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El mundo exige Estados, sociedades y bloques fuertes

Después de una época economicista y neoliberal se viene una nueva época social, cultural y política, que existirá en el contexto de una globalización que exige instituciones supraestatal-nacionales, y diversidades socioculturales internas que exigen nuevas formas democráticas.


Un reciente artículo de Le Monde se admiraba de la capacidad del Estado en EE.UU. para reaccionar y tomar en sus manos una situación que podría haber llevado a la economía y al conjunto del país a una crisis de difícil reversión.
Comparaba esta capacidad estatal, que Ä„horror para los Chicago! tenía mucho de regreso al keynesianismo y al rol dirigente del Estado, con la débil capacidad de Europa como unidad para responder a esta crisis, a la que llamaba «un gigante sin cabeza».



Uno no puede dejar de mirar a Argentina, donde el Estado parece derrumbarse, lo que ya pasó en parte en Perú, en Colombia y en otros países de América Latina. En el nuestro, la voluntad colectiva y parte significativa de la clase política han defendido al Estado, y precisamente por ello, y pese a la desarticulación neoliberal de décadas pasadas, se puede hacer frente mejor a la crisis.



Por todas partes se observa el ocaso definitivo de la ideología según la cual las sociedades deben saltarse al Estado, y que las fuerzas de la economía dejadas a su cuenta y riesgo pueden resolver por sí mismas las crisis y permitir el desarrollo de los países.



Afortunadamente, Milton Friedman está muriendo y Lord Keynes resucitando, queramos o no reconocerlo.



Por todas partes se aprecia la demanda de Estado.
Es lo que reclaman los palestinos y los afganos, es lo que ofrece Bonn en la conferencia destinada a ello. Es lo que se exige de Europa y es lo que -oh paradoja- los Estados Unidos enseñan al mundo bajo un gobierno de derecha: más Estado y más intervención de éste en la economía, más regulación de las fuerzas económicas y de los poderes fácticos (¿no fue eso el juicio contra Bill Gates?), más Estado protector solvente (por eso se vuelve a discutir la cuestión de la seguridad social en Francia) y eficaz para resolver los problemas de seguridad ciudadana.



Del mismo modo, las quiebras de gigantes económicos muestran que quienes profitaron de la desregulación para hacer ganancias estratosféricas obtenidas luego de erosionar la economía de sus países y engañar a todos, por fin están pagando la cuenta.



¿Estaremos en el dificultoso comienzo de una nueva época cuyo signo es totalmente contrario al de la época neoliberal, y que pasa por el fortalecimiento de los Estados nacionales y de su capacidad de intervención en la economía? Sin la envergadura de una gran crisis pero con la suma de múltiples de ellas, ¿no estaremos en una situación análoga a la de la postdepresión de 1929-1931, que llevó a los pueblos y a sus clases dirigentes a formular el rol dirigente del Estado dando nacimiento a diversas formas capitalistas, socialistas, socialdemócratas, al Estado de Bienestar o a nacional-populismos?



Se pueden criticar todo lo que se quiera, y con razón, los profundos errores cometidos en muchos campos por esas experiencias, pero de ahí salieron los procesos de modernización e incorporación de las masas a la vida social.



Las profundas fragmentaciones del mundo de hoy, y la masa enorme de excluidos y desesperanzados que terminan apoyando o al menos ilusionados con formas violentas de lucha contra los poderes imperiales, ¿no están exigiendo una nueva época de Estados sólidos, eficaces y presentes en la sociedad, pero controlados democráticamente? ¿No consisten en esto las tareas actuales de la democracia?



Hacia allá vamos. Pero quedan pendientes dos cuestiones que cambian la naturaleza de este fortalecimiento del Estado respecto de otras épocas, como la mencionada etapa posterior a la gran depresión. La primera es que la globalización o mundialización es un hecho inevitable, que no permite pensar en países, economías o Estados autárquicos.



Si debe haber Estados fuertes, lo que significa enraizados en sus sociedades, legitimados y controlados por ellas, deberán, a su vez, fortalecer la asociación entre Estados. Ello no debe perderse de vista cuando se piense muy inmediatistamente en los acuerdos comerciales, los cuales en el corto plazo sin duda son esenciales.



En este marco, el destino de Chile está ligado definitivamente a América Latina. No somos un país que vaya a ejercer ningún liderazgo, pero sí podemos ser una bisagra indispensable entre los tres polos de constitución del bloque latinoamericano: Brasil, México y el eje andino.



Eso significa que nuestro destino de largo plazo está ligado indisolublemente por ahora también al Mercosur, de modo que nada de lo que haya que hacer en materia de otros tratados debería dañar esta perspectiva.



La segunda cuestión es que junto a los mercados que penetran las sociedades sin pedirle permiso a los Estados y la globalización, hoy no estamos frente a sociedades que puedan ser consideradas como tabula rasa o sin historia. Precisamente el debilitamiento de los Estados por la globalización coincidió con fenómenos de irrupción de identidades que ya no se reconocían en las antiguas formas políticas de integración: mujeres, etnias, jóvenes, regiones, por nombrar algunas, muestran que existía la tarea pendiente de reforzar la democracia y darle un contenido social que enraizara el ritual institucional en la vida de las gentes.



Se ha hablado de la sociedad civil, la ciudadanía, las identidades y la diversidad cultural. Todo ello no ha penetrado suficientemente en las instituciones democráticas ni en los Estados, lo que provoca desencanto hacia ellos.



Si el mundo apunta a Estados fuertes, también busca que ellos estén cerca de la vida de la sociedad. Estamos frente a una época que exige a los países no sólo Estados fuertes para que desarrollen la economía e integren a la gente y a las masas, como fue a comienzos del siglo pasado, sino que se den cuenta que estas gentes y estas masas ya han adquirido un derecho, al menos simbólico, de presencia y participación en la vida de sus sociedades.



Un economista europeo sacaba cuentas alegres de todo lo que pasaba en la economía de hoy y decía «viva la globalización». Habrá que decir mejor: vivan los Estados, las sociedades y los países, y sólo entonces viva la globalización.



Después de una época economicista y neoliberal se viene una nueva época social, cultural y política, que existirá en el contexto de una globalización que exige instituciones supraestatal-nacionales, y diversidades socioculturales internas que exigen nuevas formas democráticas.



¿Seremos capaces de darnos cuenta de eso en Chile, o seguiremos anclados a la época neoliberal que ya ha muerto?



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