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Crítica de libros: “El Caos”, los mutantes de Wilcock El autor poseía un talento siempre en extinción: el don en el arte de titular libros

Crítica de libros: “El Caos”, los mutantes de Wilcock

Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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Cada cuento de Wilcock, pareciera que es un testamento clandestino saturado de enigmas y pasadizos, en cuyo interior son dibujados infiernos distópicos del imaginario colectivo bajo una elaborada distorsión de lo cotidiano, naturalizando un catálogo de friquis, mutantes, seres mitológicos y corrientes en clave de sátira política, boutade literaria o inadaptado gesto vanguardista.


Rodolfo Wilcock (1919-1978) es un secreto bien guardado y hace algún tiempo un mito resucitado en el canon literario argentino, amigo del grupo de Borges, Bioy, y Silvina Ocampo, fue un personaje enigmático y ecléctico traductor de ilustres como T.S Eliot, Melville, Graham Greene, Jack Keruac o Wordsworth.

Ingeniero de profesión, poseía un talento siempre en extinción: el don en el arte de titular libros. Una prueba son tres de los suyos: Persecución de las musas menores, El estereoscopio de los solitarios y La sinagoga de los iconoclastas, éste último para Roberto Bolaño, uno de los mejores libros escritos del pasado siglo y que homenajeó con su “La literatura nazi”; aunque ésta es deudora de una genealogía de biografías utópicas más antiguas rastreables en Marcel Schwob con sus Vidas imaginarias, Historia universal de la infamia de Borges y Vidas paralelas de Plutarco. “

El Caos”, entonces, publicado originalmente en italiano en 1960 y por primera vez en Argentina en 1974 – Wilcock se instaló en Italia para siempre en 1957 – es un libro raro y fascinante, una portentosa compilación de relatos que es para Wilcock lo que es Ficciones a Borges, El Juguete Rabioso a Artl, o La Invención de Morel es a Bioy, aunque con un resultado más performático y desquiciado pero con el resplandor de un escritor mayor que dejó la traza fulminante de obras ejecutadas por un talento superior, exquisita técnica literaria y una extravagante vocación por lo mutante y lo fantástico.

Sus relatos, anticiparán el sadismo lírico de O. Lamborghini, el surrealismo del primer Cortázar y el absurdo hilarante de Cesar Aira. Cualquier lector que se sienta cercano a la literatura argentina del siglo pasado, Wilcock puede resultar una joya secreta de oscura fascinación. En “La Bestia Equilatera”, editorial argentina, se han encargado de facilitar las cosas reeditando esta versión aumentada que marcó uno de los acontecimientos literarios del año 2015 en la Argentina.

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Entre los cuentos más llamativos se encuentra el “El Caos”, que da nombre al libro, en donde un rey estrábico y tullido, deforme y epiléptico – lo que podría ser un ajuste de cuentas con Borges – se pregunta sobre el verdadero propósito de la vida y finalidad del universo. Para dar con esta “verdad”, se propone buscarla a través de experiencias límites y organiza bacanales orgiásticas en su castillo con el objeto de infundir el caos a sus invitados y padezcan así los temblores metafísicos del viaje iniciático. El caos como el origen de toda las cosas. Wilcock era un lector aventajado de Wittgenstein.

“La fiesta de los enanos” es un relato fantástico en apariencia blanco que hacia el final se vuelve tan turbulento como memorable, en éste una viuda que vive con dos enanos en una casa de un céntrico barrio, recibe la visita de un sobrino de 15 años a quién lo inicia sexualmente amparada por la esotérica creencia de la pareja de enanos, que, celosos, pensarán que enfermará gravemente; pues claro, sucede lo contrario. Desesperados, Présule y Anfio, amarran al niño a la cama y practicarán todo tipo de torturas provocándoles una excitación oscura y primitiva que los trastorna, una escena que antecede y prefigura la aparición del “El niño proletario” de O. Lamborghini.

En “Vulcano”, un recolector de basura limpia las playas recogiendo los deshechos dejados por los bañistas, mientras es llevado como una bestia cuadrúpeda, encadenada a su amo, un dios romano llamado Vulcano. A la vez que Wilcock concibe y ensambla magistralmente la vulgar vida moderna con la mitología clásica, es también una corrosiva parodia al gobierno de Perón en su plan de reinserción al organizar una serie de trabajos sociales que lejos de rehabilitar, torturaban a los supuestos delincuentes. Lo mismo sucede con la impresionista “Felicidad” en donde un funcionario del Partido de Oposición Constructiva es llevado a la hoguera en una pira pública en otra feroz carga de Wilcock contra el peronismo, esta vez fabulando la violencia con que se reprimía cualquier forma de oposición política.

En “Hundimiento”, Ulf Martin es un australiano que naufraga en una isla que es devorada lentamente por el mar hasta que decide escapar en una balsa donde agonizará por días mientras se interroga así mismo sobre si ha sido un verdadero hombre. El guiño a La Invención de Morel de Bioy queda flotando también como el viejo Ulf al último pedazo de tronco.

“La engañosa” narra el encuentro furtivo con una mujer mutante que tiene escondida en el cuerpo, junto con orificios infectados de materia imprecisable, una trampa de conejos en el sexo, musa que podría asomar en los óleos surrealistas de Zdzislaw Beksinski o en una pesadilla de Delvaux.

Y así cada cuento de Wilcock, pareciera que es un testamento clandestino saturado de enigmas y pasadizos, en cuyo interior son dibujados infiernos distópicos del imaginario colectivo bajo una elaborada distorsión de lo cotidiano, naturalizando un catálogo de friquis, mutantes, seres mitológicos y corrientes en clave de sátira política, boutade literaria o inadaptado gesto vanguardista.

Los registros y recursos de Wilcock son tan variados como admirables, su escritura en este libro está todavía salpicada de arcaísmos literarios que lejos de parecer anacrónicos resultan elegantes. Pero también Wilcock es un tenebroso trapecista que salta del gótico al neorrealismo y después al impresionismo; están en él los procedimientos clásicos de escritura moderna y cada texto es distinto del otro construyendo un todo caótico por una especie de indisciplina organizada, en un tartamudeo inasible con fondo de risotada, por el forcejeo imposible con el paradigma borgeano de mitad del siglo XX.

En la editorial prometen este año la reedición de El estereoscopio de los solitarios, “una novela con setenta personajes principales que no llegan a conocerse”: esa fue la descripción que usó el propio Wilcock. En cualquier caso, bastaría con El Caos para empezar el punto de no retorno con la lectura de su obra, una de las más ambiciosas, originales y a la vez desconocidas de la literatura argentina.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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