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La deflación real y la inflación ficticia de la globalización


Hay quienes identifican el fenómeno actual de las tasas de interés bajas o negativas que los bancos centrales de EEUU, la Eurozona, Japón, China y muchos otros países aplican a las reservas de los bancos comerciales, como señal de que la globalización económica mundial ha fracasado. Desde antes, las crecientes desigualdades en la distribución de ingresos y riqueza han sido señaladas como expresión de lo mismo. De hecho, hay una conexión estrecha, aunque no tan evidente entre ambos.

El proceso es paradójico y contradictorio. Las tasas de interés bajas o negativas expresan el esfuerzo ya casi desesperado por reactivar la economía mundial, pretendiendo aumentar el endeudamiento de los hogares y las empresas, y reactivar así la demanda y la inversión. Pero a su vez empobrecen, a lo largo y ancho del mundo, a cientos de millones de ahorristas y pensionistas, quitándoles todo estímulo para aumentar su consumo. No hay porqué extrañarse entonces de las tendencias deflacionarias que aquejan al mundo.

No sucede lo mismo con la especulación, cada vez más entusiasta. Si hasta ahora no se ha venido abajo el sistema de pensiones establecidos en los últimos decenios a lo largo y ancho del mundo no es por la seguridad de los valores acumulados. Lo es por el globo especulativo mundial inflado no por valores reales, sino por los cálculos de riesgo de los especuladores, que los hace seguir invirtiendo sumas gigantescas de dinero en puras ficciones. Al fin y al cabo, las ganancias se hacen transando esos valores.

Jamás en la historia ha habido una acumulación de capital monetario como actualmente. Eso es la consecuencia de la recesión mundial y de las políticas monetarias expansivas y especulativas de los bancos centrales dirigidas supuestamente a combatir la recesión. La otra cara ha sido un aumento espectacular del endeudamiento público – salvo de Alemania, beneficiaria de la expansión monetaria europea y mundial, pero donde con políticas fiscales brutalmente restrictivas se mantiene el equilibrio fiscal.

Más que el agotamiento de la globalización, lo más evidente es el agotamiento de los instrumentos con los que la política pretende enfrentar las persistentes crisis desde la del 2008.

[cita tipo=»destaque»] Creer que bajo estas condiciones la globalización económica podrá seguir como hasta ahora, es una ilusión. O una mentira de quienes siguen propiciando y firmando supuestos tratados de libre comercio, que no son más que la renuncia a lo poco de soberanía jurídica que la globalización iba dejando a los estados nacionales. Todo ello en épocas de proteccionismo creciente de las grandes potencias, contracción del comercio mundial y guerras de devaluación de las monedas.[/cita]

Respecto de los EE.UU., si se ha evitado el derrumbe de la institucionalidad económico-financiera que amenazaba entonces a ese país, ha sido creando las condiciones para algo mucho peor. Ya no se trata sólo de los papeles «subprime», expresión de créditos hipotecarios irrecuperables. Ahora está el aluvión especulativo alimentado con la expansión monetaria de la Reserve Federal, estorbado sólo por la caída de los precios de la energía y las materias primas. Ya nadie cree en las cifras oficiales del empleo, encubridoras del estancamiento y deterioro social permanente de la población económicamente activa. Los ingresos de los sectores medios han caído, y aunque el endeudamiento privado también lo ha hecho, hay sectores de la economía tan endeudados que es difícil imaginarse cómo podrían sobrevivir, con y menos sin tasas de interés negativas. Lo mismo vale para el endeudamiento fiscal.

Lo que toca a la Unión Europea, día a día la cosa se torna más negra. Las políticas monetarias del Banco Central Europeo (BCE) no hacen sino justificar los peores temores. A los cientos de miles de millones de euros ya acumulados, ese banco pretende ahora seguir entregando 80 mil millones mensuales a los bancos privados, a cambio de papeles inservibles, mientras los ahorristas son castigados con tasas de interés negativos. La ficción de estabilización de los mercados financieros y el apoyo a la especulación se ha transformado en algo así como un robo a los propietarios de capital monetario depositado en bancos u otras instituciones financieras. Algunas instituciones están prefiriendo guardar billetes en sus bóvedas antes que depositarlas en sus cuentas del (BCE).

Japón no ha salido de crisis alguna, pues en la que estaba hace ya más de 20 años persiste, a pesar de los experimentos de políticas económicas no ortodoxas que diversos gobiernos han seguido desde entonces. Y si de China se trata, baste con recordar algunos temas en discusión: la devaluación del yuan, la gigantesca burbuja crediticia, el impresionante endeudamiento público, la abrupta caída de la producción y de lo que pudiera entenderse como cifras del empleo, las ciudades vacías con caminos a ninguna parte mientras otras se ahogan en la contaminación, el tremendo superávit comercial que amenaza al mundo entero, y la consiguiente fuga de capitales en dimensiones estratosféricas.

Nada de ello asegura un pacífico porvenir. Creer que bajo estas condiciones la globalización económica podrá seguir como hasta ahora, es una ilusión. O una mentira de quienes siguen propiciando y firmando supuestos tratados de libre comercio, que no son más que la renuncia a lo poco de soberanía jurídica que la globalización iba dejando a los estados nacionales. Todo ello en épocas de proteccionismo creciente de las grandes potencias, contracción del comercio mundial y guerras de devaluación de las monedas.

En fin, no son tan sólo las tasas de interés negativas ni los conflictos sociales los que anuncian el fracaso de la globalización. Lo más significativo es la exacerbación de sus mecanismos para seguir sobreviviendo poniendo en duda sus propios fundamentos. Para unos pocos, eso abre posibilidades de obtener enormes ganancias especulativas. Para muchos otros, el renovado retorno a la miseria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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