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«Las curvas de la vida»: Reencontrándose con el padre

Protagonizada por Clint Eatswood y dirigida por Robert Lorenz, director asistente y productor de varias cintas del ya clásico realizador y actor, esta película emociona genuinamente porque pone al centro, y lo hace con eficacia y precisión, los conflictos, miedos y sueños. En este caso, los de un viejo cazatalentos de jugadores de béisbol y los de su hija, una emergente abogada que, en realidad, lo que más anhela es tener el amor de su padre.


Gus Lobel (Clint Eastwood) se encuentra en el crepúsculo de su vida, es algo cascarrabias y vive solo en una sencilla casa, donde se alimenta de comida chatarra. El béisbol, al que se dedica como un experimentado cazatalentos de jugadores, es su refugio en esta, su otoñal etapa de la vida, en la que busca mantenerse vigente a pesar de que lo quieren jubilar por su defectuosa vista.

Al igual que él, Mickey (Amy Adams), su hija, busca dar lo mejor en el trabajo: es una emergente abogada que quiere ser aceptada como socia en un prestigioso bufete y que parece no tener tiempo para nada más.

Pero en realidad lo que quita el sueño a Mickey es el amor de su padre, que le ha sido esquivo prácticamente toda la vida, y comprender por qué él es distante y hasta displicente con ella. Será el béisbol, impensadamente para Gus, el que dará la oportunidad a ambos de reencontrarse en el cariño y la aceptación.

“Las curvas de la vida” se desenvuelve en el mundo del béisbol y, bastante menos, en el de los abogados y los negocios en torno al deporte, pero no descuida lo esencial: las relaciones humanas, y en particular la de un padre terco y viejo con su hija, que por más que le eche en cara lo desatento que ha sido con ella, a ratos es un calco de él: irónica, de respuestas rápidas y tozuda.

De hecho, es en las escenas en que Gus y Mickey conversan o se pelean, o en que están a solas lidiando con sus historias, miedos y anhelos, cuando esta película alcanza sus más emotivos y mejores momentos. Así sucede en la visita que Gus hace a la tumba de su difunta mujer o en la discusión que lo lleva a revelar a su hija por qué la dejó al cuidado de unos tíos cuando ella tenía seis años. En esos instantes, la cámara simplemente se concentra en la emoción y en los conflictos que allí se exponen: el de cada cual y el que hay entre ellos. No hay aderezos innecesarios y los elementos propios de un relato cinematográfico son manejados con tino y precisión.

Robert Lorenz, el director, ha sido el director asistente de Eastwood en varias películas de éste, como “Río místico” y “Million dollar baby”, así como productor en tantas otras, incluyendo la propia “Río místico”, “Gran Torino” y “J. Edgar”. Esta comunión con quien de seguro ha sido su maestro, se plasma en la narrativa y la estética de “Las curvas de la vida”: un relato clásico, contenido en lo visual, acerca de personas que, ante un desafío o una dificultad, deben lidiar con su pasado y sus conflictos. Algo que hacen con dignidad y desde el amor, que al final de cuentas es lo que todos buscamos.

Es cierto que “Las curvas de la vida” emplea algunos guiños directamente destinados a las grandes audiencias, como la historia del jovencito (interpretado por Justin Timberlake) que engancha con la bella hija de Gus, algo predecible y dispuesta a través de algunas escenas cliché, pero es una película que emociona genuinamente pues pone al centro las cosas importantes: las personas, sus penas y sus sueños.

Película: “Las curvas de la vida”.
Año: 2012.
Duración: 111 minutos.
Dirección: Robert Lorenz.
Reparto: Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman, Robert Patrick y Matthew Lillard. Todo espectador.

Trailer en Youtube:

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