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Navarro, senador pop star


Todos quienes desarrollan alguna actividad -incluso cuando he intentado seducir a mi ahijado sobre el placer de la lectura- recordamos a nuestros viejos decir que la clave para hacer realidad nuestros propósitos es la disciplina. No esa fascista o autoritaria, sino aquella que se hace por convicción y por la cual debemos observar algunos ritos que nos permiten obtener los resultados que hemos trazados, esa que aplicamos por más talento que se posea y más aún, cuando éste nos ha sido entregado en una cuota más bien modesta.



Esto que resulta válido en la construcción de nuestros planes de vida, puede ser una regla aplicable incluso a cuestiones de diversa naturaleza. Si observamos -y que me perdonen los expertos y fanáticos- a los jugadores de la selección Sub 20, llegaron a la instancia de disputar con un equipo no menor su paso a la final del campeonato del mundo y por lo que se comenta, entiendo que ello fue producto de un proceso, que a diferencia de lo despelotado de nuestra selección adulta, estuvo fundado en el rigor, en el juego colectivo y ciertamente en ganar. Saben que en el momento que la parada propia, la preocupación por el look con que salen en la tele o la excesiva atención al equipo europeo que ofrece lucas en dólares, se pierde el control, el juego colectivo se hace feo y, claramente, se defrauda a la galería.



Si somos capaces de exigir rigurosidad y preparación a jugadores de fútbol, claramente los ciudadanos estamos en una posición ética de exigir a nuestros parlamentarios comportarse conforme para lo que han sido elegidos: menos horas de incidentes, menos asistencia social, menos discursos, menos agendas propias y mayor aplicación de un plan de gobierno que la mayoría escogió no hace mucho.



Cuando observamos votaciones como el aporte extra de recursos al Transantiago y la designación de los miembros al directorio de TVN, por poner dos ejemplos recientes, no podemos entender que se hayan gastado recursos, tiempo e inteligencia en convencer a los nuestros que debían concurrir con su voto favorable, pues se trataba de un diseño en la ejecución de políticas públicas del gobierno del que son parte.



Los descargos de Adolfo Zaldivar y de Alejandro Navarro, en ambos proyectos, no nos pueden dejar sino perplejos. Más aún, las razones de Navarro son de antología -como para incluirlas en algunos tips de Wikipedia-, ya que el fondo de su alegato se centra, si podemos tratar de entenderlo, en que su rechazo a la propuesta del gobierno se materializó, no porque disienta de ella, sino para demostrar que los ministros del gabinete de la Presidenta lo hacen mal. Agrega que entiende que el dirigente socialista, Francisco Aleuy, colaboró en la definición de la estrategia para que obtuviera un cupo en el Senado, pero que él se debe a los más de 210 mil electores que votaron por él.



Es mejor y más honesta la explicación de mi sobrino de once años cuando me dice que prefiere estar en Internet que leyendo o la de los chicos en Montreal, que consideran que perdieron la opción del título mundial porque Argentina, la policía canadiense y el árbitro complotaron contra ellos.



Parafraseando al Honorable en cuestión, el manual de corta palos de algunos de nuestros parlamentarios reza que se deben a sus electores. Aplicándolo a la forma en que se han comportado, podríamos decir derechamente que se deben a su «público» y que en el fondo el senador Navarro no se diferencia en nada de una estrella de pop meloso para teenagers.



En esta forma de entender la política a la que nos invita Navarro hoy y los llamados díscolos -que en estricto rigor son oposición al gobierno- de deberse a su público, olvidan que si estuviéramos en un régimen semi presidencial, ya estaría gobernando la derecha y que es probable que, habiendo perdido la mayoría en el Senado, como en los hechos ha sucedido, habría pasado sin problemas un voto de censura contra el gobierno.



¿Es posible gobernar sin los votos necesarios en el parlamento para llevar adelante proyectos que son parte del plan de gobierno?



La tarea es, al menos, difícil, y ésta demostración de falta de disciplina política, exige que los altos intereses de la República no cedan a los intereses que éstos entienden como contradictorios con los de su público.



En fin, espero que las fans de Navarro estén conformes con su senador Pop Star. Yo, en cambio, estoy intranquilo, pero eso no debiera importarle, no tengo el carné de calcetinera del Jano.



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* Luis Correa Bluas. Abogado. Magíster en Derechos Fundamentales, Universidad Carlos III, Madrid.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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