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Gobiernos impopulares: una tendencia global Opinión Créditos: Agencia Uno.

Gobiernos impopulares: una tendencia global

Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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Lo cierto es que hoy los electorados no están dispuestos a aceptar un retroceso en sus condiciones de vida, y los primeros castigados serán los gobiernos de turno si hay un deterioro económico severo. Junto a lo anterior, esta situación está dando pie también a un clima de mayor intolerancia, polarización política, xenofobia y rechazo de inmigrantes, algo no visto con esta intensidad en décadas anteriores. Entramos así, ahora, en una época marcada por una mayor incertidumbre y pesimismo, que –usando las palabras del gran pensador italiano Antonio Gramsci– facilita la “aparición de los monstruos” (frase que usó para advertir del surgimiento del fascismo en Italia y el resto de Europa).


Si se mira el panorama global en el mundo hoy, se puede constatar que la mayoría de los gobiernos de turno gozan de una baja popularidad y que los con alta aprobación son una clara minoría. No solo eso, sino que varios que llegan al poder con números altos, al poco tiempo pierden importantes niveles de apoyo. Por cierto, me refiero al mundo democrático, donde hay elecciones transparentes y órganos que fiscalizan de manera independiente los procesos electorales.

¿Por qué se ha agudizado, en esta época que vivimos, esta tendencia declinante en la adhesión a muchos gobiernos, haciendo la tarea de gobernar cada vez más compleja y difícil? Bueno, por cierto, existen razones particulares en cada caso, pero hay otras variables que son generales y que afectan al conjunto de fuerzas políticas que hoy gobiernan. La primera es que –sea justo y adecuado o no– lo cierto es que hoy una proporción no menor de los electorados castiga a los gobiernos de turno, por los problemas más acuciantes que viven, independientemente de si esos problemas son responsabilidad directa de los que gobiernan u obedecen a un legado anterior o a condiciones globales que impactan, por ejemplo, el estado de la economía y sus efectos sobre la población.

El caso más evidente hoy, por ejemplo, es la aparición nuevamente del fenómeno inflacionario, que está afectando a cientos y cientos de millones alrededor del mundo, y que ha llevado al debilitamiento o desplome en la popularidad de muchos gobiernos, no obstante que las causas de esa inflación se encuentran en fenómenos externos, como el impacto que tuvo el COVID en la cadena de suministros a nivel global, y la guerra en Ucrania, que ha encarecido de manera marcada los precios del petróleo, gas y otros derivados. En Estados Unidos, sin ir más lejos, un 84% del electorado dice que el problema que más le preocupa es la inflación; muchos responsabilizan al gobierno de Biden de no hacer lo suficiente, pero los demócratas lograron salir relativamente airosos de las elecciones de medio término, porque los candidatos y la agenda de campaña de los republicanos fueron percibidos como extremos por muchos votantes independientes.

Pero, sin duda, la inflación y otras materias que hoy son de preocupación global, como los temas de empleo y salarios, y la delincuencia y crimen organizado, afectan la adhesión de gobiernos de distinto signo. En todos estos casos, es muy difícil que las autoridades de turno logren sustraerse a sus impactos negativos, si los índices y resultados son malos. Porque algo que se instaló con fuerza en la última ola globalizadora que vivió el mundo, es que venía una Era de progreso ininterrumpido y, efectivamente, cientos de millones salieron de la pobreza, pero hoy lo que vemos en muchas partes son clases medias que se han empobrecido, lo que genera gran angustia e irritación, y las causas que subyacen a ello son invisibles para la gran mayoría, no así los gobiernos de turno que llegaron al poder prometiendo (como siempre, porque así es la política) una vida mejor.

Todo esto se ve magnificado, además, por el extenso uso de las redes sociales y medios masivos, donde se pueden difundir muchas veces medias verdades o noticias falsas, a las cuales, sin embargo, millones dan crédito. Y si a ello sumamos oposiciones intransigentes y oportunistas que, sabiendo las causas estructurales de algunos problemas, apuntan toda la responsabilidad en los gobiernos de turno, ello hace muy difícil una gobernabilidad sustentada en una amplia base de apoyo. Ahora, por cierto que las fuerzas que gobiernan tienen una responsabilidad en cómo enfrentan estos shocks externos, qué medidas toman para amortiguar sus efectos más dañinos, y países que tienen una red de protección social consolidada están siempre en mejores condiciones para, al menos, disminuir un mayor daño en la población de problemas que son de alcance global.

Pero lo cierto es que hoy los electorados no están dispuestos a aceptar un retroceso en sus condiciones de vida, y los primeros castigados serán los gobiernos de turno si hay un deterioro económico severo. Junto a lo anterior, esta situación está dando pie también a un clima de mayor intolerancia, polarización política, xenofobia y rechazo de inmigrantes, algo no visto con esta intensidad en décadas anteriores. Entramos así, ahora, en una época marcada por una mayor incertidumbre y pesimismo, que –usando las palabras del gran pensador italiano Antonio Gramsci– facilita la “aparición de los monstruos” (frase que usó para advertir del surgimiento del fascismo en Italia y el resto de Europa).

No, no hay progreso ilimitado asegurado. Los países pueden retroceder en sus estándares y condiciones de vida. Ahora lo estamos viendo en diversas latitudes, aun en el mundo desarrollado. Y por eso, gobernar está más difícil que nunca, y cumplir las promesas de los programas, todavía más. Y, entonces, mostrar un curso claro y seguro en un momento de turbulencias globales, salir a explicar a la población lo que sucede en el mundo y sus impactos locales, y buscar acuerdos transversales hasta donde sea posible, son las herramientas que quedan para sobrellevar este período. Y aunque no garantiza una reelección a fuerzas gobernantes, al menos puede impedir un desplome temprano –caso reciente de la ex primera ministra británica, que duró 44 días–, algo que hoy arriesgan muchas fuerzas políticas que están en el poder.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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