Publicidad
Golpes de silencio: tesis y pedofilia Yo opino

Golpes de silencio: tesis y pedofilia

Camila Valladares, Carmen Ruiz B. y Sebastián Sampieri
Por : Camila Valladares, Carmen Ruiz B. y Sebastián Sampieri Magister (c) en Estudios de Género, Universidad de Chile. Doctorante en Filosofía, Universidad Paris Nanterre. Doctor en filosofia, Universidad Andrés Bello.
Ver Más


Más allá de lo evidente del carácter impresentable de aprobar sin más una tesis y un informe que relativizan la gravedad de la pedofilia, interesa pensar la escena que emerge en este contexto, a saber, el linchamiento a los autores de ambos textos y a lxs académicos involucradxs en su aprobación y publicación.

Para arrancar una lectura de esta escena, remitimos al análisis de Dorothée Dussy que se instala en el debate antropológico como una respuesta a Levi-Strauss. Según la antropóloga feminista, no es la prohibición del incesto lo que estructura la sociedad sino más bien la prohibición de hablar de él. Se admite el incesto, pero se prohíbe hablar de él. Al mismo tiempo que se produce y se fomenta socialmente la erotización de la dominación (en el caso que nos concierne, entre adultxs y niñxs), se prohíbe hablar de su ejecución. No hay espacio social ni teórico ni para su cuestionamiento ni para su destrucción. El abuso opera en su neutralización y en su silenciamiento. Es por ello que no es mera casualidad que, en los casos de incesto familiar, los primeros cómplices son los miembros de la familia que, de múltiples maneras, echan a andar diversos mecanismos de silenciamiento: omisión, secreto, negligencia, culpabilización o deslegitimación del punto de vista del abusadx. Dussy alude también a la escritura académica como aquella que forma parte del orden social que prohíbe, pero al mismo tiempo admite el incesto en la medida en que ayuda a su conducción y fomenta el silencio de su ejercicio. Cuando ha intentado pensar feministamente el incesto en el espacio académico, los dardos de invalidación que apuntan a una supuesta falta de rigurosidad o insuficiencia de pruebas, no han sido escasos.

[cita tipo=»destaque»] La propuesta es pensar una alternativa al linchamiento para mirar el abuso sexual infantil sin reforzar el tabú, el adultocentrismo y, sobre todo, la figura de una “infancia pura” cuyos usos políticos para la reproducción de la violencia son bien conocidos. [/cita]

¿Cómo pensar el silenciamiento del abuso pedófilo en la academia? Es difícil pensar lo silenciado. Una pista tal vez sería el hecho de que una revista como Nomadías (especializada en estudios de género) haya publicado sin más la versión resumida de la tesis de Leonardo Arce y que ello no haya provocado una discusión ni en el comité académico ni en la recepción del artículo. O que la tesis misma haya sido vehiculizada y aprobada sin cuestionamiento alguno, simplemente por el hecho de haber cumplido con los criterios burocráticos de una tesis. La burocratización del pensamiento, aquella que permite hacer pasar cualquier cosa como pensamiento en la medida en que se adapta a determinados marcos de inteligibilidad de escritura académica, acaba por hacer creer que el pensamiento es un espacio clausurado en sí mismo, sin efectos en el orden social. Es lo que daba a entender la primera declaración de la Universidad de Chile. Si el asunto fuese tan simple, la misma casa de estudios no hubiera tenido que hacer un segundo comunicado repudiando, esta vez explícitamente, todo contenido que vulnerase los derechos de la infancia.

Si la institución académica es una instancia a través de la cual se desliza el silenciamiento, otra instancia refiere a la reacción social cuando dicha instancia falla y la mierda, otrora neutralizada, sale esta vez a flote. Hay escándalo, juicio, búsqueda de responsables, y disposición feroz al linchamiento a académicxs y autores. Como si bastase el castigo social hacia tesistas y académicxs para pasar rápido este embrollo y apagar el incendio social que quema por todas partes.

Es posible que cuando Dussy hizo la distinción entre prohibición y silenciamiento del incesto, situando a este último en el centro, lo hiciera pensando en enfatizar que, dado que la prohibición no implica la no ejecución, entonces la función reguladora no se encontraría allí, sino desplazada y disimulada en un mandamiento tanto más perverso como el pacto de silencio.  Si no regula, ¿qué hace entonces la prohibición y para qué la necesita el silencio? Si bien nunca el lenguaje hace lo que dice hacer, y es en principio absurdo andar correteando palabras para que cumplan con sus promesas, en este caso, considerando el sufrimiento que esta práctica acarrea, tal vez sería pertinente acorralar un poco la palabra prohibición que no solo no cumple, sino que podría estar haciendo lo contrario de lo que enuncia.

La primera definición oficial de prohibir es vedar o impedir el uso o la ejecución de algo. No obstante, sabemos que la prohibición del abuso sexual de menores no impide que este ocurra. De hecho, ocurre, y sistemáticamente. Es plausible así considerar que la prohibición actúa como denegación antes que como impedimento. “¡Esto no se hace!”, pero se hace.

En el caso de las tesis en cuestión, pensaremos en la respuesta encarnizada como la manera en que la prohibición se expresa y se restituye. El castigo espectacular opera aquí trazando un límite imaginario que se grita a coro y se consuma en el confort compartido de la guillotina. Un gesto que, confundiendo golpear la mesa con radicalidad, no hace más que neutralizar la crisis y la posibilidad que esta ofrece para pensar el suceso.  Al no interrogar su lugar en la escena ni sus efectos en ella, el linchamiento clausura y devuelve el fenómeno a su lugar más eficaz: el silencio.

De ninguna manera estamos aquí proponiendo dar espacio o seguir los hilos argumentativos de tesis altamente problemáticas. La propuesta es pensar una alternativa al linchamiento para mirar el abuso sexual infantil sin reforzar el tabú, el adultocentrismo y, sobre todo, la figura de una “infancia pura” cuyos usos políticos para la reproducción de la violencia son bien conocidos. Pensar, por ejemplo, por qué nos oponemos tan vehementemente a lo que Leonardo Arce describe irreflexivamente como amor, erotismo y deseo entre adultxs e infancias. Si así lo hiciéramos, aparecería que, así como la infancia tal y como la conocemos, es una invención que carga una determinada genealogía, ella está imbricada en complejos sistemas de dominación. La posición pedófila, o quizás más ampliamente la posición del abusador, es también parte de ese dispositivo tirano: se ocupa una posición de poder. Dar cuenta de ese reparto permite justamente que, bajo ningún punto de vista, la ejecución del deseo del pedófilo pueda pensarse como una liberación de lxs niñxs del yugo del adultocentrismo, sin por ello negar la existencia del régimen opresivo del cual la niñez forma parte. Es decir, rechazar la pedofilia sin enquistarla en el tabú.

Dirigir las fuerzas hacia el castigo social como única, o en todo caso principal, solución, parece entrabar, o al menos no dar lugar, a la discusión y transformación del problema en cuestión, a saber, que el dispositivo adultez exista y se constituya en su poder hacia la niñez; y, al mismo tiempo, que el poder de adultxs hacia niñxs sea erotizado y canalizado, visible pero silenciosamente, en el abuso sexual.

Si bien no parece ser apologético de la pedofilia, el informe final del seminario de título de Mauricio Quiroz Muñoz El deseo negado del pedagogo: ser pedófilo, sintomatiza alguna de estas operaciones descritas. En este breve escrito, de apenas 24 páginas, el profesor pretende “desentrañar las relaciones entre educación y pedofilia”. Para eso, el autor hace una distinción conceptual entre el pedófilo y el pederasta. El primero solo desearía a lxs niñxs y no consumaría su apetito de manera carnal. El segundo, en cambio, constituiría la figura abyecta y peligrosa, porque no sería necesariamente un pedófilo, sino quien “lleva al acto una relación sexual con el niñe”. Si bien Quiroz reconoce que ambos conceptos van de la mano, intenta salvar una distinción que en la práctica es insostenible: el pedófilo sería un individuo angélico, capaz de dominarse a sí mismo y de controlar su deseo; el segundo, el pederasta, es el que lleva el deseo del primero a la acción.

Posteriormente, el pedófilo, que desde la perspectiva de Quiroz es una suerte de anacoreta que ha vencido la debilidad de la carne, sería también una suerte de portavoz de los infantes, ya que no solo cuestionaría el adultocentrismo, sino que mostraría que la niñez no es asexuada (como si Freud no lo hubiera postulado en 1905). Luego, Quiroz va más lejos, porque sostiene que el objetivo de reconocer al niño como sexuado sería propio de los pedófilos… En otras palabras, el pedófilo sublimado, el que no consumaría la pederastia, sería una suerte de activista político de lxs niñxs “subalternados” y silenciados (nótese el abuso de la teoría de Spivak) por los adultos.

Sin embargo, toda la intención transgresora de tratar de hacer retornar lo excluido y lo borrado, de recuperar lo abyecto para deconstruir el sistema educacional a partir de la figura del pedófilo, no hace más que reforzar lo que quiere superar.  La mirada del pedófilo, que desea a lxs niñxs pero no los toca, no deja de ser la peor de las versiones en que abuso y sometimiento se justifican bajo la égida del amor y del cuidado. A diario se ve, en las múltiples formas de abuso sexual, violación y femicidio, cómo las retóricas asociadas al amor y el enamoramiento intentan justificar las peores violencias. Y la mirada “enamorada” del pedófilo, por más sublimada que se quiera, es claramente tributaria de aquellas e indisociable de la pederastia; por tanto, una variante más de la cultura de la violación, alimentada por los tabúes que los sectores reaccionarios quieren perpetuar a toda costa y, peor aún, bajo la excusa de un deseo librado del pecado carnal.

A través de polémicas como estas y de las reacciones que enquistan lo que pretenden remediar, vemos que las proyecciones inconscientes de la opinión pública dicen más del deseo pedófilo y pederasta que las tesis en cuestión, y que la educación sexual en Chile seguirá a la espera. La escena de las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad (JOCAS), rechazadas por la Iglesia y los sectores conservadores en 1996, se repite, porque pareciera que la producción panfletaria actual de los sectores reaccionarios –desde el “bus de la libertad” de Marcela Aranda, pasando por  la consigna #ConMisNiñosNoTeMetas, hasta la grosera posverdad sobre la sexualidad en el proyecto de Nueva Constitución–  tomará más fuerza para seguir haciendo de la sexualidad una zona indecible en la que predominan los tabúes.

El tabú refuerza los pactos de silencio y permite que los beneficiarios directos de abuso y explotación a otrxs sigan en pie.  Como bien lo ha señalado René Kaës, las instituciones sociales necesitan de estos “acuerdos” tácitos para generar la ilusión de coincidencia e isomorfismo entre los individuos y el grupo, y lo hacen a partir de distintos mecanismos defensivos y formaciones compartidas (comunidad de síntomas, identificación, proyección de ideales, entre otros). Sin embargo, el retorno de los aspectos reprimidos o negados hace crisis en la pretendida cohesión imaginaria del grupo. Es ahí cuando el pacto se hace visible y, por tanto, queda al descubierto quiénes usufructúan y por qué lo hacen.  La reacción, que se traduce habitualmente en formas de censura, borramiento y clausura de los debates –a causa de la vociferación rabiosa de las multitudes opinantes o de la sentencia de los expertos–, no se deja esperar. Algo parecido, con otras resonancias y en un registro en que lo institucional se halló en tensión con lo instituyente, tuvo lugar en la bullada performance de Las Indetectables a una semana del plebiscito del 4 de septiembre. ¿Qué retornó furiosamente tras esta suerte de happening en que el dúo de travestis, literalmente, “se pasó la bandera por la raja”? Principalmente, y así lo atestiguaron lxs diputadxs oficialistas que mostraron, al otro día, orgullosxs las banderitas chilenas –y ya no las banderas de las diversidades–, una aversión descarnada hacia la disidencia sexual justo cuando una práctica disidente tuvo lugar. Ahí, en ese momento, el cuidado y el amor por lxs niñxs fue la excusa perfecta para desplegar la misma secuencia de escándalo, castigo y linchamiento público.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias