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“Un viaje de diez metros”, los condimentos del destino Una película del realizador sueco Lasse Hallström (“Chocolate” y “Un amor imposible”)

“Un viaje de diez metros”, los condimentos del destino

El filme es una de esas obras que el espectador desea no terminar nunca de observar mientras se proyectan por la pantalla grande: pues simplemente te atrapa y conmueve. Escenificada en un pequeño pueblo galo, y protagonizado por la actriz inglesa Helen Mirren, se trata de una pequeña joya de esas llamadas de “iniciación y aprendizaje” existencial. Una cinta que, pese a estar rodada por un director escandinavo, sigue la línea de esas escenas campestres, llenas de luz, de azar y de esperanza, que enfocó una de las figuras centrales de la “Nouvelle Vague”: el recordado Eric Rohmer.


“Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo”.

Marcel Proust, en Por el camino de Swann

El director nacido en Estocolmo, Lasse Hallström (1946), saltó al ruedo fílmico internacional, gracias a la distribución en numerosa escala de Chocolate (2000), esa comedia romántica de temática culinaria, que protagonizaron Juliette Binoche, Johnny Depp y Alfred Molina. Una película que tuvo un inmenso éxito de reseñas y de recaudaciones: eran otros tiempos y muy buenos actores, sin duda.

Pero entre medio, el también escritor sueco produjo créditos como su versión del clásico Casanova (2005) –cuyo papel principal estuvo a cargo del desaparecido Heath Ledger-; concibió otro drama de lograda factura, con una notable interpretación de Richard Gere: Hachi: A Dog’s Tale (2009); y también grabó una cinta de “romance”, de estreno fugaz, pero recordado en Chile: Un amor imposible (2011), ésta ultima, con los auspicios dramáticos de Ewan McGregor, Emily Blunt y Kristin Scott Thomas.

Tomando en cuenta esos datos, no es extraño que la actriz estelar de su más reciente largometraje de ficción, Un viaje de diez metros (2014), sea la inglesa Helen Mirren, y que casi quince años después, Hallaström regrese a la “receta” cinematográfica de la mencionada Chocolate, una que, por lo demás, tantas satisfacciones artísticas le brindó.

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Distan de ser obra del azar las coincidencias: ambos filmes están ambientados en pequeños pueblos franceses, y la soledad y el ejercicio culinario, expresarían la sublimación de carencias y frustraciones vitales en la psicología de sus personajes.

La representación de estos motivos, nuevamente, se haya acompañada por roles bien trabajados, y una perspectiva audiovisual bastante “tradicional” en la manera de relatar una historia valiéndose de imágenes. Factores a los que se suma el libreto adaptado de un texto de origen literario: en esta ocasión, una novela del escritor norteamericano Richard C. Morais: The Hundred-Foot Journey, el título original de la cinta.

Así, Un viaje de diez metros es una película que podríamos llamar de iniciación o de aprendizaje, y que sigue los códigos y el lenguaje cinematográfico propio de esas creaciones, a lo largo de sus 122 minutos de progreso. En la dirección de esta cinta, Hallström saca provecho de una fotografía de composición onírica, bucólica y rural, una opción estética permitida por la belleza geográfica de los parajes en los que filmó las escenas de su obra: la región francesa de los Midi-Pyrénées.

En ese sentido, podemos referirnos a un largometraje donde el tiempo espacial parece estar detenido. Tanto en las relaciones urbanas y cotidianas que establecen entre sí los habitantes del pueblo recóndito, en el cual se asienta la familia Kadam, luego de su peregrinaje errante por Europa; como por la sensación, pese al discurrir de las distintas estaciones climáticas de un año –apreciadas en el desarrollo del filme-, que reflejan las secuencias y los planos exhibidos por la cámara del realizador sueco.

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No deja de llamar la atención el siguiente tópico. Que posterior al trauma que significó huir de la India para ese grupo familiar, con la muerte de la madre del clan incluida, el capricho de los imprevistos -siempre más sabio que la lógica, decía Julio Cortázar-, termine por asentar a los Kadam, en un remanso fuera de la línea del conflicto y de la pugna, tan característicos a la polis contemporánea, y en la que se hallaban tan trágicamente insertos.

Esa reflexión argumental, acerca del misterio que simboliza la conformación personal y colectiva de un destino humano, es siempre profunda y muy bien formulada cinematográficamente por el realizador.

Bajo esas coordenadas, el tributo que Hallström le concede a Eric Rohmer (1920 – 2010), en esta oportunidad, es a todas luces evidente. Logramos afirmar, en efecto, que Un viaje de diez metros se emparenta con uno de esos capítulos de las Cuatro Estaciones ideadas por el genial autor de Le rayon vert (1986).

Y mientras se proyectan los cuadros de la cinta, asistimos al proceso estético de apreciar la puesta en escena de una fábula de resortes éticos y morales, de un cuento literario, uno que se traslada y “recrea” en la pantalla grande, siguiendo al pie de la letra, cada uno de los fundamentos técnicos del canon respectivo.

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No se complica en demasía, el director escandinavo. Y mediante un foco que apuesta a la seguridad narrativa de sus fueros, el joven Hassan (Manish Dayal), conocerá a su primer amor (encarnado por la hermosa Charlotte Le Bon, en el rol de la chef Marguerite). Un nudo dramático que se desplegará lejos de la facilidad literaria, y con caminatas y flirteos, que reverenciarán a los personajes del Conte d’été (1996) y del Conte d’automne (1998), del ya citado Rohmer.

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Madame Mallory (Hellen Mirren), en tanto, la viuda propietaria del restaurante de dos estrellas Michelin, también tendrá la oportunidad de redimirse y hasta de alcanzar el afecto sentimental, en la figura del patriarca venido del exótico oriente: “Papa”, interpretado por el actor indio Om Puri.

La simpleza de métodos de Hallström, sin embargo, se encuentra en las antípodas de la precariedad de recursos audiovisuales. Como escribimos más arriba, la fotografía de esta película resulta de primer nivel, y su dirección de arte, obtiene partido y provecho, de esas pinturas al óleo naturales y de esas casas francesas, que fácilmente sobrepasan los 500 años, enraizadas bajo el sol cátaro de los Pirineos. El guión es perfecto (redactado por el especialista Steven Knight), y las actuaciones del elenco, corren en sintonía con la historia, el prestigio y la fama de su director.

Otra mención para el final, y que instala el título de este filme, dentro del cine galo de cada día: su relación con L’heure d’été (2008), del buen realizador parisino, Olivier Assayas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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