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El día en que profesores del extranjero llegaron a enseñar en Chile CULTURA|OPINIÓN

El día en que profesores del extranjero llegaron a enseñar en Chile

Andrés Navas
Por : Andrés Navas PhD en Matemáticas, École Normale Sup. de Lyon Académico Universidad de Santiago de Chile Premio del Consejo Matemático de las Américas (MCA) 2013 y de la Unión Matemática de América Latina y El Caribe (UMALCA) 2016
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Cuando escuché las declaraciones del señor Briones hace unos días y su “audaz” propuesta de abrir concursos internacionales para traer profesores extranjeros a Chile, no pude sino compararla con aquella que Balmaceda plasmó hace más de un siglo. De un lado, una política de estado robusta con un efecto multiplicativo innegable como la del expresidente. Del otro, una política estrecha que reduce el proceso educativo a la enseñanza en el aula y apunta al profesorado como responsable de su crisis. El señor Briones argumenta la carencia de profesores que se vislumbra para el futuro debido a la falta de interés en la carrera pedagógica. Sin embargo, tal como señalan varios informes contundentes de especialistas -como el emanado por el CIAE de la Universidad de Chile en 2014-, el problema son claramente las condiciones laborales.


En 1887, se dio inicio a la construcción del viaducto del Malleco sobre la base de cálculos técnicamente concebidos por el ingeniero chileno Victorino Lastarria. El país daba así un salto monumental para cobijar el que, por varios años, sería el puente ferroviario más alto del mundo. Pero si bien esto representaba un hito en el ámbito técnico, a juicio del presidente de la época, José Balmaceda, faltaba aún dar un salto cualitativo en los planos educacional y científico. Fue así como impulsó una de sus grandes obras: la fundación del Instituto Pedagógico, concretada el 29 de abril de 1889.

La puesta en marcha de esta institución hacía necesario convencer a académicos de prestigio para que vinieran desde el extranjero a tomar las riendas de parte de la estructura educacional del país. Fue Domingo Gana, embajador en Alemania, quien hizo las gestiones para que, entre otros, aceptasen esta tarea Federico Johow (botánico), Federico Hanssen (filólogo), Hans Steffen (geógrafo), Alfredo Beutell (físico), Augusto Tafelmacher (matemático), Rodolfo Lenz (lingüista), Jorge Schneider (filósofo) y Guillermo Mann (psicólogo). El Dr. Johow fue el primer director del Instituto Pedagógico -la actual Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación-. Hoy en día, la calle que está por detrás del edificio del instituto (y que desemboca en la Plaza Ñuñoa) lleva su nombre.

El impulso educativo de esta inciativa fue extraordinario. Especial atención merece el ámbito de las matemáticas. Junto con Tafelmacher, rápidamente llegaron al país Francisco Proschle y Ricardo Poenish. El nombre del primero es bastante conocido: impartió clases en el Instituto Nacional y sus textos de estudio fueron ampliamente utilizados en la enseñanza secundaria durante todo el siglo XX (de hecho, algunos siguen siendo utilizados y pueden ser adquiridos en casi cualquier librería).

Poenish, por su parte, se orientó hacia la educación de un nivel más avanzado; entre otras cosas, escribió (en castellano) algunos de los primeros textos de geometría y álgebra modernas de Sudamérica. Cabe consignar que tanto Tafelmacher como Poenish se habían doctorado en la Universidad de Göttingen, Alemania, considerada la mejor universidad del mundo en la época (título que ostentó hasta el ascenso al poder del nazismo y la consiguiente persecusión y fuga de académicos de la institución).

A ellos los sucedió Carlos Granjot, quien, desde su arribo a Chile en 1929, pavimentó definitivamente el camino para que se desarrollase investigación científica matemática en el país. Parte de esta apasionante historia puede ser leída en dos completísimos relatos de Flavio Gutiérrez y Claudio Gutiérrez disponibles en internet: uno sobre Poenisch y otros sobre Grandjot.

Por las aulas del Pedagógico de aquellos años pasaron insignes estudiantes, quienes posteriormente asumieron cargos en distintas instituciones. Por ejemplo, entre las últimas generaciones de estudiantes de Poenish se cuentan nada menos que el entonces profesor de liceo Nicanor Parra y Guacolda Antoine, profesora del Liceo Lastarria, quien, años más tarde, llegaría a ser la primera decana de una facultad (la de Ingeniería) de la Universidad Técnica del Estado -actual Universidad de Santiago de Chile-. Un hermoso relato de la vida y obra de Antoine aparece en este enlace.

Cuando escuché las declaraciones del señor Briones hace unos días y su “audaz” propuesta de abrir concursos internacionales para traer profesores extranjeros a Chile, no pude sino compararla con aquella que Balmaceda plasmó hace más de un siglo. De un lado, una política de estado robusta con un efecto multiplicativo innegable como la del expresidente. Del otro, una política estrecha que reduce el proceso educativo a la enseñanza en el aula y apunta al profesorado como responsable de su crisis. El señor Briones argumenta la carencia de profesores que se vislumbra para el futuro debido a la falta de interés en la carrera pedagógica. Sin embargo, tal como señalan varios informes contundentes de especialistas -como el emanado por el CIAE de la Universidad de Chile en 2014-, el problema son claramente las condiciones laborales. Esto explica que el 40 % de los profesores abandona la profesión al quinto año de ejercicio.

De más está decir que, con estas condiciones de desempeño, difícilmente a un profesor extranjero va a parecerle tentadora la oferta de instalarse en nuestro país. A modo de ejemplo, refirámonos a la presunta falta de calidad del profesorado chileno sostenida por el señor Briones. Ciertamente, y como sucede en todo ámbito, siempre es posible mejorar. Sin embargo, para esto resulta fundamental el proceso de formación continua, que involucra perfeccionamiento permanente de los profesores para que se mantengan actualizados en sus conocimientos. Pues bien, sucede que estas capacitaciones las deben cursar durante su tiempo libre, muchas veces sin reconocimiento de su institución e incluso invirtiendo recursos propios…

En fin, son tantas las debilidades de la idea de Briones ya analizadas en distintos medios que poco sentido tiene seguir extendiéndose en el tema. Uno tan solo esperaría, en lugar de tanta “audacia” en las propuestas, un poco más de reflexión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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