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Premio Nacional de Humanidades acusa a la derecha y Concertación de consolidar el «oscurantismo» cultural Sonia Montecino advierte que en Chile se perdió la capacidad de conocer e inventar

Premio Nacional de Humanidades acusa a la derecha y Concertación de consolidar el «oscurantismo» cultural

Para esta doctora en antropología el mayor problema de los chilenos es el analfabetismo funcional, que define la condición cultural de una gran parte de nuestra población que no comprende lo que lee. Esta disfuncionalidad, según ella, no es espontánea, y dispara su sospecha hacia una estrategia política definida y montada hace años para que las personas no entiendan lo que leen y así no puedan ejercitar sus derechos. La solución tampoco pasaría por una rebaja tributaria a los libros. El problema sería mucho más complejo.


Un 44% de la población es analfabeta funcional. Es decir, que casi la mitad de la población nacional  no entiende lo que lee. Un analfabeto funcional es aquella persona que la mayor parte de las cosas que lee, le parecen estar escritas en chino, en especialmente cuando se trata de un menú o un manual de instrucciones. De hecho, internacionalmente se usa esta vara: el menú de instrucciones que viene en los televisores nuevos para graficar y dimensionar este problema.

Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades 2013

Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades 2013

Para Sonia Montecino, recientemente reconocida con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales este es un problema muy grave, que no tiene que ver con los precios de los libros como inhibidor del fomento de la lectura o con la calidad de la educación formal. Desde su lugar en el Observatorio del Libro y la Lectura, esta antropóloga advierte que esta distancia que sienten los chilenos con la lectura no es espontánea ni natural, más bien responde a una estrategia política montada hace muchos años, precisamente para eso, para evitar que la gente comprenda lo que lee y así, ejercite sus derechos.

“Es muy singular lo que pasa en Chile, más aún tratándose de un país que ha generado tal cantidad de poetas y narradores de gran nivel. La inmensa mayoría de ellos surgió del mundo popular, en tiempos que Chile tenía una gran base identitaria. Y la cultura popular fue demolida. Por eso es que no es extraña esta creciente desconexión, especialmente de los más jóvenes, con la lectura”, dice Sonia Montecino, autora de obras tan galardonadas como “Madres y Huachos. Alegoría del Mestizaje chileno” (Premio Academia Chilena de la Lengua 1992) y “Mitos de Chile. Diccionario de seres, mitos y encantos” (Premio Altazor de Ensayo 2005).

Y agrega: “Si tienes a trabajadores incapaces de entender el Código del Trabajo, con toda seguridad podrás explotarlos mejor, y así terminarás construyendo un país que crece económicamente, aunque los beneficios lleguen a muy pocos y el desarrollo inclusivo brille por su ausencia. ¿Pueden esas personas saber qué contratos firman con una multitienda?”, se pregunta la doctora en antropología de la Universidad de Leiden (Países Bajos).

La académica aún no ve en el horizonte políticas claras o algunas propuestas de campaña para subsanar un problema que, insiste a cada tanto, resulta dramático para un país que aspira al desarrollo.  Mal que mal, reflexiona, la lectura es el ejercicio intelectual más refinado y complejo de todos,  en tanto exige comprender conceptos, captar ideas o conocer relatos a través de la interpretación de discursos vertebrados por sencillas unidades de sentido.

“Un país no puede ser desarrollado sin un desarrollo cultural y humano, y la lectura es fundamental en eso porque desarrolla el pensamiento crítico. Pero con esta pretensión ideológica de modernidad se instaló la idea de que lo único importante es la técnica y no las humanidades. Y aquí estamos, con personas que dominan un número muy bajo de palabras, por detrás de la mayoría de los países de la región. Con las palabras tú asocias, construyes mundos, imaginas… si tu repertorio habitual es de cien palabras, significa que tu realidad es muy pobre, aunque tengas plata”, agrega la Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, en referencia a un problema que ha dejado de afectar únicamente a los sectores más desposeídos.

“La antigua élite chilena se preocupaba de adquirir bienes de alta cultura, leía, era más ilustrada. La élite de hoy es distinta. Sólo parece preocupada de literatura asociada al consumo y la producción”, añade.

Aquí reflexiona sobre un tema nada baladí en esta discusión: el carácter utilitario del conocimiento. ¿Para qué preparar intelectualmente a una sociedad cuyo sustento se encuentra atendiendo un mesón, picando piedras en una mina o cortando pinos en una plantación maderera? “Todo tiene que ver. Es increíble la disociación entre la técnica y la cultura. En Chile se ha perdido la capacidad de conocer, de inventar, de innovar de verdad. Llevamos cuarenta años de un oscurantismo brutal. Hemos prendido velitas, pero aún falta encender las luces. Este gobierno ha avanzado muy poco, y la Concertación no lo hizo mejor”, sostiene, en comparación a los esfuerzos realizados por el Estado en décadas anteriores.

Pocas ideas… y además insuficientes

“Hay ideas que no han sido pensadas en toda su dimensión”, señala la nueva Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades, en alusión directa a iniciativas que apuntan a incentivar la lectura por medio de rebajas tributarias. La explicación es sencilla: quien nunca ha asumido este hábito con genuina fruición, probablemente no leerá un libro aunque se lo regalen.

“Va en beneficio de los que leen, pero no para los no leen. Nada de eso logra el objetivo si carecemos de una campaña sistemática de fomento a la lectura dirigida a la población en general. Todo parece ir dirigido a los niños chicos, sin atender a que el desafío mayor es hacer que los grandes lean; los papás, las mamás, los tíos que tienen hijos. Si esos niños o niñas no encuentran un modelo de lectura en sus hogares ni en ninguna otra parte, entonces no hay nada más que hacer”, sostiene.

Respecto a la importancia de la lectura de internet, la antropóloga distingue entre aquellos contenidos que apuntan a la profundidad de aquellos que apuntan sólo a la anécdota, al vitrineo esporádico de contenidos desechables. “Es urgente hacer una diferencia. Yo me pregunto, ¿qué se lee en esos formatos? ¿Cuál es la profundidad o seriedad de lo que ahí aparece? Si sólo lees mensajes parcos como mensajes de texto, sin profundidad; si no lees algo que te haga pensar y reflexionar o que te ayude a ingresar en un universo imaginario maravilloso, ¿qué se puede esperar? Si la persona entra a Internet para leer cosas de farándula, no podemos esperar nada muy fructífero”, concluye.

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