Publicidad

Con Juanes y Lucybell llegó el power a una apagada Quinta Vergara

La segunda noche partió lenta, gracias al gentil auspicio del latero Diego Torres. Después, el respetable tuvo que presenciar los trilladísimos ritmos y bailes axé con el tal Fabrizio incluido, aunque fue evidente que ya se encuentran en franca descenso por las pifias que se escucharon y el abrupto corte que Vodanovic le dio al show de los brasileños.


Como es tradición, la segunda noche es mejor que la primera. No es gran mérito, pero algo es algo. El colombiano Juanes logró prender por primera vez a los asistentes a la Quinta Vergara, pero fue Lucybell quien reventó de calidad y estridencia lo que había sido, hasta ayer, una edición fulerita del Festival de Viña.



Lo imperdonable es que una vez más se relegó para el cierre a un grupo chileno que, evidentemente, tenía y tiene mucho más que aportar en todos los sentidos que un desaliñado Diego Torres que tuvo el honor de abrir la segunda jornada.



Los organizadores del evento, obstinados ellos, prefirieron comenzar con el argentino, dándole a éste mucho más tiempo en el escenario que Juanes o los propios Lucybell. Un desatino, o una tontera más bien, que refleja los desaciertos ya característicos de este encuentro musical. Pero bueno, no estamos descubriendo la pólvora con estas críticas, así que mejor vayamos a lo nuestro.



Como ya dijimos, Diego Torres inauguró la noche. El trasandino no goza de la popularidad que alguna vez alcanzó con Tratar de estar mejor y eso se reflejó claramente incluso por las pancartas que los asistentes llevaron a la galucha y platea. Habían saludos y mensajes hasta para nuestro M.J. Orinoco, mas no para Torres.



Esa misma indiferencia se trasladó a lo que fue su opaco show, llegando al punto que los asistentes a platea se tuvieron que entretener lanzando improvisados "proyectiles" a los reporteros gráficos que obstruían la vista -como si hubiera habido mucho que ver-, porque lo que sucedía en el escenario estuvo fomecito.



El panorama cambió recién cuando interpretó Penélope y Sueños, lo que hizo sacar de los bostezos al público y demandar por la antorcha, la que naturalmente obtuvo, no sin antes hacer gala de una demagogia digna de un candidato a presidente de centro de alumnos -"y no se olviden nunca que la vida vale la pena"- que le reportó unos condescendientes aplausos. Como último tema, Diego Torres cantó su último gran hit oreja Color Esperanza, despidiéndose de Viña después de una hora diez minutos.



Juanes, bien; Lucybell, mejor



Se necesitaba que alguien zamarreara a la Quinta, tarea que el argentino la hizo más difícil pero que Juanes supo sortear con creces. El colombiano, precedido de apenas tres canciones conocidas popularmente, conquistó inmediatamente a los espectadores con una fusión de vallenato, rock y ritmos caribeños, refrescando a la memoria a grupos como los mexicanos Caifanes o Carlos Vives.



Pura energía, pasión pura. El también guitarrista de las tierras del café entregó uno tras otro sus temas, partiendo con Fíjate bien y Un día normal. Y como ya se sabía, invitó a Javiera Parra a cantar a dúo el tema Fotografía. Pero el delirio fue total cuando los acordes de Es por ti se hicieron escuchar en Viña y levantaron a todos los asistentes exigiendo la antorcha. El reconocimiento, la primera realmente merecida hasta ese momento, no se hizo esperar, siendo retribuido con el tema que lo hizo famoso, A Dios le pido, y con Luna, el que estaba fuera de carpeta y que finalmente fue el cierre de la que fue su primera incursión festivalera.



Pero si Juanes estuvo bien, lo de Lucybell fue memorable, porque el conjunto nacional demostró que sí se puede llenar de música la Quinta Vergara con apenas tres músicos.



Sin embargo, ¿por qué se los dejó para el final? Las cabezas pensantes del certamen estival en vez de favorecer y dar un espaldarazo a un conjunto que ha logrado consagrarse a costa de años y esfuerzos, los ubicaron al cierre. Aquel gesto de ingratitud se tradujo en que Claudio Valenzuela, Francisco González y Eduardo Caces irrumpieran en medio de la fría noche, perdón, madrugada, pasadas las dos de la mañana.



Con Cuando respiro en tu boca Lucybell comenzó lo que a la postre sería lo mejor que se ha visto, al menos hasta ahora, en esta XLIV versión del Festival. El gran mérito de Valenzuela y compañía fue atreverse a reinterpretar sus propias canciones dándoles un cariz distinto. Prueba de ello es la exquisita versión de Carnaval, la que sumada al gran domino escénico de su vocalista, la transformaron en una canción, sencillamente, desgarradora.



Eso la gente lo percibió y después de tocar Mil caminos la antorcha llegó solita a las manos de Claudio Valenzuela. Pero era un premio demasiado mezquino para lo que había sido una presentación sobresaliente y por primera vez se escuchó en la Quinta "la gaviota, la gaviota". Ante la ovación, Vodanovic que estaba más preocupado de anunciar el término de las transmisiones televisivas que otra cosa, sacó bajo la manga un nuevo estímulo que reemplaza a la gaviota: la antorcha de oro. Un justo reconocimiento a un grupo que mereció una mejor colocación en la parrilla de anoche.



El comienzo del fin de los axé y el soez Melame



Qué le vamos a hacer. Canal 13, responsables del show, quiso aprovechar la vitrina que significa el magno evento para reposicionar uno de sus productos: Porto Bahía y su líder Fabrizio. Sin embargo, no contaban con lo que ya parece ser un hecho y que es el aparente retroceso -¡al fin!- de lo que es la moda axé.



El grupo de baile fue literalmente sacado de escena cuando estaban en la mitad de su actuación. Fabrizio, que en los días previos había reiterado hasta el hastío la ilusión que tenía, bajó llorando hacia su camarín por no haber conseguido la tan ansiada antorcha. Y era que no, si las pifias peligrosamente iban in crescendo en la medida que los minutos pasaban. ¿Será el comienzo del fin de estos empalagosos pseudo bailarines?



Otro que se fue sin pan ni pedazo fue Mauricio Flores y su predecible personaje Melame. Su show había generado expectación, o quizás morbosidad por la consabida dificultad que tiene los humoristas para imponer sus rutinas, pero la verdad sea dicha de una vez: su soez -por no decir rasqueta- mono es tan obvio, tan básico, que hasta para el público de la Quinta fue demasiado. No es que haya sido abucheado ni mucho menos, pero tampoco despertó mayor entusiasmo.



Con chistes de corte homofóbicos del tipo "al Paseo Ahumada ahora le dicen el cenicero porque está lleno de colas", las coreografías musicales o sus populares parientes Tomate y Temeto, y Terrín y Terrompo, Melame intentó agradar al monstruo. Algunas cosquillitas le hizo, pero no le alcanzó ni siquiera para recibir la medalla que por participación le dan a todos los artistas que van al Festival. Error de los animadores, seguro, pero que no muchos lamentaron.



Primera Noche:La ingratitud fue con Kool & The Gang



______________

Publicidad

Tendencias