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Crianza compartida: «quisiera ser madre algún día, pero no bajo cualquier condición»  Yo opino Créditos: William Fortunato en Pexels

Crianza compartida: «quisiera ser madre algún día, pero no bajo cualquier condición» 


Convertirme en madre nunca fue un sueño de infancia, pero también es cierto que lo asumía como parte de la vida, simplemente no le daba mayores vueltas. Ya de adulta he tenido largos  monólogos internos, he cuestionado la maternidad constantemente y por años me he inclinado  a pensar que no es mi camino. Ser “la tía eterna” quizás sería suficientemente enriquecedor. Sin  embargo, llegué a reconocer que algo en esa respuesta me daba pena. Hoy, entiendo de donde  viene ese sentimiento, pero mi respuesta a la maternidad pasó a convertirse en un “depende” y no solo de mi. 

A mis 20 años empecé terapia y me preguntaron el objetivo a trabajar. Lo tenía claro: mirar críticamente la relación con mi mamá para no repetir los mismos patrones con mi propia hija en  el futuro. A mis 25 me convertí en madrina de mi prima menor. Le escribía cartas para que leyera cuando creciera. A mis 27, falleció mi abuela y con eso cerró su icónica tienda de tejidos. En mis  manos sostuve un pequeño poncho de alpaca. “Me lo dejo”, fue mi primer instinto. A la vez, me  pregunté: “¿para quién? ¿para qué?”. Lo guardé igual. A mis 29 y estando en ese tiempo viviendo con mi ex, un miércoles por la mañana nació mi primera sobrina. Salté en la cama, miraba  emocionada la foto que habían enviado de ella, veía a mi hermano y cuñada agotados, pero felices. Nació también en mi, sin conocerla, una ternura profunda. Meses después, cuando  vinieron de visita a Chile, esa ternura se transformó en calor interno, en amor. En paralelo, miraba  a esta familia y me preguntaba si yo quería lo mismo. Miraba la relación en la que me encontraba  y pensar en proyectarme de esa forma solo me apretaba el pecho. Miraba a mujeres  amamantando libremente y sentía un claro pulso que decía “no, eso no es para mi”.  

Soltera, con 31 años, mi sobrina seguía siendo reflejo de una pregunta sin respuesta. Mis amigas en su mayoría casadas y algunas con hijos contrastaban con mi vida. Afortunadamente, yo vivía esta nueva etapa con paz interior, con una sensación de querer volver a mi centro después de más de 5 años de relación, de conocerme nuevamente. Necesitaba un cambio, salir de Chile. Quedé en mis estudios en el extranjero y empecé a cerrar mi vida con la sensación que no volvería pronto. Ante eso, tuve que preguntarme nuevamente si la maternidad era algo que  quería. Sin respuesta, decidí no quitarme la oportunidad en el futuro y fui a chequear mi capacidad ovárica. Para mi suerte, al menos hasta los 35 no tendría que preocuparme. Con esa tranquilidad partí con 32 años a conocer a mi segunda sobrina. Llevé conmigo el poncho de alpaca guardado desde hace años, decidida a entregárselo como un regalo de su bisabuela. Una vez allá, lo sostenía nuevamente en mis manos, pero sentí ese regalo como símbolo de renuncia. Lo guardé.  

[cita tipo=»destaque»] Quiero y admiro a mis padres, pero la sensación de  imaginarme asumiendo roles de esa forma me abruma y generaría eventualmente una tremenda  frustración. [/cita]

Un mes con mi hermano y cuñada me hizo ver de frente los desafíos de la crianza. Con la mayor de vacaciones y energía infinita, la menor de apenas 3 meses y mi hermano trabajando, entre mi cuñada y yo nos repartíamos las tareas del día. Pataletas varias, risas, juegos, lograr salir al  supermercado, cocinar y un largo etc. Mi hermano al llegar a eso de las 17.00 hacía relevo. Misma intensidad, paciencia, amor. Entre todos: cocinar, ducharlas, mudarlas y hacerlas dormir. Luego, descanso para mi, interrumpidas noches para ellos. 

Al poco tiempo, me pidieron ser madrina de la menor. Acepté emocionada y sin dudarlo. Desde la muerte de mi tata Antonio, pensaba -aunque como una posibilidad muy remota- que si alguna vez tenía una hija le llamaría Antonia, en su honor. Ahora, sostenía a mi ahijada Antonia en brazos, este ser de 3 meses que me sacaba una sonrisa todos los días. Rondaba nuevamente la  misma pregunta de siempre: “¿es la maternidad algo que quiero?”. Esta vez, sin saber por qué, sentí que la duda se disipaba. Corto tiempo después, conocí a alguien especial que andaba de paso. En una conversación me preguntó: “Ché y vos, ¿cuántos hijos tendrías?” a lo que respondí  “dos, ojalá un hombre y una mujer”. Solo después caí en cuenta que no dudé en mi respuesta. ¿Qué había cambiado? ¿Qué me había impedido ver ese deseo tan claramente como ahora? 

Recordé que años atrás mi tía me había dicho que tener hijos era una tarea titánica, que de no tener un buen partner -como afortunadamente ella dice tener- en ese desafío era mejor ni aventurarse. Ahí estaba parte de la respuesta, pero esta vez pude verlo con mis propios ojos. Vi en mi hermano y cuñada un engranaje ejemplar, buscan dividirse lo mejor posible la crianza y cuidado de sus hijas, así como las tareas del hogar. Hay un papá que quiere estar presente, su  prioridad es su familia. Hay un sentido de responsabilidad mutuo, con espacio de desarrollo para  ambos. Esto se aleja de una división de roles más tradicional como la que vimos al crecer; el rol  masculino proveedor y el rol femenino de dueña de casa. Hace poco comprendí que mi esquema familiar fue gatillado por el cansancio que sintió mi mamá al ejercer su profesión y asumir de lunes a viernes un rol protagónico en las tareas de hogar y crianza. Agotada nos decía “llamen a  su papá”, a lo que nosotros respondíamos “no, el papá está trabajando”.  

Sí, quisiera ser madre algún día, pero no bajo cualquier condición, sino con quien asuma conmigo el desafío de una crianza compartida. Quiero y admiro a mis padres, pero la sensación de  imaginarme asumiendo roles de esa forma me abruma y generaría eventualmente una tremenda  frustración.  

Si como sociedad no logramos dar dinamismo a los roles de género impuestos, quizás muchas como yo prefieran ser, orgullosamente, la “tía eterna”. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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