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Blancos, negros, musulmanes, gay y hetero: la empatía como utopía en Sense 8 Opinión

Blancos, negros, musulmanes, gay y hetero: la empatía como utopía en Sense 8

Noam Titelman
Por : Noam Titelman Ex presidente FEUC, militante de Revolución Democrática y coordinador del Observatorio de Educación en Chile, de la Fundación RED-
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Una actuación y diálogos a ratos extravagantes y exagerados, no opacan una historia que parece poner el dedo en la llaga en uno de los temas más controversiales del momento: la crisis del multiculturalismo. En esta columna busco escarbar un poco en la manera que allí se trata lo que podría ser la utopía de la vida bajo el liberalismo multiculturalista o multiculturalismo. También, esta columna pretende ser un pequeño homenaje a una serie que nunca podrá concluir, por su corte abrupto debido, probablemente, a sesudas consideraciones de mercado.


El aforismo “Un enemigo es alguien cuya historia aún no conocemos” (hecho famoso y criticado por Slavoj Zizek), podría resumir la muy optimista y un tanto ingenua escala de valores de la serie Sense 8 de Netflix. Una serie de ciencia ficción en que el “superpoder” que presentan sus protagonistas consiste en poseer una sobrenatural empatía dentro de su grupo de ocho personas. La serie que, según se anunció hace unas semanas, no será renovada para una tercera temporada, cuenta la historia de un grupo de individuos distribuidos a lo largo del mundo (México, Estados Unidos, Inglaterra, Corea del Sur, Kenia, India y Alemania) que representan la diversidad humana, con especial énfasis en la diversidad LGBT. Estas personas descubren su pertenencia a una especie distinta a los homo sapiens, esto es, los homo sensorium que contarían con la capacidad de sentir y saber todo lo que sienten y conocen el resto de los integrantes del grupo. Una actuación y diálogos a ratos extravagantes y exagerados, no opacan una historia que parece poner el dedo en la llaga en uno de los temas más controversiales del momento: la crisis del multiculturalismo. En esta columna busco escarbar un poco en la manera que allí se trata lo que podría ser la utopía de la vida bajo el liberalismo multiculturalista o multiculturalismo. También, esta columna pretende ser un pequeño homenaje a una serie que nunca podrá concluir, por su corte abrupto debido, probablemente, a sesudas consideraciones de mercado.

Hace ya varias décadas que el tema de la identidad viene marcando el debate sobre las políticas culturales. Si hubiera que resumir la discusión, se podría hablar de dos formas de entender lo público en las políticas culturales de una democracia liberal: la una centrada en la igualdad, la otra en la diversidad.

Por un lado, la visión histórica, ligada a los procesos que hicieron surgir el Estado Nación, busca consolidar y proteger un espacio público donde los ciudadanos se integran a la comunidad como iguales. La relación de cada ciudadano con el Estado (y la república) se daría a nivel individual. Cada individuo sería rey en su espacio privado y súbdito del Estado-nación en el espacio público.

En cambio, el multiculturalismo complejiza la relación al reconocer una serie de agrupaciones intermedias, entre el ciudadano y el Estado, que tienen sus propias reglas y convenciones. Un ejemplo clásico de tensión es el debate sobre el uso de la burka u otros símbolos religiosos en las escuelas públicas. Una visión liberal no multiculturalista tiende a defender la igualdad con la que cada ciudadano se integra al Estado Nación, y, por lo tanto, a prohibir su uso y cualquier otra expresión religiosa en la escuela, buscando resguardar así la integridad de la comunidad nacional. Por su parte, el multiculturalismo tiende a defender la expresión de la diversidad religiosa, también en la escuela, como forma de articular la integración de los distintos grupos, de toda índole, que conforman la comunidad nacional.

El multiculturalismo transita en una delicada dialéctica entre un ideal de comprensión universal del otro y una diferenciación radical de ese mismo otro. Esta dualidad está muy bien reflejada en Sense 8. Mientras por un lado se busca mostrar la diversidad cultural, geográfica, religiosa, sexual y de género, estas diferencias no evitan la comprensión absoluta del otro. En esta utopía del multiculturalismo las diferencias entre un actor homosexual mexicano, un ladrón de joyas alemán y un chofer de bus africano son meras marcas superficiales que enriquecen un encuentro interior sublime. En esa línea, la serie presenta varias escenas largas, marcadas por fotomontajes y música pop, que enmarcan momentos de esa conexión trascendente. En la mayoría de las ocasiones esos episodios están ligados a encuentros sensuales o sexuales. En el sexo, desprovistos de sus ropas y exteriores culturales, todos son radicalmente iguales.

Las complejidades y dificultades de la dialéctica entre igualdad universalista y diferencia radical, se encarnan muy claramente, por ejemplo, en la constitución de Haití de 1804. Esta buscaba respetar la fuerza identitaria de la población negra esclava recientemente emancipada mientras, al mismo tiempo, se intentaba dar cabida a la visión universalista y liberal. El extraño resultado fue que esa constitución definía al país como una “República negra” y, a reglón seguido, especificaba que todos los ciudadanos de Haití eran negros, sin importar el color de su piel.

Por otra parte, cabe señalar que la visión multiculturalista de las últimas décadas está asociada a una lucha cultural específica: la rebeldía ante la supremacía del hombre, blanco, de primer mundo y heterosexual, en el contexto de los logros de movimientos sociales anticoloniales y antidiscriminación. En particular, el foco central de esa rebelión ha cuestionado la violencia simbólica ejercida contra los grupos no hegemónicos (mujeres, no blancos, no heterosexuales, etc.), a través de las representaciones y estereotipos de ellos que caracterizan la cultura hegemónica.. En este sentido, parece contradictorio que los estereotipos dominen a los personajes de Sense 8: El personaje africano marcado por pobreza y SIDA, la mujer asiática marcada por una historia de artes marciales, los personajes mexicanos parecen sacados de la tradición de telenovelas mexicanas y los personajes de India realizan un baile al estilo Bollywood, entre otros estereotipos. Sense 8 pareciera así demostrar que, por muy buenamente multiculturales intenciones que tenga, una serie hecha desde el primer mundo para el primer mundo, difícilmente puede escapar al hecho de ser una creación cultural en la que los demás cumplen ese ominoso rol del “otro”. Más allá del caso específico de esta serie, en esa profunda dificultad de poder realmente “conocer la historia de un otro”, yacen algunos importantes elementos de crítica y crisis que enfrenta el multiculturalismo.

Ya lo argumentaba Edward Said cuando mostraba cómo las representaciones de figuras del Oriente en el arte occidental reflejaban mucho más deseos y pulsiones de Occidente que a los habitantes de Oriente. Esta tensión entre dar voz y representación al otro en la cultura propia para empoderarlo, pero, a la vez, terminar vaciándolo de contenido, es uno de los dilemas más complejos del multiculturalismo. Así, se ha llegado a plantear que, en realidad, bajo el afán “políticamente correcto” del multiculturalismo, subyacen muchas veces visiones profundamente racistas y primer-mundo-centristas. Una posible evidencia de esto sería el caso de la reciente emergencia de una derecha xenófoba, anti-musulmana, amparada en la defensa de los derechos de la diversidad sexual (como es el caso de Pim Fortuyn, fundador del partido ultraderechista neerlandés).

En los últimos años, la tensión en torno al multiculturalismo se ha centrado en la supuesta lucha de civilizaciones entre Occidente y medio Oriente y, por ello, llama la atención que ninguno de los personajes de Sense 8 sea musulmán o de medio-oriente. En este sentido, es interesante que el momento decisivo en que se resquebraja la fantasía de paz y armonía entre los diferentes, según explican en la serie, se da justamente con el atentado del 11 de septiembre. Al menos desde la perspectiva de los Estados Unidos, esa fecha probablemente marca un antes y un después en la forma en que se aborda la convivencia multiculturalista.

Por último, la crisis del multiculturalismo es, en muchos sentidos, la crisis del discurso de legitimación que había sostenido un mundo unipolar, el discurso del fin feliz de la historia de Francis Fukuyama. Un mundo en que la humanidad supuestamente ya habría alcanzado, con el capitalismo moderno, el óptimo en su organización estructural y lo que quedaría sería la administración de intereses particulares, de diferentes identidades. Así, la discusión más interesante de Sense 8 se da en torno a la tensión de un multiculturalismo que ya no está tan seguro de que el capitalismo sea la mejor manera de garantizar identidades emancipadoras. Esa duda se refleja en la tensión entre los homo sapiens y los homo sensorium. En varias ocasiones se preguntan en la serie, por qué una especie aparentemente inferior, como la sapiens, pudo haberse sobrepuesto a la de los simios empáticos. La respuesta es bastante poco tranquilizante ya que básicamente consiste en resaltar el tenebroso poder del individualismo y el egoísmo, de la iniciativa privada y su mano invisible, es decir, del capitalismo.

Es famosa la aseveración de Frederic Jameson en cuanto a que hoy es más fácil para la ciencia ficción imaginar una revolución tecnológica antes que una sociedad que no se ordene a la forma del capitalismo. ¿Cómo pensaban entonces terminar la serie sus creadores?

Fue tal el nivel de presión de los seguidores de esta serie desde que se anunció su abrupto corte, que Netflix hace un par de días comprometió un capítulo final de dos horas que será estrenado en una fecha a anunciar. Ha habido ciertos indicios de que en la relación entre las dos especies estría la clave del desenlace final. Hubo algunos esbozos de la posible gestación de una organización social que se contrapondría a la actual, donde el liberalismo multicultural, llevado a su versión más radical, acabaría pareciéndose al comunitarismo y volcándose contra el capitalismo que le dio origen. Es esa, sin embargo, una tesis difícil de sustentar y valdrá la pena ver si es o no, el fin de esta historia de la empatía radical.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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