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El cadáver exquisito


Sola, en tierras lejanas no elegidas, sin poder festejar con los míos en Chile, tengo un deseo: que Pinochet -donde sea que esté- esté rodeado de aquí a la eternidad por sus víctimas. Lejos y sola, me siento unida con los míos por aquel tejido invisible de dolor que nos liga desde entonces.



Celebramos porque el cuerpo de EL ha muerto. No es alegría lo nuestro, no podemos alegrarnos de la muerte que bien conocemos y que EL y los suyos nos infligieran tantas veces.



No es alegría. Es euforia desesperada. Un alivio de la carga gigantesca que ha pesado noche y día desde hace 33 años. No es alegría. ¿O si lo es?



Es brindar con arena entre los dientes por el Cadáver Exquisito que se va, el deseo de abrir botellas, salir a las calles y abrazarse allá, estar juntos en Chile. Pero estoy sola y lejos, como otros, dispersos por su culpa ya tantos añosÂ…



No es alegría. Porque EL triunfó y se burló una vez más de nosotros. El Cadáver Exquisito partió sin juicio y con honores, dejándonos chapoteando en un mar de impunidad.



Sus adeptos siguen abofeteándonos con sus celebraciones y honores, pasando por alto que hasta la propia Presidenta de Chile encarna a las víctimas de la dictadura. Ellos lo saben, y con su desprecio y falta de respeto nos dicen que volverían a repetir con gusto la misma brutal historia. A estas alturas deberían haber entendido que los asesinos múltiples y estafadores
deben ser enterrados decentemente y en silencio.



El Cadáver Exquisito es el abismo trágico que separa a los dos Chiles: la sociedad que defiende a sus asesinos y la sociedad herida que clama por verdad y justicia. Se reabre la grieta que nos divide. Nos recuerda la ignominia que Pinochet, la compleja red con los EEUU, la CIA, Kissinger y Nixon, los servicios secretos del Cono Sur y su «Operación Cóndor», sus dictaduras y guerras sucias, aun nos mantienen atrapados en medio de
nuestras incipientes democracias latinoamericanas.



El Cadáver Exquisito nos recuerda el olor del miedo y el espanto que nos paralizó entonces. Dos Chiles: nuestra tragedia, nuestro Ave Fénix, nuestro abismo. A pesar de jueces justos y defensores incansables de derechos humanos, la justicia mantiene su ceguera. A pesar de tantos que llevan la herida abierta en sus rostros, entre burladores y burlados.



En Alemania hubieron de pasar 50 años para comenzar a cerrar
colectivamente la herida de Hitler. En Estados Unidos aún se arrastran los veteranos de la Guerra de Vietnam y los nuevos de la Guerra del Irak, y la sociedad los sublimiza en calidad de «héroes». En España, recién después de 60 años, comenzaron a desenterrar los muertos de Franco.



¿Cuántos años más necesitarán los dos Chiles que nos recuerda hoy el Cadáver Exquisito? ¿Cuántos años másd, hasta que Justicia, Verdad y Ternura logren tejer el puente entre este abismo y nuestra colectiva sanación?



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Isabel Lipthay es escritora y cantante. Reside en Alemania.
www.contraviento.de

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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