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Piratas en la costa oriental de África: los problemas de fondo

La vertiente de problemas nace cuando desarrollo y descolonización no armonizan, y las sociedades africanas, particularmente las de la zona sub sahariana, se estancan en el hambre y la miseria. Mientras que al frente de sus costas circula el desarrollo, y a poca distancia, brilla la grosera opulencia del petróleo de sus vecinos árabes.


La  ONU en 2008  registra 120 ataques de secuestradores de alta mar frente a las costas de Somalia, con 35 navíos y 600 personas retenidas. El fenómeno comienza con el derrocamiento del Gobierno de Siad Barré en 1991, el único jefe de Estado que pudo mantener la estabilidad por 20 años desde la independencia (1960), bajo un régimen autoritario.

Estos “piratas” provienen principalmente de la zona de Puntland, al norte, que  mantiene un status de autonomía desde 1998. Al menos operan desde su capital, Eyl.

La última pieza mayor secuestrada es el  navío petrolero Sirius-Star, con 25 tripulantes y U$ 100 millones de crudo. La información respecto al monto solicitado para su liberación es todavía imprecisa, aunque se habla de 25 a 30 millones de dólares. El navío, perteneciente a una  compañía de Arabia Saudita, tiene un valor de U$ 148 millones y las negociaciones para su recuperación no han sido divulgadas. El gobierno británico está involucrado por la presencia de dos de sus nacionales en la tripulación.

Se estima que más de 150 millones de dólares se han pagado por el rescate de navíos en los últimos 12 meses. Otras fuentes reducen significativamente el monto a 50 millones.  “Como en toda situación, no solo dinámica,  sino que con recursos de alto valor involucrados, armamentos en algunos casos, la información es imprecisa”, dice un funcionario de una empresa marítima contactado.

Descolonización, la tarea pendiente

Como casi siempre ocurre con el estallido de un particular problema, el fenómeno de fondo está en otra parte.

Por cierto, la condicionante cardinal no está los mismos secuestradores -que han encontrado una fuente de ingresos tan “legítima” como la del narcotráfico, o del uso indebido de las turbulencias financieras por el capital especulativo- ni está en la desnaturalización del Estado somalí.

La vertiente de problemas nace cuando desarrollo y descolonización no armonizan, y las sociedades africanas, particularmente las de la zona sub sahariana, se estancan en el hambre y la miseria. Mientras que al frente de sus costas circula el desarrollo, y a poca distancia, brilla la grosera opulencia del petróleo de sus vecinos árabes. 

Las estadísticas son elocuentes.  El PIB de Somalia es de US$5.387 mil millones (2007), con un ingreso per cápita de $600 (2007). Se sitúa por debajo de Afganistán, Rwanda, Sudan y Chad, que ya tienen pobreza de envergadura mayor. No obstante, Somalia posee uranio y grandes reservas de hierro, cobre, bauxita, gras natural, petróleo, sal, cobre, yeso, entre otros minerales, formando parte de la ambición territorial de potencias de todo tipo, donde no están ajenos los apetitos regionales de árabes y africanos.  

Somalia podría ser una síntesis de varias etapas históricas de expansión y colonialismo. Desde las antiguas incursiones chinas de ultramar, hasta las monárquicas del Reino Unido y las fascistas de Mussolini. Entremedio, Somalia ha pasado por “manos” turcas, egipcias, y los dientes etíopes han entrado y salido siempre al acecho.

Al pensar en Somalia, la conexión se produce inmediatamente con pobreza y caos, jamás con riqueza y sofisticación, y de allí viene la primera distorsión, cuando se trata de explicar la situación actual.  Somalia tiene una historia también de riqueza en recursos físicos, cosmopolitismo y alta sofisticación, al estar ubicada en una zona de pasaje y encuentro de varias culturas.

Otra distorsión es cuando se propaga que el problema de Somalia reside en la debilidad del Estado por la preponderancia de clanes, que es la forma lineal y occidental de plantear el problema.

Es probable que en la tierra Somalí, con la actual fragmentación de liderazgo y la existencia de clanes, se esté dando con más autenticidad el proceso de descolonización en África. El experimento de estado nación “macro”, que intenta ensamblar varias naciones con diversidad lingüística, a través del expediente de República importado del tiempo colonial, está siendo constantemente cuestionado por la severidad de los conflictos.  

Este planteamiento que puede estar más apegado a la clave antropológica del desarrollo no causa simpatías en la reordenación del mundo a la hora de expandir el modelo de sociedad democrática, y es menos funcional, en la incorporación de nuevos territorios al activo de capitales.

Estos operadores actúan frente a una falencia mayor del sistema internacional que consiste en el caos provocado por la multiplicidad de agentes externos que intervienen en la realidad africana y somalí en este caso. Las naciones africanas liberadas no se alcanzan a reinventar con la ayuda externa, siendo ésta, al mismo tiempo, el principal agente de la división interna porque es el origen de los recursos.

La debilidad del derecho internacional

Lo de Somalia sólo reafirma que el mar es la plataforma más frágil en cuanto a protección y legislación. Por su vastedad y complejidad, es un lugar común decir que es incontrolable, y precisamente allí reside la gran contradicción: el mar también es el más vulnerable de los espacios.

Por ello, quizás, corresponde también a la parte más débil y compleja del derecho internacional. El uso del mar se pierde en el horizonte de la historia. Su protección en cambio es reciente. El Derecho del Mar ha sido una criatura cuyo origen delata las fauces del capitalismo, y es de desarrollo tardío con dos hitos fundacionales: Las Convenciones de 1958 (Ginebra) y 1982 (Jamaica).

La razón es muy simple: más que cualquier otro espacio, el mar para todos los efectos, esencialmente es de tráfico y explotación. Por lo tanto en el Derecho del Mar se ha aplicado el máximo de pragmatismo reduciendo la distorsión que provocan consideraciones proteccionistas. El juego de poder en las grandes potencias ha tenido un rol fundamental en este clima permisivo.

 

Foto: El carguero japonés MV Stolt Valor eleva el ancla del puerto de Sultan Qaboos en Mascate, Omán, tras pasar dos meses en cautividad a manos de piratas somelíes.

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