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China finalmente logra inventar un bolígrafo de fabricación propia Tecnología

China finalmente logra inventar un bolígrafo de fabricación propia

Para el primer ministro y otros, el problema era mayor que firmar un autógrafo fluidamente. Durante años, ello ha sido un símbolo popular de todas las deficiencias y fallas percibidas del vasto complejo industrial de China, desde su reputación de artículos de mala calidad hasta su incapacidad para hacer una transición a productos de mayor valor. En medio de una economía debilitada, estos defectos comenzaron a recibir la atención de los máximos niveles del Gobierno.


Por Adam Minter

La semana pasada, China anunció que había conquistado el arte de fabricar bolígrafos. No se ría: fue un esfuerzo de largos años que costó millones de dólares y requirió el liderazgo de un coloso corporativo estatal. Fue una noticia de portada, ampliamente analizada en programas de conversación y celebrada en las redes sociales.

Y no fue una proeza extraordinaria. China confía en que tal “innovación” dirigida por el Gobierno finalmente reanimará su economía y la catapultará a la primera fila de países tecnológicamente avanzados. Desafortunadamente, tales iniciativas probablemente empeoren las ineficiencias que ya limitan su economía.

Los bolígrafos en realidad no son algo nuevo en China. Tiene 3.000 fabricantes que producen alrededor de 40.000 millones de bolígrafos al año y satisfacen el 80 por ciento de la demanda mundial. Hay un solo problema: China no tiene las aleaciones y maquinarias avanzadas necesarias para fabricar bolillas y punteros de bolígrafos de alta calidad. Por ende, 90 por ciento de las puntas de escritura de China son importadas. Los bolígrafos fabricados con componentes chinos son ampliamente considerados de calidad inferior, algo que el primer ministro Li Keqiang destacó en una aparición televisiva en 2015. «Esa es la situación real que enfrentamos”, dijo. “No podemos fabricar bolígrafos que escriban fluidamente».

Para el primer ministro y otros, el problema era mayor que firmar un autógrafo fluidamente. Durante años, ello ha sido un símbolo popular de todas las deficiencias y fallas percibidas del vasto complejo industrial de China, desde su reputación de artículos de mala calidad hasta su incapacidad para hacer una transición a productos de mayor valor. En medio de una economía debilitada, estos defectos comenzaron a recibir la atención de los máximos niveles del Gobierno.

En 2011, el Ministerio de Ciencia y Tecnología de China aceptó el reto y lanzó un proyecto llamado “Investigación y desarrollo e industrialización de materiales clave para la industria lapicera”. Asignó casi US$9 millones a ello y reclutó a Taiyuan Iron & Steel Group Co., un gigantesco fabricante estatal de acero inoxidable, conocido como TISCO, para que encabezara la iniciativa.

Ello fue un símbolo apropiado por sí solo. Durante decenios, las autoridades de China han favorecido empresas estatales ineficientes, pero con conexiones políticas, con resultados desafortunados para la economía. Durante el primer semestre de 2016, más de la mitad de las aproximadamente 150.000 empresas estatales de China registraron pérdidas, a pesar de representar casi un cuarto del ingreso industrial del país. Bajo el mando del presidente Xi Jinping, el sector se ha fortalecido y su papel en la reforma económica se ha vuelto incluso más central.

Y es allí donde realmente comienzan los problemas. Aun si una compañía privada quisiera invertir en la producción de puntas de escritura de alta calidad en China, los temores de que la nueva tecnología sería robada o pirateada probablemente la disuadirían. Para los fabricantes, ello significa que es más fácil, y más rentable, seguir fabricando lapiceras de menor calidad. En vez de emprender el difícil proceso de reforma de la propiedad intelectual, el gobierno en cambio emite órdenes para la innovación e invierte en empresas estatales que primero piensan en la política y después, si es que lo hacen, en la ganancia.

TISCO es un buen ejemplo. Objetivamente, no hay un argumento de negocios para que la compañía emprenda la fabricación de puntas de escritura. En 2015, produjo más de 10 millones de toneladas de acero. En comparación, la demanda anual total de China de cañas de lapicera de acero inoxidable es de alrededor de 1.000 toneladas. En una reciente entrevista televisiva, un funcionario de la Asociación Lapicera China, un promotor del proyecto, reconoció que para TISCO, «no es muy eficiente en materia de costos». Eso es una especie de eufemismo: el proyecto exigió media década de extenuante investigación y desarrollo, y quizá no sea rentable por varios años.

Peor aún, es posible que esa ganancia venga a expensas de la industria lapicera que era el supuesto beneficiario del esfuerzo. En noviembre, se permitió que TISCO escriba las nuevas pautas de la industria para las puntas de escritura de China. El efecto inmediato será obligar a todos los demás productores fabriles a estar de conformidad con las especificaciones tecnológicas de TISCO, o ser tildadas de infractoras, con el riesgo de cierre. A largo plazo, el estándar de TISCO probablemente resultará en un monopolio nacional de facto de puntas de escritura, reemplazando así al monopolio extranjero que China originalmente quería quebrar.

Ello puede satisfacer a algunas autoridades mercantilistas, pero es un modelo deficiente para materializar el potencial de innovación y manufactura de China. Una mejor senda es fortalecer las protecciones de propiedad intelectual para que las empresas privadas puedan tener la certeza de que sus innovaciones les pertenecerán. Entretanto, reformar o cerrar empresas estatales que operan a pérdida haría más productiva la economía y aseguraría que los recursos fluyan a empresas competitivas con buenas ideas, en vez de a aquellas con conexiones políticas.

Para China, esa podría ser la innovación más importante de todas.

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