico se entrecruzan con la historia de un país cuya memoria es disputada desde las veredas más lejanas. Y el trauma transgeneracional persiste aún en las nuevas generaciones.

“Si hay algo que marca la conmemoración de los 50 años, de un modo muy distinto a lo que fueron los 40 años, tiene que ver con que no terminamos de establecer ciertas verdades aceptadas socialmente: hay un gran retroceso entre la conmemoración de los 40 y de los 50 años. En el primer caso, discutimos la responsabilidad política y las consecuencias judiciales de quienes estuvieron implicados en la perpetración de los crímenes de la dictadura y hablamos del ‘Nunca más’. Hoy, la discusión es si justificamos o no lo que pasó, y la derecha está disputando la hegemonía de la construcción de la memoria social y busca rescatar la herencia, el legado económico e institucional del régimen”, indica.

-¿De qué hablamos cuando hablamos de trauma transgeneracional?
-Desde una perspectiva clínica, estamos hablando de una situación que es vivida como traumática por una generación y, en virtud de los efectos que tiene, las consecuencias de esa vivencia son transmitidas a las generaciones que siguen.

Para que haya un trauma, para que un acontecimiento grave, violento, inesperado, tenga efectos traumáticos, es necesario no solamente que acontezca un hecho de esas características, sino que también ese hecho tenga un impacto en una persona con determinadas características. Entonces, cuando una persona es violentada, en cualquier contexto, una violencia política, de género, sexual, por ejemplo, ese acontecimiento será tanto más traumático en la medida en que hay un otro que en primer lugar traiciona, que debería haber cuidado o que debería haber respetado, que estaba llamado a no romper el pacto social en el sentido del ejercicio de una violencia, y que lo rompe, que traiciona.

Si uno mira la estructura de la relación, existe un paralelo muy claro entre la violencia sexual, por ejemplo, las situaciones de abuso y la violencia de Estado. En el caso de la violencia sexual, muy frecuentemente lo que acontece es que hay una situación de desigualdad de poder donde alguien traiciona ese pacto social, donde esa persona estaba convocada a cuidar, a proteger o, por lo menos, a no transgredir y transgrede.

Por eso es que es tan grave y hablamos de violaciones a los derechos humanos en situaciones específicas, que no tienen tanto que ver con la gravedad o con la forma concreta en la cual acontece la violencia, sino con la posición que estructuralmente ocupan los sujetos que están implicados en esa escena.

Una segunda cosa que tiene que ocurrir tiene que ver con el hecho de que hay un tercero que no admite ni reconoce, no le da lugar a la gravedad de lo ocurrido. Es un tercero, un testigo, alguien que escucha o se entera. Cuando la persona confiesa, cuando habla la persona que está en posición de víctima y ese testimonio no es escuchado, o no se le da el valor, esa confesión no arrastra consigo todas las consecuencias que debería tener.

Más allá del trauma que acontece cuando una persona es víctima de persecución política, tortura, delación, adquiere una dimensión específica más grave. Más allá de los efectos individuales, toda una sociedad resiente en el plano del tejido social los efectos de esa violencia, porque queda convocada, en cierto sentido, en calidad de testigo.

-Si pensamos un escenario totalmente utópico y considerando el actual contexto, ¿cuántos años podría tardar sanar, reparar o tratar ese trauma?
-Es una pregunta muy difícil. No podría decir cuánto tiempo requerimos. Sí lo que podríamos pensar son ciertas condiciones que favorecen o no la tramitación de esas consecuencias. Y en ese plano pienso que hay ciertas cosas que deberían haber ocurrido y que no ocurrían en este país. O sea, el caso ejemplar es el arresto de Pinochet, cuando retorna al país en silla de ruedas y se levanta. Esa es la escena de la impunidad. El problema de la impunidad ha tenido y tiene consecuencias que vuelven, transforman a ese pasado en algo que sigue abierto, que sigue vivo.

Tienen que existir condiciones para que ocurra esa reparación social, porque hay dinámicas que contribuyen a no hacerlo, como el silencio, el encubrimiento; por ejemplo, ¿cómo se le dice a un hijo que se fue torturado? Freud decía que, por más que algo se oculte, igual se transmite a la otra generación. No hay cómo hacerle terapia a un país, pero hay elementos importantes: el paso del tiempo ayuda; el gesto reparatorio que la justicia tiene (gesto institucional) es lo más importante (la impunidad no se subsana con medidas reparatorias)… Hay algo que nunca se va a poder reparar, por ello nunca tenemos que dejar de hacer cosas. Hay cosas que son indecibles y hay una deuda permanente.

-¿Cómo impacta el trauma social en las distintas generaciones?
-Es una pregunta muy interesante, muy compleja, porque lo primero que habría que decir es que hay una multiplicidad de formas de memoria. El pasado habita en nosotros, psíquicamente, en un sentido íntimo, subjetivo, pero también relacionalmente, intrasubjetivamente, colectivamente, de maneras muy distintas.

Las personas que vivieron su infancia durante la dictadura conducen a distintas formas de memoria, a distintas formas de que ese recuerdo se mantiene vivo. Quizás las personas que encarnan de manera más dolorosa y más viva una forma de memoria son las familias de personas torturadas o desaparecidas.

Estos acontecimientos suponen, para los que sobreviven, la dificultad de transmitir una historia que es muy difícil de nombrar, no solamente porque son acontecimientos muy horrorosos sino porque a eso se le suma la huella de lo que ocurrió en este país posterior al reconocimiento de esos acontecimientos: en el primer mensaje presidencial de Patricio Aylwin, verdad y justicia quedan separados; el no reconocimiento de las consecuencias en las políticas institucionales contribuye a que la experiencia vivida de las personas que sufrieron violencia política sea más difícil, porque se enfrentan a una realidad que es contradictoria. Por una parte, se admite socialmente que ocurrió lo que ocurrió, pero, por otra, no se persiguen esas consecuencias. Eso contribuye a que subsista una memoria detenida en el tiempo, una memoria enclaustrada.

Entonces, cuando uno hace el trabajo de revisar documentos, mirar los álbumes familiares y preguntar a sus familiares, hay personas que logran ligar algo de lo que les ocurre en el presente, que no sabían por qué les ocurría, con esa historia que no es una historia propia, es la historia de los padres o de los abuelos.

-Diversos autores plantean que Chile es un país en eterna transición o que, de alguna manera, se quedó atrapado en el proceso transicional, ¿qué piensas en relación con esto?
-Yo diría que, por una parte, el tiempo de la transición está marcado por la melancolía, por la tristeza, la detención, la constatación dolorosa de que se ha perdido un horizonte transformador, la posibilidad de articular un sujeto histórico en nuestro país.

La transición en Chile es una cosa muy extraña, porque, si miramos la historia política de otros países en la región, en el Cono Sur en particular, Argentina, Uruguay, por ejemplo, son situaciones muy distintas, el fin de las dictaduras no fue por la vía del dictador entregando el poder y después desapareciendo de la escena del poder. No hay que olvidar que vivimos por largos años con Augusto Pinochet sentado en el Senado.

La revuelta de 2019, las movilizaciones que acontecieron en los años precedentes no solamente tenían que ver con educación, nos hablan de una reconfiguración tardía. La Constitución del 80 es algo que está muy presente, que limita de manera muy poderosa el horizonte de las cosas que podemos o no podemos hacer, delimita muchísimo los márgenes bajo los cuales comprendemos la relación entre sociedad y poder, y la manera en la cual el ejercicio político tiene unos márgenes que hacen muy difícil que la voluntad popular, sobre todo la voluntad transformadora, se exprese por esa vía de la institución. Entonces, a mi juicio, mientras eso no cambie, es muy difícil hablar de un fin de la transición.

Publicidad

Tendencias