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Bonnefoy: Tortura y lenguaje como testimonio de un pasado eclipsado

El escritor y ex militante del MIR escribió este libro en 1977 como terapia para sobrellevar el infierno que vivió pocos años antes cuando fue secuestrado por la DINA y torturado por el "Guatón" Romo en Villa Grimaldi. Michel Bonnefoy, de paso por Chile, accedió a repasar el pasado y revisar aquellos tiempos de lucha, esperanza, muerte y decepción.


La madrugada del 13 de diciembre de 1974 un joven de apenas 18 años le costaba conciliar el sueño después de participar en un operativo propagandístico de una unidad del MIR. El toque de queda, las desapariciones de "compañeros", balaceras rutinarias y el miedo persistente eran parte de su juventud y que pocos se atrevían a combatir de frente.



Infundido en un espíritu de satisfacción, esas cavilaciones pos pegatina fueron interrumpidas por los golpes en la puerta de entrada de su departamento. Un hombre con portafolio y gafas oscuras, cual Caronte moderno, le entregó a domicilio el pasaporte para el infierno: la DINA había dado con él y sus tres compañeros, uno de ellos su hermano.



En ese momento comenzó el calvario de "Andrés", la chapa de Michel Bonnefoy, quien pasaría por las sádicas sesiones de interrogatorios de Romo en Villa Grimaldi, lugar donde pasaría los momentos más terribles de su vida y que lo marcarían para siempre y que lo impulsó a escribir su libro.



Su doble nacionalidad francesa lo ayudó a salir de Chile. El primer destino fue Estados Unidos, país donde vivía su madre. Fue ella quien lo instó a que escribiera su experiencia como "catarsis".



"Meses después llegué a París y algunos amigos me decían que, independiente que fuera útil como terapia, por qué no aprovechaba de estructurarlo bien y hacer un libro para publicarlo como denuncia de lo que estaba pasando", recuerda un ya maduro Bonnefoy.



Así, su obra testimonial Relato en el Frente Chileno salió a la luz en 1977 en España, concitando el interés de la prensa ibérica liberada de Franco. Pero por "temor a sufrir represalias", como cuenta, publicó su libro bajo el seudónimo de Ilario Da, además llamar a Romo como Berni y no nombrar explícitamente a Villa Grimaldi. Prats y Letelier eran pruebas suficientes de los largos tentáculos de la DINA.



"Reescribirlo era hacer otro libro"



Relato en el Frente Chileno, de pasar a la historia, no lo hará tanto por su calidad literaria como por su valor testimonial. Y esto no sólo por narrar la vivencia de un torturado, sino también por el lenguaje profundamente ideológico utilizado en el libro, signo de una época militante y absolutamente maniquea.



"El lenguaje de mi libro está muy caduco, no sólo por esa verborrea ideológica que no se la cree nadie, sino también porque corresponde a cuando era muy joven. Seguramente, si hoy escribiera el libro me permitiría mucho más humor, porque el tono es muy melodramático, muy serio, muy solemne. No hay humor y tampoco hay cinismo. Tampoco se relativiza en términos de quienes éramos nosotros, que nos considerábamos mitad héroes mitad mártires, y donde el obrero era ponderado en cuanto obrero. Hoy esas cosas son más relativas", dice.



¿No te sedujo la idea de reescribirlo?
– Estuve muy tentado en hacerlo. En más de una vez lo conversé con mi esposa y mis amigos. Les comentaba que ahora me parecía infantil e ingenuo, y que no me gustaría ser conocido como escritor por ese texto, porque no corresponde en nada ni en el contenido ni en la manera que hoy escribo. Sin embargo, después pensé que lo más interesante del libro es el pensamiento de una persona y que reescribirlo era hacer otro libro.



Michel Bonnefoy, que ha escrito también, entre otros, El desgano de un hombre ocupado y Vienen del miedo, asegura que la motivación de reeditarlo no es por rencor, porque "no tengo resentimiento. Simplemente, han pasado cosas importantes y si el libro puede ayudar a que se reconstruya la historia reciente de forma más o menos verdadera, tanto mejor. Es sano para todos nosotros, pues debemos asumir cómo se construyó lo que Chile es hoy en día".



En el libro relatas la lucha diaria para reprimir los caldos de cabeza que te acechaban en los momentos de encierro en Villa Grimaldi y que contenías con una racionalidad sorprendente, considerando el estado en el que te encontrabas.
– Cuando lo leí, después de más de 20 años para esta reedición, me di cuenta que lo más interesante del libro es ver cómo pensaba en ese entonces un cabro muy militante del MIR, que en realidad podría ser del MAPU, el PS o el PC, y ver los valores de un joven convencido de sus ideas hasta el punto de soportar torturas y situaciones extremas que eran desquiciantes. Lo interesante pasa, además, por ese concepto del militante que se sentía imbuido por una misión por la cual estaba dispuesto no sólo a sacrificar familias, estudios, plata y proyectos personales, sino también la vida.



La ideología convertida casi en religión.
– Es duro decirlo hoy, pero indudablemente había un acto de fe en el que tenías que estar convencido de que lo tuyo es indiscutiblemente un deber, más allá de las naturales dubitaciones.



El tema que pone al tapete tu libro es el de la tortura, tema muchas veces vetado del que pocas veces se habla. ¿Cómo lograste sobreponerte a la experiencia?

– Una vez que volví a Chile empecé a darme cuenta de la diferencia que existe entre los que se quedaron y los que salieron. Los que estuvimos en el exilio el tema de la tortura estaba sobre el tapete cotidianamente, era parte de la conversación de sobre mesa. Algunos lo recordaban con humor, a pesar del horror. Otros no, la sufrían y la revivían con mayor dramatismo. Había incluso hasta una especie de competencia de a quién le habían dado más tortazos, porque te daba cierto caché. No obstante, la gente que se quedó aquí no tenía la posibilidad de hablar de eso ni tenía acceso a los testimonios de gente que había sufrido la tortura en otros países. Eso a mí, por lo menos, me ayudó a ver que mi drama no era único, que lamentablemente era mucha gente la que lo vivió, pero que no por eso lo humillaron ni lo transformaron en un ser inferior.



De decepciones y derrotas



Estados Unidos, España, Francia. Esos tres países cobijaron a Bonnefoy, quien pisó de nuevo tierra chilena recién en 1990. La emoción, confiesa, lo embargó. Por un lado estaban los recuerdos; por el otro, las personas que dejó de ver por 16 años. Era por cierto un país distinto al que dejó. La calles se fueron llenando paulatinamente de manifestantes opositores al régimen militar hasta conseguir la democracia.



"Aylwin era una buena manera de salir de la dictadura por la vía electoral. Comenzó bien. Creó la comisión Rettig y había también una vasta gama de medios críticos como Análisis, Apsi, Fortín Mapocho y La Época. Había muchas esperanzas. Sin embargo, después me decepcioné, porque en toda América Latina la alternativa de gobiernos que fundamenten su política económica y social en un concepto de justicia social se esfumó y dio paso al concepto de la eficacia en términos de la producción, de ser competitivos", se lamenta.



¿Cuáles fueron los cambios que más te sorprendieron en comparación al Chile que dejaste?
– Todavía me impresiona que algunos amigos a los que no veía hace años están metidos en una dinámica muy acelerada en términos de logros personales medidos por la plata. Y, como los americanos, han dividido en mundo entre winners y loosers, y conceptos como solidaridad han quedado en un segundo plano. El modelo chileno da cuenta de una eficiencia mercantil en desmedro de una calidad humana que en Chile estaba muy presente en el pasado, con valores como el de calidad humana.



Hay quienes incluso se han atrevido a plantear que después del 73 Chile dejó de existir y que hoy estamos en otro país.
– Se mistifica un poco el pasado. Chile no era el país de producción cultural y de debate elevado que a veces se recuerda, salvo, claro, en un período muy preciso, que fue durante la UP. En ese entonces todos participaban de alguna manera en actividades partidistas, sindicales o culturales. Creo que por un lado se mitifica mucho ese período y se intenta mostrar el actual como un túnel oscuro, que por cierto no es.



Tienes un hijo de 16 años. A esa edad estabas involucrado en el proceso revolucionario impulsado por partidos y movimientos como el MIR, donde militaste. Era un mundo ciertamente muy politizado. En ese sentido, ¿cómo ves el mundo de hoy desde los ojos de tu hijo en una época carente de referentes colectivos?
– He puesto mucho más hincapié a la formación de mi hijo en el aspecto ético que en el del discurso político. Si logro que su comportamiento y su eje central sea con valores morales muy sólidos voy a la segura, en términos de que va a ser alguien positivo donde se encuentre. Hoy la juventud está mucho más regida por conceptos morales, por principios más que por discursos políticos que no se han adaptado a una nueva realidad y por eso no llegan a la juventud. Mi hijo, por ejemplo, es primero rapero. En particular le gusta el rap francés, que es muy social, muy de denuncia de los emigrantes, de los que viven en las periferias, la marginalidad. Esa es una lucha súper clara y con un horizonte bien definido. No necesitas sumarle a eso El Capital de Marx. Si está claro por eso lado, no va a estar perdido.



¿Pero no lo sientes como una derrota de tu generación?
– Sí, en gran parte, pero una derrota más bien de un concepto de la política. En esa época la consideramos de una manera tal que generó un costo horroroso, y el resultado es que hoy no hemos logrado crear una corriente de pensamiento más rica, más creativa. Eso, finalmente, redunda en que la juventud no está en nada y eso gráfica a una ciudadanía chata.



En tus palabras se percibe a un hombre mucho más tolerante y abierto que el que se presenta en el libro. ¿No te persigue a veces el fantasma de tu adolescencia que te recrimina por tener una postura más aburguesada?
– No, no tengo el rollo de si tenía más razón ahora o si cambié para mal. He tratado de evolucionar de una forma natural y es mi manera. Estoy más burgués que cuando joven, sí, pero no me angustia saber si estoy en lo correcto. Trato de tener un discurso coherente en términos sociales. Con ese me basta para vivir tranquilo.

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