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Crítica de rock en vivo: Yngwie Malmsteen, la hora de la magia

Crítica de rock en vivo: Yngwie Malmsteen, la hora de la magia

Pablo Hales Beseler. Director de CÍVICA Ong., practicante de kung fú, músico, actor aficionado y… majadero


Yngwie Malmsteen Foto: Javier Liaño

Yngwie Malmsteen
Foto: Javier Liaño

Acaba de terminar el concierto del sueco Yngwie Malmsteen en el Teatro Caupolicán y aunque es tarde y seguramente me va a costar más levantarme mañana lunes, agradezco haber estado ahí y haber presenciado la magia de uno de los más grandes guitarristas del rock y del metal. Un virtuoso, que recuerda la magia en la música.

Primero lo malo. Según la productora, el avión de la banda venía desde Brasil con retraso, lo que implicó que el show en Santiago se retrasara dos horas y media. El público soportó estoicamente, incluso hasta cuando el sonidista de la banda le pidió a la gente que se retirara del teatro por veinte minutos para alcanzar a probar sonido en privado como exigía el divo.

Los que estábamos afuera logramos advertir otra causa del retraso… ocurre que al Sr. Yngwie Malmsteen, le hacía falta un ¡secador de pelo! Claro, porque su cuidadísimo peinado escarmenado estilo “Tía Sonia” se había estropeado con el viaje y necesitaba prepararse. Y claro, la camisa de seda negra, los pantalones de cuero ajustadísimos y los collares y pulseras de oro, no habrían estado a la altura si no hubiera estado debidamente peinado. Entonces, la gente de la producción tuvo que ¡salir a comprar un secador de pelo! Un domingo a las nueve de la noche. No sé cómo lo hicieron, pero los vi pasar con uno.

Pero más allá de la crítica por su apariencia, totalmente pasada de moda, vamos a la magia, vamos al rock.

Foto: Javier Liaño

Foto: Javier Liaño

Yngwie Malmsteen demostró anoche por qué es uno de los más grandes y virtuosos guitarristas de rock pesado. Porque anoche hubo magia. Por algo Yngwie logró llevar a Paganini al rock pesado. Sus composiciones llenas de guiños a la música clásica, pero llevadas al extremo del metal, a la ultravelocidad y el virtuosismo, tenían al público con la boca abierta.

Y ahí es donde se prueba un artista de fuste, porque aún sin probar sonido, la banda sonó perfecto y el gran jefe fue mágico. Aunque se lo vio dándole órdenes y corrigiendo a los roadies durante toda la actuación, pero sin salirse jamás de libreto, porque el show debía continuar.

Y esto sí fue un show. Del más virtuoso que haya pisado estas tierras. Bueno, junto con Vai y Satriani. Pero esto es más pirotécnico y dirige el show.

Por algo su banda, de muy buena calidad y afiatada, le rinde total pleitesía, refiriéndose a él como “El Maestro”. Eso deja en evidencia la importancia de Malmsteen para el rock y el metal. Con un escenario diseñado exclusivamente para su lucimiento personal: en un costado la batería, el bajo y teclados con su amplificación normal, y la otra mitad del escenario sólo para Malmsteen y sus 13 amplificadores Marshall con sus 13 cabezales en línea.

La influencia de Malmsteeen en el rock escandinavo (desde Europe y Stratovarius hasta Arch Enemy, At the Gates, Meshuggah) es innegable. Todas son bandas que se caracterizan por llevar la parte técnica a los niveles más extremos, muchas veces privilegiando la técnica al rock.

Pero acá el show es de un virtuoso que lleva más de 30 años subido arriba de todos los escenarios del mundo y lo sabe hacer. Dirige al público, lanza su guitarra Fender stratocaster blanca por los aires, salta y da patadas al aire, regala uñetas, toca un solo con la boca y se frota la guitarra por todos lados sacándole sonidos maravillosos. Y termina arrancándole todas las cuerdas para regalarnos hasta la última gota de genialidad y virtuosismo.

Es evidente por qué bandas como Steeler o Alcatraz no fueron capaces de sostenerlo. Sencillamente, porque un talento de ese nivel sólo puede funcionar sobre sí mismo. Es apabullante e incontenible. Es individualista y no acepta someterse a ningún proyecto colectivo.

Su concierto para guitarra eléctrica y orquesta con la Filarmónica de Praga es una prueba de su genio. No es un acompañamiento o un adorno, es el primer violín, el solista y la orquesta se rinde a sus pies. Y anoche nos brindó algunas piezas de eso.  Y también de las otras, porque con sus temas más rockeros como “Dreaming”, “Paradise” o “Spellbound” enloqueció a la audiencia.

Y el cierre con “I´ll see the light tonight”, el primer tema de su primer disco, fue demoledor.

Totalmente en forma, Yngwie Malmsteen hizo magia con su guitarra y nos hizo olvidar las dos horas y media de espera, la salida obligada del teatro para la prueba de sonido y la angustia propia de una noche de domingo, transformando así todo en una experiencia única de placer y energía.

Un mago.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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