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Cuidado con el hombre rana


Los mitos y leyendas porteñas son la sal que anima la sed de sus habitantes. En los bares aún se puede escuchar una que otra historia que sumerge a Valparaíso en un éter urbano delicioso. La misteriosa cueva del chivato, El Oriflama o la nave de los agonizantes, la virgen que lloro seis días, la animita de calle Colón, el cristo de la iglesia La Matriz, la Piedra Feliz y hasta el mismo hombre chancho brotan en cada tertulia.



Pero existen aventureros tales que no sólo pretenden hacer historiografía o animar una alcoholizada conversación, sino también ir en búsqueda de pruebas concretas que avalen la existencia de lo que, por negligencia u olvido, ha quedado sepultado bajo las llaves de lo irreal.



Ahora, el excéntrico y aventurero Sebastián Piñera quiere imperiosamente indagar en las profundidades oceánicas de nuestro puerto valparadisíaco hasta encontrar un submarino.



El sumergible fue construido por Karl Flach en 1866. Este alemán avecindado en Valparaíso en el siglo XIX logró inspirar al candidato, ya que fue un gran emprendedor que construyó el insondable para defender al puerto durante la guerra con España. Un espíritu mesiánico, de profundo compromiso con la patria y una muestra de innovación que les costó la vida a sus 11 tripulantes, incluido Flach y su hijo.



El hombre que quiere hacer navegable el Mapocho declara como un verdadero expedicionario de Nacional Geographic que «estoy seguro que hemos detectado un cilindro metálico que, por sus dimensiones no podría ser otra cosa que el submarino perdido», de 12,5 metros de largo, 2,5 de ancho y enterrado a 42,5 metros de profundidad.



Pero Piñera olvida un hecho que quedó tras el manto trágico de la dictadura y que se convirtió en un mito a la fuerza. Un submarino peruano fue hundido con toda su tripulación frente a Valparaíso, en 1976. El hecho se produjo en vísperas de ejercicios combinados de la escuadra chilena y la cuadrilla estadounidense -Operación Unitas- que prestaba «cooperación logística» a las fuerzas armadas nacionales.



Los locales estaban a punto de hacerse a la mar cuando, por casualidad, el sonar captó la presencia de dos sumergibles en Valparaíso. Los datos determinaron que uno de ellos era nuclear, probablemente soviético, y el segundo, convencional, presuntamente peruano.



Cuando los chilenos se dieron cuenta que el primero huía a toda velocidad y el otro daba la vuelta hacia el norte, comenzó la persecución del último. Constatado de que no se trataba del Gato, el submarino estadounidense que venia a participar en los ejercicios, el almirante José Toribio Merino dio la orden de combate.



Este hecho fue olvidado presurosamente por ambos países y en el fondo del puerto de Valparaíso aún yacen los vestigios de la «gesta»: un submarino peruano con toda su tripulación.



El hombre rana, tendrá que tener cuidado de no transformar lo que sería una popular performance en el descubrimiento de un encubrimiento mítico, en el descongelamiento de una guerra añosa, que sigue de tanto en tanto «penando» en cada fracción del territorio.



Es de esperar que gracias a la tecnología podamos contar una sola historia. La del emprendimiento de Flach y la aventura de Piñera, pero éste quizás inevitablemente no pueda soslayar el pasado histórico reciente, más traumático, del cual no se hacen revivals ni epopeyas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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