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Candidatas y candidaturas ante el espejo de la ciudadanía


La sociedad chilena quiere a una mujer como Presidenta de la República. Todas las encuestas pronostican que cualquiera de las posibles candidatas de la Concertación puede ganarle al «inefable» Joaquín Lavín, pero si escuchamos la voz del Chile profundo, oiremos que no da lo mismo una u otra opción.



Allí está la clave de las próximas elecciones. Atender al clamor de la ciudadanía y no a las técnicas y trucos de campaña. Poner por delante la voluntad de servicio público y postergar los proyectos personales. Tanto Michelle Bachelet como Soledad Alvear han demostrado sus capacidades y competencias en los altos cargos que les fueron asignados, ambas son profesionales de prestigio y destacadas militantes de sus partidos, aunque los votantes no tendrán en cuenta el currículo cuando depositen su sufragio, sino la forma en que los que pretenden representarlos reflejen con nitidez sus propios anhelos y esperanzas.



Hace tiempo que los expertos vienen observando que los chilenos quieren una transformación sustantiva de la política. Las demandas por mayor participación han ido aumentando a medida que se consolida el sistema democrático, quizás como una prueba de su propio éxito. No obstante, esas demostraciones no coinciden plenamente con el análisis centrado en instituciones y estructuras, pues los antiguos grupos de referencia ya no convocan a individuos más preocupados de solucionar los problemas cotidianos de su existencia, que a buscar respuestas colectivas o modelos ideológicos.



Es más bien la necesidad de que los oigan y los respeten, que los gobernantes expresen con palabras parecidas a las que usan ellos mismos, las dificultades, los abusos y los sueños que motivan el diario vivir de aquellos que se levantan a las seis de la mañana para ir a un trabajo precario y extenuante, en un mundo poco seguro no sólo por la delincuencia, sino que también por lo que sucederá si se enferma alguien de su familia, por las dudas de si el sueldo les alcanzará para llegar a fin de mes, o si podrán pagar la universidad de sus hijos.



Reencantar y seducir son los nuevos conceptos que manejan los profesionales del marketing político, como si se tratara de talismanes o cuentas de colores, o de vender el producto de siempre pero con un envase distinto. En realidad, la cuestión pasa por otro lado, ya que no es con una mejor publicidad que la coalición que nos gobierna hace quince años será capaz de renovar su mandato.



Algunos creen que imitando al Presidente Lagos se puede ganar, aprovechando los altísimos niveles de adhesión popular con que cuenta el actual ocupante de la Moneda. Él tiene su estilo y lo ha hecho bien, que duda cabe, pero pertenece a un período determinado de nuestra historia que está por concluir y se trata, precisamente, de construir un liderazgo para lo que viene, descontando que lo que se va representa avances inéditos para Chile, que deben ser complementados, perfeccionados y enriquecidos en la etapa siguiente.



El soberano exige que sus representantes recojan la necesidad de afecto y empatía con la suerte de los ciudadanos comunes, los que no quieren discursos altisonantes o estilos más o menos autoritarios. Hasta ahora, esa reivindicación ha sido materializada en Michelle Bachelet, convertida gracias al cariño y el compromiso de la gente y no a una operación previamente orquestada, en un fenómeno político poco habitual. Al menos para los que pretenden ser para siempre y a cualquier costo los depositarios de las voluntades ajenas.



Tal manifestación democrática debe ser ratificada de igual manera por la alianza que un día no muy lejano arrebató de las manos del dictador el destino de Chile. Eso se cumple a través de primarias abiertas, donde en forma transparente se concrete el mensaje claro y directo de la mayoría.



No por mucho madrugar amanece más temprano, ni atacando al contrincante circunstancial se amplía la base de apoyo. La ciudadanía no quiere discusiones estériles, necesita propuestas que iluminen el camino, nuevos rostros, aire fresco que anuncie otros horizontes. Y la candidatura de Michelle Bachelet interpreta integralmente esos deseos, porque nace del mismo origen, porque es resultado exacto del clamor popular.



Esta situación podría resumirse en el desafío de responder a la imagen de un espejo, puesto por la ciudadanía como requisito para depositar su confianza. La que sea capaz de reflejar de manera nítida las reivindicaciones más sentidas de los chilenos se lleva el premio mayor. No es soberbia, pero pareciera que la decisión ya está tomada y sólo falta que los que no se quieren dar cuenta se convenzan.



Concordante con aquello, sólo nos queda actuar decididamente para que se produzca la inflexión, el giro que se requiere para que una vez más gane la gente, porque encastillarse en el presente, confiar en que la derecha está en el suelo, dormirse en los laureles y guiarse por la calculadora, no hace otra cosa que presagiar la derrota. Y eso sería imperdonable.



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* Cristián Fuentes es Cientista Político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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