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Carmen Berenguer: Dios salve a la Emperatriz BRAGA

Carmen Berenguer: Dios salve a la Emperatriz

Antonia Sepúlveda
Por : Antonia Sepúlveda Periodista en El Mostrador Braga.
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Desde el Congreso de Literatura Femenina de 1987, hasta talleres de escritura y crónicas en la cotidianeidad de su hogar, Carmen Berenguer fue una escritora, amiga y confidente que perdurará en los corazones de todos quienes tuvieron la dicha de compartir con ella.


“Aparecía nueva en esta clase de actividades: era la voz de la mujer, con todos los atributos misteriosos, tiernos, sentimentales, renovadores, esperanzados, limpios y promisorios de la mujer chilena”, declaró en su discurso de despedida la exsenadora María de La Cruz Toledo, fundadora del Partido Femenino de Chile e insaciable luchadora por el sufragio femenino.

Aquellas palabras quedaron rondando en la cabecita de una pequeña Carmen Berenguer de tan solo siete años, quien desde muy temprana edad vio despertar sus ansias de aprender y la desdicha de las injusticias sociales gracias a su tía Elvira, militante del Partido Nacional, quien la llevaba a las ponencias y sesiones del Congreso Nacional, en donde desarrolló un especial cariño y admiración hacia la elocuencia, el discurso y la oralidad.

De igual modo, asistía constantemente a obras de teatro y al cine, en donde forjó su interés por el séptimo arte; mucho cine neorrealista, de vanguardia, cine social, cine de posguerra. Una de sus grandes inspiraciones poéticas fue la “Nouvelle vague” o la nueva ola del cine francés, hecho principalmente por poetas. Un cine más de sentires que de observación. Eso, además de la literatura propiamente tal.

Fue criada exclusivamente por mujeres, en “una familia disfuncional”, como ella misma la describía, y fue constantemente de pieza en pieza, porque no fue hasta que se casó en la década de los sesenta que Berenguer pudo asentarse en una casa propia. En alguna oportunidad, junto a su madre y su tía, fueron expulsadas a la calle debido a problemas económicos, para emprender, nuevamente, el camino en búsqueda de un lugar donde vivir. Vivió siempre como nómada. En este contexto, se arrimaron a un joven estudiante de la Universidad Católica, quien venía de Curimón, un pequeño poblado de la región de Valparaíso ubicado en el Valle del Aconcagua, a cinco kilómetros de San Felipe, y quien les ayudó a buscar un nuevo hogar.

Este chico fue el primer amor de Carmen Berenguer, un amor platónico de niña, que luego de años de convivir juntos, cayó detenido por homosexual. Aquello demuestra la libertad en el círculo en el cual creció la poeta, con la política y las disidencias siempre presentes.

La madre de la poeta avivó los intereses literarios de su hija desde su gestación, escuchando semana a semana a figuras como Mistral, Pablo de Rokha y Neruda, quienes declamaban sus poemas en diversas estaciones de radio; en una voz profunda, recargada y paciente. Si no se leían, los escuchabas. No obstante, sus intereses artístico-culturales no acaban aquí.

Entre los diez y doce años representó a su colegio en ballet en el Municipal, y durante gran parte de su adolescencia se interesó por la música, aprendiendo a tocar guitarra y a cantar. En ese momento recordó su interés por la oralidad y el discurso, el cómo la palabra hablada, más que escrita, puede transformar.

Migró de colegio en colegio, así como también fue de casa en casa, sin formar nunca una comunidad real con sus compañeros de generación. Debido a ello se refugió en los libros. Su formación principal fue la literatura, la filosofía, las novelas, leyó todo el Boom latinoamericano; Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Y también mujeres, como Elena Garro y María Luisa Bombal, entre otras pocas más que lograron entrar a la élite masculina del Boom.

Fue una ávida lectora y una apasionada empedernida por las culturas y el aprendizaje de las artes, mas no así de la escuela. Era disléxica, por lo que le costaba seguir el ritmo del resto de sus compañeros de aula, además, realizó la cimarra en alguna ocasión, lo que generó su salida de los estudios tradicionales para ayudar en la casa y comenzar a trabajar. Terminó sexto de humanidades con exámenes libres, pero la época escolar no era una escena grata de recordar para Berenguer.

Por años, Emperatriz del Carmen Berenguer, su nombre completo, escribió y declamó su escritura, más que poesía, como a ella le gusta llamarla. Sin embargo, pese a su iniciativa de competir en certámenes y concursos, jamás recibió ningún tipo de reconocimiento por esta.

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En 1969 decide, junto a su marido, el científico Carlos Jerez, y sus dos hijos, Carolina y Carlos, emprender una nueva vida en “los states” –como ella llamaba a Estados Unidos–, en Iowa City, debido a un doctorado que comenzaba su esposo. Durante aquellos años, de gran envergadura política y movimientos sociales históricos, Berenguer se vio influenciada por pensamientos y realidades desconocidas tras las revoluciones contraculturales, los hippies y los nacientes movimientos antirracistas con figuras históricas afro feministas como Angela Davis.

Regresa a Chile en octubre de 1973, para ver surgir lo que ella llamaría “el principio del fin”. Nunca profundizó en las razones de su regreso, pero sí destaca el sentir de llegar al Chile dictatorial. Lo describe como una época gris, sin más ni matices. “Nadie comprende lo que es vivir y ver todo gris. Solo quienes lo presenciamos podemos entenderlo; fue llegar a un campo de concentración”, declara.

Llegaron a vivir a la casa de su suegra, en Villa Frei, con el miedo latente tras los toques de queda; los pasos de los militares como el sonido implacable de un tambor atronador que retumba en los oídos, en donde con cada bota que golpea el suelo, se siente la presencia de la represión y el sabor metálico de la bala. Una sensación inolvidable, en palabras de la poeta. Aquello que no se olvida y se rememora, a través de la escritura.

En 1979 Jerez decide postular a un postdoctorado, nuevamente en Estados Unidos, pero esta vez en Nueva Jersey, donde deciden asentar su nueva vida. En esta oportunidad, Berenguer se nutrió de grandes intelectuales y figuras estadounidenses, formando parte de grupos y clubes de lectura y discusión, así como escribiendo en diversos medios político-culturales que le abrieron una nueva perspectiva de mundo, como el feminismo.

Durante los primeros años de la década de los ochenta, Berenguer regresa a Chile con una nueva mirada de las culturas. Sin embargo, la dictadura y todo lo que aquello significó para el mundo de las artes, dejó mucho que desear.

Sumida en una depresión, que mantenía su mente vagando entre libros y diarios, escribiendo sobre servilletas e incluso sobre sus brazos en los tiempos muertos, cuando los hijos no dependían de ella, y cuando tenía algún momento en su cuarto propio, Jerez le sugiere incorporarse a un taller de escritura cuyo anuncio aparecía en el diario. “Tú pasas escribiendo”, exclamó casi como un reclamo, pero de alivio. “Me podría interesar”, sentenció Berenguer.

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A lo largo de estos años, Berenguer se dedicó a la escritura de su más famosa obra Bobby Sands desfallece en el muro, un homenaje al poeta y revolucionario irlandés Bobby Sands, quien falleció tras una prolongada huelga de hambre que inició para exigir justicia durante el régimen de Margaret Thatcher, en donde dejó escrito un diario de los 53 días que pasó sin ingerir alimentos; un suceso que a ojos de Berenguer parecía fascinante.

A la poeta siempre le interesó de sobremanera los temas incómodos relacionados con el sufrimiento humano, la avaricia, el dolor, la injusticia, todo aquello que signifique denunciar al poder, y tal fue el caso de Bobby Sands, que la escritora se encontró una mañana de domingo leyendo El Mercurio, que generó una obsesión en ella hasta el punto de dedicarle su primer poemario publicado.

La poesía de Berenguer no son rimas y sonetos. Son viñetas, dibujos, caligramas. Muy de Vicente Huidobro y su creacionismo. Una “escritura de graffiti”, como la ha catalogado la crítica. A Berenguer no le interesa ni le importa la estética, le importa tener algo que decir. En Bobby Sands, la autora enumera día a día el ayuno, demostrando cómo cada vez se va deteriorando física y psicológicamente el ser humano, hasta morir. A su vez, combina el sufrimiento del irlandés, comparándolo con la experiencia chilena de ese entonces. Dictadura, 1983; asesinados, perseguidos y muertos de hambre.

Muy similar a lo que encontramos en crónicas como las de Pedro Lemebel, quien fue un confidente y compañero, como lo define Berenguer, con quien mantuvo una relación de amistad netamente artística.

Berenguer se definía como artista visual más que poeta. Junto con sus amistades y compañeros, se reunían a conversar, leer y hacer crítica, y a las 12:00 h salían a marchar. Le alimentaba el intelecto ver a la gente “repudiar al régimen sanguinolento”, los cánticos al unísono reclamando justicia por sus detenidos y desaparecidos, y el aroma del miedo en la atmósfera que se impregnaba en la ropa. El desgaste de la palabra, la prohibición de hablar, que también se hace palpable en Bobby Sands. La experiencia del dolor compartida por la política y la resistencia.

Su primera publicación la catapultó a la élite literaria de los ochenta, posicionándose junto a grandes referentes como Diamela Eltit, Raúl Zurita y Diego Maquieira, entre otros.

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Emperatriz del Carmen Berenguer se unió a la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) a los pocos meses de codearse con grandes autores tales como Nicanor Parra, Humberto Díaz, Enrique Lihn, Rolando Cárdenas, Mario Ferrer, entre otros hombres. “A lo más, la Stella Díaz Varín”, exclama con desidia, “de las pocas mujeres de renombre de aquellos años”.

Apenas ingresa a la Sociedad, Berenguer venía con ideas más colaborativas de los Estados Unidos, por lo que comenzó a organizar inmediatamente talleres y grupos de discusión de diversos tópicos, cuando poco a poco se fueron expandiendo cada vez más debido a las constantes represiones de la dictadura, lo que generó la entrada y acogida de jóvenes estudiantes del Pedagógico o de carreras de Filosofía y Letras, quienes llegaban con las ansias y el ímpetu de convertirse en grandes escritores.

De hecho, sobre esta escritura colaborativa, la abogada y escritora, que asistió a los talleres de Carmen Berenguer durante años, Sofía Brito, relata cómo estos talleres eran reuniones de conversación, lectura y declamación, “de invitarte a tomar once, invitarte a comer porotos granados”. Se suele creer que la escritura es un proceso solitario, del cuarto propio, pero para Berenguer “era un proceso súper colaborativo; para ella la escritura era un proceso muy colectivo”, comenta Brito. 

Durante la época de los ‘70 y parte de los ‘80 se fue del país lo que Berenguer describe como una pléyade; autores y autoras que se fueron al exilio debido a su militancia política. “Nunca por sus obras”, aclara, “la dictadura ‘nunca les dio pelota’ a las obras literarias”, les interesaba la participación política de los escritores, sobre todo la de aquellos asociados al Partido Socialista o Comunista.

Resulta imprescindible destacar la presencia de autores y autoras como Mariana Callejas en la Sociedad, escritora y agente de la DINA, lo que daba atisbos de la inseguridad incluso en los espacios culturales creados para salvaguardar la libertad de pensamiento y creatividad. “Esa cohabitación fragmentaria y la calle”, explica Berenguer

En ese contexto, y con miles de neuronas trabajando simultáneamente, se comenzaron a conglomerar diversos grupos, quienes empezaron a escribir revistas de difusión literaria clandestinas, tales como Castaña, de Pía Barros; Hoja x Ojo, donde luego se formó el comité de escritores jóvenes entre Jorge Montealegre, Pía Barros y Ramón Díaz Eterovic, este último, fundador de La Negra; entre varios productos culturales de difusión que se fueron formando.

No obstante, para las pocas y escasas mujeres que lograron formar parte de este club de Toby, existía una deuda con ellas. ¿Por qué nadie habla de la ausencia de nosotras? Nos otras. Y así se formó junto a Pía Barros, Teresa Calderón y Liliana Sagaris el folleto Nos=Otras (1985), el cual se lanzó durante el Congreso de Escritores Jóvenes, dedicado a visibilizar y cuestionar las inequidades de género presente en las áreas de las artes y las culturas, denunciando la falta de representación y referentes femeninos en la literatura.

Pía Barros, una de las escritoras y poetas más activas y renombradas de la literatura chilena actual, recuerda que, “a partir de la Sociedad de Escritores, surge la creación de muchos talleres y de varios trabajos que se hicieron con las tomas de terreno, con ir a hacer talleres, recitales y trabajar desde las bases, en las poblaciones principalmente, en lugares donde no había acceso a las culturas; entonces, buscábamos crear esa cultura o recrearla o, mejor dicho, reinstalarla como un derecho, que fue una cosa compleja”.

Además, Barros afirma que existía poca visibilización de la discriminación hacia las mujeres en los espacios culturales, porque según recuerda, “la gran fuerza de trabajo bruto fue de las mujeres, pero quienes figuraban eran los hombres, pese a que quienes se juntaban, se organizaban, llegaban a pegar los afiches del recital, quienes juntaron a las personas, en su mayoría fueron mujeres”.

El folleto o el tríptico de Nos=Otras también nació como parte de ese manifiesto, que se materializó después en el encuentro “Todavía escribimos”.

Dentro de algunos de los encuentros realizados en la Sociedad, en una reunión que aglomeró a 33 poetas en el Norteamericano, según recuerda Berenguer, Enrique Lihn exigió que en su mesa no hubiese presencia de mujeres. Muchos de los poetas de renombre eran considerados y se consideraban a sí mismos como dioses de la literatura. 

El feminismo no era una palabra bienvenida entre su círculo literario, menos aún cuando este estaba dominado casi en su totalidad por hombres. Debido a ello, y tras el folleto, junto con Diamela Eltit surgió la idea de crear un Congreso para visibilizar la literatura escrita por mujeres.

“Las condiciones para organizarse siempre están, solo falta la voluntad”, rememoraba Berenguer.

Durante 1986, Berenguer publicó Huellas de siglo seguido de A media asta, siendo esta última su obra más importante de su carrera literaria hasta la fecha. 

Cuando comenzaron a gestar la idea de un Congreso de Literatura Femenina, primero partieron por la pregunta, ¿qué significa ser mujer? ¿Cómo (nos) pensamos las mujeres? ¿Qué significa la literatura escrita por mujeres? ¿Existe alguna diferencia con la literatura escrita por hombres? ¿Por qué no se habla de la literatura escrita por hombres como si el género fuera un determinante para establecer la calidad de una obra?, todas aquellas cuestiones comenzaron a encender la llama dentro de cada una de las gestoras del proyecto, quienes decían entablar discusiones desde el margen, porque ahí estaban, al margen, nunca al centro.

En primera instancia, se pensó en un Congreso nacional, pero bajo la lupa insaciable de Eltit, sonaba a poca cosa. Se contactaron con académicas y doctoras en literatura de universidades estadounidenses, tales como Eliana Ortega y Lucía Guerra, y comenzaron a reunirse semanalmente para crear comisiones, seminarios y organizar el evento. No existían vías sencillas, solo voluntades. El poeta Omar Lara ofreció su revista para realizar la primera impresión del Congreso, de esta forma lograron acaparar más organizaciones interesadas en el proyecto. Asimismo, creadores del Ictus ofrecieron el lugar para realizar dicho evento.

Un año estuvieron pensando el Congreso, realizando reflexiones sobre cuestiones ideológicas, donde debieron leerse por primera vez, porque hasta ese entonces solo se conocían de nombre. Hasta que en agosto de 1987 se llevó a cabo, con más de 400 poetas y escritoras asistentes dispuestas a discutir sobre el rol de la mujer en la literatura. Si bien ya estaban en presencia de los últimos años de la dictadura, con menos represión, y la mirada y presión internacional de los derechos humanos sobre la nuca de Pinochet, jamás nadie mostró un interés político en la organización del Congreso Femenino. “Al parecer lo femenino resultaba incluso irrelevante para una dictadura de ultraderecha”, comenta Berenguer.

Realizaron uno de los encuentros de mujeres más importante de los últimos 50 años en presencia de un patriarcado acérrimo.

El Congreso se pensó desde un punto de vista filosófico, más que feminista. El feminismo era muy político para posicionarlo en discusión y someterlo a consenso, la importancia principal fue la relevancia de la mujer y escritora latinoamericana como sujeto y otredad alterna, distinto al canon literario occidental grecolatino. Darles voz a las mapuche, a las alacalufe, las onas; otorgarle cabida a toda la diversidad de mujeres presente en este extenso y angosto país.

La lista de expositoras fue creciendo a medida que se iban uniendo otras amistades y escritoras y escritores de renombre. Contó con la participación de mujeres como Jean Franco, académica británica especializada en literatura latinoamericana; Francine Masiello, académica estadounidense también especializada en literatura latinoamericana; Mary Louise Pratt, académica canadiense; quienes también representaban el margen en sus respectivos espacios, pese a participar de forma activa en los movimientos contraculturales de Estados Unidos y los feminismos. Se conformó una red de resistencia y existencia.

Posteriormente, se publicó el libro editado por Cuarto Propio. Luego de eso, nunca más se volvió a realizar un Congreso igual en el país.

La fundadora de Cuarto Propio y editora, Marisol Vera, relata que Berenguer fue de las primeras escritoras publicadas por el sello. “A medida hasta de Carmen fue de las primeras obras que publicamos en el ‘88”. Para Vera, aquello significó la puerta de entrada; buscaban escritoras y escritores como Berenguer, transgresores, revolucionarios. “Carmen fue una gran compañera en ese proceso, de compartir la visión de Cuarto Propio, donde forjamos una amistad”.

“La propuesta poética de Carmen era totalmente rupturista no solo en el lenguaje, sino profundamente rupturista con el canon, cuestionadora de las estructuras vigentes. Además, era profundamente revolucionaria, porque a través del arte ella estaba horadando esta homogeneidad brutal de la cultura dictatorial”, rememora Vera.

La editora afirma con convicción que Berenguer era un espectáculo en sí misma, una performer innata. 

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Durante la dictadura, debido a la prohibición de reunión, la Casa del Escritor fue intervenida, por lo que comenzaron a congregarse en bares, tales como el bar Jaque Mate, en donde Berenguer también se reunía con las Yeguas del Apocalipsis, en donde se transformó la escritura en un espacio cotidiano, real y común de inspiración.

Fumando pito y tomando para sobrevivir y sobrellevar el día a día. Ingresó el popper y la cocaína como un anexo a las artes, que además luego se sumaron a las fiestas y reuniones nocturnas realizadas por escritores, actores y artistas de la época, algo que Berenguer definía como “fiestas bacanales”. Con Tres mil mujeres tocando en el garaje de Matucana 100, así como los Electrodomésticos, toda la envergadura artístico y cultural estaba presente. Fue un movimiento contracultural de los ochenta que se cruzaba con la muerte y la detención, con las artes como resistencia.

Berenguer, como “la tercera yegua” de este grupo, conoció a Pedro Lemebel dentro de la Sociedad de Escritores. Lemebel se acercó a ella por su poema Concholepa, porque la ironía y sarcasmo que unió a ambos es característico de muy pocos escritores. Estaban hartos de la política y la élite. Con “Nosferatu”, como le decía, debido a la estética estrafalaria del cronista, muy característico de la New Wave, se unieron en una complicidad escritural que no se generó con otros artistas, degustando la vida y buscando deconstruir el mundo en conjunto.

Sobre la etiqueta “tercera yegua”, Francisco Casas comenta que “no sé si haya una primera, una segunda o una tercera yegua, en el sentido de que cuando se plantea este grupo de acciones de arte como colectivo o como colectividad, cualquier persona que se nos rodeara, se nos acercara, participaba, pasaba a ser una yegua. Entonces, en un primer espacio donde había dos cuerpos, al sumarse un cuerpo, más otro cuerpo, finalmente era una colectividad, eran muchos”. 

Casas recuerda que él en particular conoció a Berenguer cuando estudiaba en el Arcis, por el año 1987. “Ella era tan extraña como yo”, rememora entre sonrisas. Casas relata cómo su vestimenta, muy de Violeta Parra, sobresalía del resto. Con chales pachamamicos, coloridos, indígenas y vestidos y faldas floreados. “Me vestía de woman, pero de una mujer que no cabía en los cánones travestis ni gay, sino que me vestía como una campesina”. A Berenguer le llamó particularmente la atención el personaje que representaba Casas, y el artista también se fijaba en la poeta. “Vestía con ropones largos, negros, y ese pelo enmarañado, que hizo finalmente de ella una especie de logotipo de Carmen Berenguer; el pelo, ‘la chasca’, como le decía ella, ‘la vieja chascona’, le decíamos nosotros”, ríe. 

Las Yeguas del Apocalipsis comenzaron a reunirse de forma fortuita, una amistad que emergió de los márgenes. “Donde nosotros habitábamos, todos los márgenes. Desde ella, por ser mujer, por no ser blanca, por sus rasgos étnicos (le cargaría esa palabra a Carmen en estos momentos)” ríe. Y se reunían habitualmente en bares, en la casa de Berenguer (“porque era el único lugar donde no faltaba la comida, un plato de lentejas”), amaneciéndose conversando y bebiendo. 

Un verano Carmen Berenguer invita a las yeguas de vacaciones al litoral central, a San Sebastián durante todo el receso, junto a su esposo y sus hijos. Conversan, juegan, leen y releen sus propios textos, los de otros, otras. Para ese entonces, las yeguas aún no eran las yeguas, pero ya existía una colectividad, un colectivo sin nombre. Cuenta, entre risas, que el esposo de Berenguer “nos odiaba (…) era científico, nos encontraba extremófilos siempre, creo que hasta el día de hoy, cosa que nos divertía mucho”. 

Discutían mucho. Bastante. “Nos matábamos a cuchillo cada vez que podíamos, pero después seguíamos como si nada”, relata con regocijo Casas. Desmiente aquellas versiones de malentendidos y cizañas entre ellos, porque si bien podían pelear a muerte, nunca dejaron de amarse. 

Tras la partida de Lemebel en 2015, Casas logró despedirse; no así con Berenguer. “Me quedé sola arriba del caballo”, comenta la última yegua. Habla de hacer justicia por Carmen, visibilizar su legado y obra. “Vamos a tratar de rendir los homenajes pertinentes”. 

El litoral central forma parte imprescindible de la historia de la poeta. La poeta y gestora cultural, Tatiana Orellana, que conoció a Berenguer por sus talleres, recuerda cómo la poeta siempre aceptaba participar de encuentros y actividades en la zona, precisamente en Las Cruces.

En febrero pasado, Berenguer participó de la novena versión de la Feria Literaria de Las Cruces, y de hecho, en 2022, durante la misma instancia, Orellana tuvo que informar a Berenguer que sería reconocida por su trayectoria y compromiso con la zona. “Esa semana hablamos todos los días por teléfono, no solo del encuentro, sino también de la vida. Siempre se mostró contenta y agradecida (…). Carmen tenía un espíritu liberador, fue una persona muy auténtica; había una autenticidad en su personalidad muy linda”, rememora con ternura. 

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Julio 2023

Desde su departamento ubicado a los pies de Plaza Dignidad, como a ella le gusta recordar la Plaza Italia, con el pasar de los años notorios, con las arrugas como surcos sobre la piel morena, su espíritu y pasión siguen intactas.

“Es difícil llamarse poeta”, reflexiona sentada en la esquina de su futón, sobre el cual se forma un hueco tras el peso y las horas sentada. La poesía es un género literario ignorado per se; si la literatura ya es ninguneada por las artes y las culturas, con la poesía la aberración es aún mayor.

“Y si es difícil llamarse poeta, imagina llamarse mujer”, comenta entre sonrisas.

Dice, mientras se ríe a carcajadas, preferir el término poetastra. Junto con Pedro Lemebel detestaban hablar sobre la literatura, o llamarse literatas, poetas; siempre prefirieron hablar desde su escritura, como escritores. Odiaban hablar como poetas, con grandilocuencias y estructuras jerárquicas entre el espectador y el orador, una figura masculina y patriarcal que se mantiene hasta la actualidad. “Existe una masculinidad en la poesía chilena”, asegura.

En 2008 fue galardonada con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda; en 2014 con el Premio Honor de la Naji Naaman’s Foundation for Gratis Culture (Líbano), por su trayectoria; en 2017 fue reconocida por su trayectoria en el Festival de Poesía La Chascona; y por último, en 2022 fue honrada con el Premio Filsa Patrimonio Literario y Cultural.

Fue nominada en dos ocasiones al Nacional, en 2016 y 2020. Una de sus grandes amigas y compañeras, Diamela Eltit, conformó parte del jurado y reclamó la necesidad de premiar a una mujer poeta precisamente por la falta de representación y reconocimiento de mujeres en la literatura, pero más aún en la poesía. No obstante, pese a sus iniciativas por convencer al resto del jurado, Berenguer no ganó el Nacional, sino que fue otorgado a Elicura Chihuailaf, de quienes sus pares no dudan, pero sí consideran una deuda política post estallido social y represión del pueblo mapuche.  

Para Berenguer el Premio Nacional no significaba ni representaba una necesidad imperiosa en su vida. “No voy a dejar de ser y escribir por no recibir determinado premio”, sentenciaba. En la actualidad la deuda con escritoras mujeres continúa latente, y debido a ello, Berenguer cree que el Nacional se lo deberían dar a una poeta mujer, de las cientos de buenas escritoras que existen en el escenario nacional actual.

“Quizás el gobierno se lo da a un simpatizante del Frente Amplio”, comenta con picardía en la mirada, “porque la izquierda nunca va a premiar a una mujer por premiarla”, a propósito de Lemebel, quien siempre fue expulsado de las líneas comunistas, y a quien nunca se le reconoció con el Nacional.

“Ha muerto Carmen Berenguer y nuevamente han vuelto con la cantinela de ‘Chile ha quedado en deuda’, porque a equis o zeta que acaba de morir no se le dio el Premio Nacional. Hay un solo Premio Nacional. Entonces, ¿cómo podrían dárselo a todos quienes lo merecen? Recordemos que a Gabriela Mistral se le otorgó cuando la ‘descubrieron’… después del Nobel”, afirmó Soledad Bianchi en su columna “En defensa de Carmen Berenguer”. Al respecto, la escritora comenta que, si bien ella fue parte del grupo que apoyó y levantó la candidatura de Berenguer al Nacional, “no hay deuda, porque los premios también tienen que cumplir ciertos requisitos (…) A lo que voy es que, más que quedarse esperando con los brazos cruzados a que le den el premio, el trabajo de la Carmen fue infatigable, desinteresado”.

Marisol Vera dice estar de acuerdo con Soledad Bianchi, “pero también estoy de acuerdo con la posición de Carmen, cuando la postulamos al Nacional, como un gesto de reclamo por la absoluta ausencia de mujeres poetas en el galardón”, comenta sobre la dualidad.

Desde la comodidad de su hogar, repleto de panfletos y cultura viva, me despedí de una Carmen Berenguer repleta de vitalidad. Pese a que sus cercanos afirman que siempre careció de salud debido a su asma, jamás le faltó pasión, amor ni admiración. Hoy, Carmen Berenguer puede descansar con la tranquilidad de ser considerada una poetastra de primer nivel.  

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