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Crítica de cine: “A war: la otra guerra”, cuando los ejércitos se cercan Una película del realizador danés Tobías Lindholm

Crítica de cine: “A war: la otra guerra”, cuando los ejércitos se cercan

Nominada como mejor película extranjera en la última entrega de los premios de la Academia estadounidense, este largometraje de ficción del director danés Tobias Lindholm (conocido por ser el guionista de “La caza”) es una sugestiva propuesta de drama intimista, en el contexto de una conflagración bélica de alcances globales (la guerra de Afganistán), y rodado con técnicas audiovisuales que se aproximan a la frialdad, del lenguaje de registro documental. Resaltan las actuaciones protagónicas de Pilou Asbæk y de Tuva Novotny.


Los ataques a las Torres Gemelas (septiembre de 2001), por parte del grupo terrorista Al Qaeda, originaron un efecto dominó en el mapa de la geopolítica mundial, que tuvo entre sus primeras consecuencias la invasión dirigida hacia el Afganistán de los Talibanes, por una fuerza internacional liderada por la OTAN, y luego, la conquista del Iraq, gobernado por Saddam Hussein, gracias a otro ejército comandado por los Estados Unidos de Norteamérica.

Encontrándose próxima la fecha en que se cumplirán quince años desde el inicio de esos acontecimientos que todavía perduran en sus nefastas secuelas, llega a la cartelera local este filme revisionista y cuestionador acerca del desempeño moral y militar, de esas unidades transnacionales que arrasaron con en el suelo asiático, alcanzado por Alejandro Magno y sus huestes, allá en la antigüedad.

Dirigida por el realizador danés Tobías Lindholm (famoso por ser también el libretista de La caza, una cinta europea que fue nominada a los Oscar, pero en 2014, como mejor película extranjera), A war: la otra guerra (Krigen, 2015) explora en las posibilidades que ofrecen los errores de juicio y de decisiones estratégicas, en pleno campo de batalla, adoptadas por oficial de las tropas invasoras (Pilou Asbæk), y su participación en la matanza (sin intención, claro está) de civiles y niños no beligerantes, en el reciente conflicto de Afganistán.

Así, el tercer largometraje de ficción de Lindholm, se propone como una pieza audiovisual de temática histórica y moral, que sin ponerse del lado de algún bando, tan sólo disecciona una realidad difusa, compleja, arrebatada de matices, preñada de culpas y de interrogantes. Por eso, no debe extrañar el uso de una cámara en mano, y un montaje de índole documental, con la finalidad de destacar aquella opción estética y cinematográfica, estipulada en los lineamientos generales de la obra en cuestión.

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El protagonista (el ficticio oficial de las fuerzas danesas, Claus Michael Pedersen, interpretado por Asbæk), es encuadrado con detalle por un foco que sigue los operativos que comanda a cada segundo, y desde planos que testimonian una dimensión ocular fragmentaria, y donde la violencia que se desata, expresa sus manifestaciones en los rostros, las miradas y en las arrugas de los ocupantes y de sus víctimas y enemigos, éstos, equipados precariamente en comparación a las poderosas tropas venidas desde el norte de Europa.

Paralelamente, el director (quien también redactó el libreto de este crédito), exhibe la difícil cotidianidad (con el esposo ausente) de la familia de Pedersen, en Copenhague, centrándose en la figura de su esposa (encarnada por la actriz Tuva Novotny): y en cómo la efigie del padre lejos de casa, afecta también la conducta y la salud de los tres hijos, recién unos niños, que tiene como muestra de su pasión, la ahora distanciada pareja.

En ese contrapunto de formas y de distintas dimensiones de lo diegético (mundos inventados), radica uno de los aspectos narrativos más logrados y conseguidos en lo que a procedimientos de escritura de guión y de unión de secuencias y escenas (montaje), se refiere en el total de lo que es y alcanzo en tanto producto simbólico audiovisual, A war: la otra guerra.

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No en vano, el afán documentalista de este título, ofrece su respaldo artístico en las situaciones dramáticas que filma el foco de Lindholm: uno de los menores Pedersen, por ejemplo, es trasladado a un centro hospitalario, por una acción propinada por él mismo, en contra de su salud; y las típicas, angustiosas y desgastantes faenas propias de un patrullaje militar, siempre con el peligro latente del enfrentamiento, el cruce de balas, de proyectiles, y la hipótesis y el futuro sombrío de la muerte, que acecha, dispuesta a tender su manto negro a causa de una mala decisión o de cualquier otra incidencia fortuita y malhadada, a tiro de fuego y de cañón, son igualmente fotografiadas por ese lente “indiferente” y tambaleante.

Por pasajes, la obra corre el riesgo de volverse monótona en sus motivos y nudos argumentales: lo que una cámara puede grabar, alrededor de una ambientación de guerra, resulta más o menos reiterativo, a excepción de los instantes de pleno vigor y combate: la lucha por sobrevivir en desiertos montañosos, minados por el guerrillero contrincante, y vencer la lucidez, la locura sepulcral del silencio. Es justamente la “objetividad” y limpieza dramática (fisonomías típicas de lo documental), lo que salva a A war…, de caer en los códigos y dominios de la sensiblería, o abiertamente, en los fueros de la crítica antibélica de respuestas fáciles, y francamente despiadada.

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El presente título no es una película “de guerra” en el sentido claro y entendible del término, se trata más bien de una obra en torno a las coyunturas éticas, humanas y afectivas, generadas al interior de una sociedad o comunidad nacional, a raíz de la participación de un grupo de sus ciudadanos, en los intestinos de un conflicto de poder político (resuelto a través de las armas), emplazado lejos de las fronteras del país al que pertenecen, y las resonancias de sus acciones (buenas o malas), sobre el desarrollo y resolución de aquel enfrentamiento remoto.

Las distancias intercontinentales, gracias a la tecnología y a los adelantos en la comunicación mediática, ya no existen, pareciera plantearnos el director Tobias Lindholm: un balacera cruzada, once civiles muertos (algunos niños entre los caídos), y alguien debe responder por los resultados de disparar a ese blanco que distaba de ser un fortín militar. Y las grabaciones capturadas por una cámara, apostada en el caso de un soldado, identifican al responsable de haber ordenado y conducido esa fútil y aciaga ofensiva.

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Entonces, se juzga un hecho de violencia bélica sucedido en Afganistán, bajo los cánones de una audiencia y tribunal ubicado en Copenhague: la “globalización” y sus implicancias judiciales e ideológicas, enunciadas mediante un ejemplo contundente e inapelable. En esa segunda parte temática, A war: la otra guerra, concluye por deslizar sus últimos atributos fílmicos: la tensión casi televisiva (periodismo in situ) y documental, de la primera mitad dramática (contraposición entre lo que acontece en Dinamarca a la familia Pedersen, y las circunstancias que envuelven al comandante en Afganistán), cede y entrega sus prerrogativas argumentales, al suspenso de thriller que predomina dentro de las secuencias que representan a un proceso penal, en cualquier lugar de la civilización.

Nominada al Oscar como mejor película extranjera 2016, este largometraje tiene sus mayores características audiovisuales y artísticas, tanto en la estrategia del uso de cámara, como en la estructura literaria misma de su guión (pensado por el mismo realizador, según anotamos).

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Y si bien su desenlace se mantiene por el sendero del realismo político y social que pregona, su mirada está lejos de ser subvalorada y menospreciada: se trata de un lente que intenta evidenciar la doble cara en la honestidad y buenas intenciones de los poderosos, y sus consecuencias negativas en las vidas de esos mismos seres (cuya seguridad y bienestar) dicen proteger, y que en una postrera instancia, justifica y fundamenta moralmente, la participación de una nación como Dinamarca, en un conflicto donde a primera vista, no tenía pito ni incumbencia que tocar.

Ojo y atención, asimismo, con esa cámara: sus temblores (propias de una mano humana), y sus planos detallistas y primerísimos (que excluyen los efectos especiales y el imperio de la ultra tecnología), evocan a ese movimiento danés que fue un hito y mito en el circuito audiovisual de la década de 1990: el Dogma 95, fundado por Lars von Trier y por Thomas Vinterberg (con este último trabajó, como libretista, el director de A war: la otra guerra).

Algo, sin duda, huele bien en Dinamarca.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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